El estrés, lo deseable y lo esperable

Todas las personas nos exponemos, a diario, a situaciones de conflicto y estrés. Sin embargo, no todos somos afectados del mismo modo.

Por ejemplo. Un domingo por la mañana, una familia toma la carretera con destino a un lugar de esparcimiento. A mitad de camino, se encuentra con un vehículo descompuesto que obstruye el tránsito. La familia baja del auto y habla con el dueño del automotor averiado, quien explica que es cuestión de minutos. Les dice que, en breve, llegará la asistencia mecánica, que llevará el auto descompuesto y liberará la ruta.

La familia, entonces, retorna a su propio vehículo y se dispone tranquilamente a esperar, para proseguir luego su camino. Sin embargo, el conductor del auto de atrás, parece estar fuera de control tocando la bocina y gritando que alguien libere la ruta.

¿Qué sucede? ¿Por qué una misma situación (una carretera obstruida, en este caso) provoca reacciones tan distintas entre las personas?

Sobre esto, dejando por un momento las consideraciones ya realizadas en la lección precedente, se trata de responder a una pregunta simple.

¿Qué tiene que suceder en una persona para que un evento o una situación, potencialmente estresantes, lleguen -de hecho- a afectarle real y objetivamente?

La respuesta a este interrogante deviene de considerar dos atributos propios del ser humano: el desear y el esperar.

En efecto, todas las personas, entre otras cosas, transcurren su vida entre deseos y esperanzas.

En cualquier ámbito, situación, o circunstancia, lo deseable13 y lo esperable14 siempre están presentes, aunque ello no implica que ambos aspectos se involucren mutua y necesariamente al mismo tiempo.

Alguien, por ejemplo, podría desear profundamente pasar un fin de semana agradable y en familia pero, a causa de jornadas y compromisos ya contraídos, sabe que ello no es esperable.

O a la inversa. Un empleado no desea ni quiere estar ausente en el cumpleaños de su hijo pero, en razón de los turnos laborales, estima que su ausencia en el festejo es totalmente esperable.

En este marco, debe decirse que “es propio de un proceso estresante, lesionar ‘lo deseable o lo esperable’ que un individuo ya dio por hecho y a partir de lo cual armó un plan de cosas por hacer”.

En el ejemplo del principio, la familia que iba a pasar un domingo de recreación no tuvo demasiados problemas en esperar unos minutos para proseguir su marcha. Después de todo, tenía todo el día por delante.

Pero para el conductor de atrás, que pareció enloquecer por tener que esperar los mismos minutos que la familia, ese pequeño tiempo de retraso parece haber alterado drásticamente su itinerario. ¿Por qué?

Bueno. Supongamos que salió de apuro, con el tiempo justo para abordar un vuelo, y esos pocos minutos de retraso podrían marcar la diferencia entre lograr o no lo que se había propuesto. O supongamos cualquier otra cosa. Da lo mismo. Lo único cierto es que el plan de la familia y del que venía detrás eran completamente distintos, como distintos eran sus deseos y anhelos.

 

Otro ejemplo, solo a los fines de facilitar la comprensión conceptual de lo dicho.

Supongamos que alguien programó sus actividades matinales de modo tal que, primero, concurriría al banco para hacer una transacción impostergable (ya que en su experiencia justo en ese día de la semana es cuando hay pocas personas y la espera es muy corta); para luego, con el tiempo justo, dirigirse a la terminal de ómnibus y estar presente al momento en que su hija, después de tantos meses, finalmente viene a casa.

Sin embargo, al llegar al banco se encuentra con un escenario totalmente distinto al imaginado, ya que la cantidad de clientes esperando para ser atendidos excede en mucho a lo previsto.

Se encuentra entonces en el dilema de qué hacer. Por una parte, debe concretar el compromiso financiero. Por otra, anhela recibir a su hija al bajar del micro, aunque comprende que no podrá realizar las dos cosas.

Dejando de lado la decisión que pudo haber tomado, interesa aquí subrayar algunos aspectos.

Primeramente, es claro que la persona de este otro ejemplo, desde el principio diagramó su recorrido en base, por una parte, a algo esperable (la presunción de que en el banco, por tratarse de ese día en particular, habría poca gente); y por otra, en base al gusto o deseo de recibir a su hija cuando bajase del micro.

En segundo lugar, es presumible que -más allá de la frustración15 por lo ocurrido- la situación global de tensión vivida lograra afectarla realmente en términos de estrés, toda vez que se interrumpió su programa de acción ya que no pudo realizar, al menos, una de las dos cosas previstas (hacer la transacción bancaria o recibir a su hija), y al obligarla a improvisar una respuesta de un modo obligado.

 

Estas sencillas consideraciones, puede que aporten un dato importante adicional sobre la naturaleza y dinámica del estrés.

En efecto, toda situación o conjunto de ellas, potencialmente estresantes, serían –cuando menos parcialmente- reductibles a tres factores decisivamente perniciosos para la esfera emocional de cualquier persona, especialmente si se reiteran en el tiempo.

Estos son:

  • La alteración inadecuada e inoportuna del orden de vida y de las tareas cotidianas previstas o previsibles.
  • La supresión o destrucción de aquello que se esperaba, se deseaba, o ambas cosas.
  • Las presiones, externas o internas, que hacen que un individuo deba dar una respuesta improvisada a cosas no planeadas ni queridas para su vida.

 

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13- El deseo, en cuanto componente de lo emocional, se sustenta en sentimientos y/o carencias, que impulsan y determinan a la voluntad para conseguir y poseer aquello que se desea. Una persona que ha trabajado todo el día, por ejemplo, siente el cansancio y anhela un momento de sosiego y tranquilidad, algo que en ese momento no tiene (carencia), por lo que se determina, se pone en movimiento con acciones concretas, para alcanzar y responder al deseo de lograr algo de reposo o descanso.

 

14- Desde el punto de vista psicológico, la esperanza guarda relación con cierta expectativa de lograr resultados previsibles o favorables. Habitualmente implica un estado emocional optimista. Un padre, por ejemplo, cuyo hijo ha sobresalido siempre en las distintas instancias educativas previas, queda expectantemente confiado en que también logrará resultados similares durante su estadía en la facultad.

 

15- En general, la frustración –como reacción emocional- se origina cuando no se consigue llegar a un objetivo o se está impedido para realizar un deseo personal. Habitualmente, según el grado, genera ansiedad, nerviosismo, irritabilidad y en ocasiones angustia. Puede también propiciar un acto agresivo hacia uno mismo o hacia otros; y, ocasionalmente, generar estrés.

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WALTER EDGARDO ECKART

Estudios de Teología y Filosofía. Escritor. Facilitador para el Control del Estrés

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