Naturaleza del Estrés
En la actualidad abundan y circulan diversos libros, ensayos, monografías y apuntes académicos, orientados a describir e interpretar la naturaleza del estrés, como punto de partida para ofrecer posibles soluciones terapéuticas.
En general, se le suele presentar como una forma de defensa del organismo ante situaciones puntuales de tensión o ante condiciones externas que perturban el equilibrio psíquico o emocional del individuo; o su bienestar físico.
Sin embargo, casi siempre se aclara que -de perdurar dicho estado en el tiempo- lo que en principio era bueno (la reacción protectora del organismo frente al peligro, la urgencia, el temor o la ansiedad), bien puede transformarse en una patología perjudicial para la persona considerada globalmente; y de difícil predicción en cuanto a la profundidad de sus consecuencias psicológicas o somáticas.
Según esto, mientras que en el primer caso pareciera que un cuadro momentáneo de estrés ostentaría cierto carácter benévolo, ya que posibilita la saludable activación de varios mecanismos oportunos que preparan a la persona para la acción (como los del sistema nervioso simpático1, que determina una conducta de lucha o huida, según la envergadura del peligro); o la secreción de sustancias que en ese momento se hacen imprescindibles para la supervivencia, como por ejemplo la adrenalina (una hormona y neurotransmisor también conocida como epinefrina); en el segundo, si la situación no es resuelta satisfactoriamente, podría generar cuadros patológicos prolongados o permanentes, aunque normalmente de fácil diagnóstico por parte de la medicina.
Entre ellos, a modo de ilustración, pueden estar la hipertensión, gastritis o úlceras estomacales, agotamiento físico e intelectual, alteración del sueño, dificultades en las funciones renales y hepáticas, anomalías en la capacidad visual, disminución de la libido (o deseo sexual), impotencia masculina o frigidez femenina, etc.
En esta línea se enmarca, por ejemplo, la obra del austrohúngaro Hans Hugo Bruno Selye (1907-1982)2, en la cual abordó el complejo mundo implicado en el fenómeno de la ansiedad, y llegó a conclusiones similares a las mencionadas.
Es decir, el estrés, que es bueno (Eustrés3) y saludable porque expresa la capacidad de reacción del organismo ante situaciones adversas, puede transformarse en algo nocivo si se prolonga en el tiempo.
En la actualidad, a este segundo tipo de estrés (el que perjudica a la salud), se lo suele denominar distrés4.
Es obvio que esto suscite varios interrogantes.
Para empezar, ¿Habría entonces dos tipos de estrés, uno bueno y saludable, que manifiesta las suficientes condiciones del organismo para afrontar situaciones difíciles y agresivas para su equilibrio y corregirlas a la brevedad, desapareciendo así los síntomas respectivos; y otro malo y pernicioso, que se prolonga en el tiempo, que supera la capacidad natural del organismo de contrarrestarlo, por lo que los síntomas no desaparecen en el corto plazo e –incluso- pueden perdurar durante gran parte de la vida de la persona?
Sobre esto, atendiendo al modo habitual en que se entiende el concepto de estrés en lo cultural, social y profesional, debe decirse que la distinción entre un estrés positivo (eustrés) y otro perjudicial (distrés), resulta, cuando menos, inútil, ya que la mayoría de las personas, inclusive las que detentan una profesión relativa al diagnóstico o tratamiento del mismo, identifican en la práctica, sin más, el término ‘estrés’ sólo con su vertiente perjudicial para la salud5.
En este sentido y acepción será, por otra parte, la utilización que de ahora en adelante se haga del término ‘estrés’.
Pero además, otro interrogante merece ser respondido. Si ya es habitual (como lo es) relacionar una situación importante de estrés con la aparición de síntomas específicos, por ejemplo la hipertensión6 ¿hasta dónde la mera desaparición de dichos indicios perjudiciales para la salud del afectado, puede considerarse como un indicador lo suficientemente certero, que permita afirmar que alguien ha superado con relativo éxito la instancia de una escenario de estrés?
La pregunta no es ociosa. Una eventual terapia para el manejo del estrés tiene por cometido principal que las situaciones de tensión, externas o internas, sean minimizadas lo más posible en cuanto a su impacto estresante en el individuo; como asimismo entrenarlo para sucesos similares en el futuro. La eventual desaparición de los síntomas es una consecuencia, sin duda, muy deseada y esperada.
Sin embargo, no se puede ignorar el hecho de que algunos cuadros de estrés pueden provocar tal daño en la esfera psicoafectiva y en el sistema inmunológico del afectado que, aún desapareciendo los factores estresantes, el daño persiste y debe ser tratado necesariamente por el profesional clínico competente.
Esto sería, lo normal, adecuado e ineludible.
Pero además ¿Qué sucede cuando la resultante del estrés deviene en alguna de las afecciones llamadas ‘asintomáticas’7? como algunos tipos de la depresión8, la hipertensión arterial9, o el glaucoma primario10 (al menos en sus etapas iniciales), por citar.
Aquí el tema se vuelve un tanto más delicado. La persona, al no advertir ningún síntoma importante, en su intimidad no encuentra motivos para recurrir al clínico y, menos aún, difícilmente llegue siquiera a sospechar la posibilidad de estar padeciendo un cuadro de estrés importante.
De otro lado, un médico que anualmente atiende a cientos de pacientes, de ordinario se limita a evaluar y ponderar los síntomas del convaleciente, indicar las prácticas de laboratorio pertinentes si fueran necesarias, analizar los resultados y proceder según el diagnóstico al que ha llegado. El factor ‘estrés’ habitualmente no es considerado, salvo excepciones.
Esto explica, en parte, el importante desarrollo que durante las últimas décadas han logrado algunas disciplinas que relacionan el bienestar psicológico y emocional de las personas con la salud física.
Para la ‘Psicología de la Salud’, una rama de la psicología aplicada, por ejemplo, la enfermedad física ya ha dejado de ser solamente física, aún cuando implique patologías crónicas e importantes, como el cáncer o las afecciones cardiovasculares.
Parte de la premisa de que en el origen de una afección corporal, en su evolución y en su resolución, intervienen muchos otros factores, como las emociones, los pensamientos, la calidad de vida, la relación con sus familiares, la satisfactoria o insuficiente interacción social, etc. En este contexto, el estrés juega un papel determinante.
En un interesante artículo, la psicóloga Libertad Martín Alfonso11, publicado en la Revista Cubana de Salud Pública, sintetiza los aspectos esenciales de la Psicología de la Salud, que bien amerita su transcripción literal: “La Psicología de la Salud es el producto de una nueva forma de pensamiento en salud, que considera la dimensión psicosocial en el proceso salud-enfermedad en los niveles conceptual, metodológico y en la organización de los servicios de atención a la población. Ha sido un resultado natural de las propias limitaciones del modelo biomédico, del fracaso de los sistemas sanitarios con una concepción restrictiva y descontextualizadora de la salud y de la posibilidad que se abre cada vez más de comprender cómo las variables sociales y personales mediatizan este proceso”.
Así las cosas, tal pareciera que corresponde redefinir el concepto y la naturaleza del fenómeno que (científica, social y culturalmente) es llamado ‘estrés’.
En este marco, cabe entonces decir que un cuadro de estrés debe ser entendido como una realidad existencial nociva y prolongada en el tiempo, que se produce a pesar de las poderosas condiciones naturales del organismo para afrontar situaciones difíciles y agresivas para el equilibrio integral de la persona; y de -eventualmente- corregirlas a la brevedad.
Dicho de otro modo y con cierta discrepancia de la doctrina tradicional, no hay -en realidad- un estrés bueno y otro malo. El estrés es siempre pernicioso, devastador y extremadamente peligroso.
Conlleva la posibilidad (como ya se ha reseñado y se verá más adelante) de provocar graves trastornos físicos y psíquicos; pudiendo llegar, incluso, al punto de inducir o impulsar el fin de la vida misma del afectado en casos extremos12.
Además, dada la ambigüedad de sus síntomas, bien puede confundir frecuentemente al especialista clínico en el diagnóstico, quedando así el paciente sin la posibilidad de acceder a ninguna forma adecuada de terapia.
Si se quisiera expresar la naturaleza real del estrés, debería decirse que -en rigor- lo que sucede en una persona estresada no es otra cosa que la manifestación de las severas limitaciones cualitativas de los sistemas de defensa del organismo ante situaciones diversas y combinadas de tensión, los que se ven sobrepasados y agotados en sus potencias saludables, por lo que ya no pueden evitar la producción y combinación de fenómenos nocivos para la psiquis y el cuerpo.
El estrés, desde esta perspectiva, no es la resultante de un mero trastorno puntual circunscripto a una situación específica de tensión, sino que comporta verdaderamente un estadio patológico persistente y acumulativo en el tiempo en cuanto a sus efectos, correspondan o no a una sintomatología perceptible.
Ciertamente puede ser atenuado o controlado si es tratado adecuadamente; pero también puede progresar hacia cuadros crónicos de compleja delimitación, a causa -precisamente- de las múltiples formas de combinación y potenciación que admite frente a la variedad inicial de causas individuales de tensión, frustración o temor, por referir algunas.
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(1) El hipotálamo, una pequeña glándula ubicada en la base del cerebro, controla varias funciones vitales del cuerpo y recibe los impulsos nerviosos que implican una señal de alarma. A partir de allí, esta glándula actúa básicamente en dos sentidos. Por una parte, empleando el sistema nervioso simpático, el que -después de recibir la orden del hipotálamo- comunica el mensaje de alarma a través de conductos nerviosos hacia varios músculos y hacia la médula interior de la glándula suprarrenal; y segundo, interviene a través del torrente sanguíneo para alcanzar el sistema cortical de las glándulas suprarrenales.
(2) Nacionalizado canadiense, fisiólogo y médico, considerado como ‘el padre del estrés’ a raíz de uno de sus libros titulado precisamente así: Stress (1935). Fue director del Instituto de Medicina y Cirugía Experimental de la Universidad de Montreal, y el primero en aplicar la palabra “estrés” a la psicología, definiéndolo como “el síndrome de la adaptación”.
(3) En los últimos tiempos se ha llegado al consenso de que el eustrés es el mismo estrés de siempre pero en su dimensión positiva, toda vez que favorece el equilibrio emocional y orgánico de la persona.
(4) Este término alude a los problemas psíquicos, emocionales, y físicos que afloran cuando un individuo se ve sometido a situaciones de estrés demasiadas agudas y prolongadas en el tiempo. En este caso ya no son suficientes los sistemas defensivos fisiológicos y psicológicos naturales del organismo, como para que la persona recupere su situación de equilibrio, por lo que se vuelve necesario remediar el agotamiento por medio, aunque más no sea, de una mini terapia, que incluya el reposo del afectado, algunas jornadas consecutivas de tranquilidad, y la utilización de algunos medios concretos para provocar la recuperación de la energía perdida.
(5) Por citar sólo algunos ejemplos, puede examinarse el Test de Estrés, del Dr. Luis de Rivera, del Instituto de Psicoterapia e Investigación Psicosomática de Madrid; o la encuesta de la Asociación Americana de Psicología, que demuestra que el estrés en los adolescentes es similar al de los adultos; o las indicaciones conjuntas sobre el estrés laboral, desarrollado por la Organización Internacional del Trabajo y la Organización Mundial de la Salud.
(6) La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre contra las paredes internas de las arterias, y que alcanza su nivel más elevado (presión sistólica) cuando el corazón late; tanto cuando bombea la sangre baja en oxígeno hacia los pulmones a fin de oxigenarla, como cuando la propulsa hacia la aorta, para oxigenar los tejidos de todo el cuerpo; mientras que cuando el corazón está en reposo (entre un latido y otro) la presión sanguínea disminuye (presión diastólica). Para medir la presión arterial se tienen en cuenta estos dos valores, y generalmente se anotan ‘Presión sistólica / Presión diastólica’. Por ejemplo, 120/80.
(7) Una afección asintomática es aquella que, sin presentar síntoma alguno, afecta en silencio y negativamente la psiquis o el cuerpo de una persona; o cuando una enfermedad sólo se puede detectar a partir de un estudio, aún cuando el individuo no sienta nada extraño.
(8) En efecto, existe una forma de depresión asintomática que puede ser desencadenada por un abanico muy grande de factores. Uno de los principales es el estrés, y consiste en que el afectado mantiene una actitud alegre, distendida, sin dejar lugar a dudas (a juzgar por la mera observación de su conducta posterior a un incidente estresante) de que se siente bien, y sin mayor dificultad para hablar con soltura de cualquier cosa nefasta que le haya ocurrido. Más aún, se siente bien a pesar de todo lo malo que pueda suceder en el mundo (epidemias, fenómenos climáticos desastrosos, etc.). Esta condición deviene de una cepa crecidamente nociva de la depresión, la cual es muy difícil de divisar. Su nombre científico es ‘poena occultus’ (dolor escondido), y constituye una enfermedad mental grave y duradera en el tiempo.
(9) Según los casos, la hipertensión arterial puede comportarse como una afección asintomática durante meses o años sin causar molestia alguna (como dolores de cabeza, fatiga, tinnitus o zumbido en los oídos, visión borrosa, etc.), sin perjuicio de que, progresivamente, puede provocar daños importantes, como enfermedades coronarias, accidentes cerebrovasculares o insuficiencia renal, por mencionar.
Pero más allá de las causas comunes que la provocan (cierto exceso en el consumo de sodio o alcohol, tabaco, obesidad, apnea durante el sueño, el aumento -habitualmente por la edad- del número de fibras de colágeno en las paredes arteriales que vuelve más rígidos a los vasos sanguíneos), lo cierto es que hay evidencias epidemiológicas que relacionan al estrés no sólo con crisis agudas de hipertensión arterial y con la hipertensión arterial crónica, sino también con la obtención de resultados negativos al momento del tratamiento.
(10) El glaucoma de tipo primario, es una afección de los ojos que evoluciona muy lentamente, sin presentar síntomas en las primeras etapas, salvo una imperceptible pero continua acotación de la visión a lo largo del tiempo. Uno de los principales factores que influyen en su aparición es la presión intraocular, la cual –a su vez- en muchas ocasiones acontece y se prolonga tras un cuadro de estrés.
(11) Libertad Martín Alfonso posee un Máster en Psicología de la Salud y es profesora en la Escuela Nacional de Salud Pública de Cuba. El artículo en cuestión se publicó en 2003.
(12) Ver, por ejemplo, el documento ‘Prevención del Suicidio’, confeccionado por el Departamento de Salud Mental y Abusos de Sustancias de la Organización Mundial de la Salud, publicado en 2006.
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