Control de Situaciones Puntuales de estrés
Superada la instancia de análisis y evaluación clínica, corresponde preguntarse sobre cuáles son los pasos que debe seguir el facilitador para el control del estrés en la materia.
Sobre esto, según indican el análisis y la experiencia, una de las formas más consistente para la disminución del estrés radica en asumir desde el principio que un cuadro de esta naturaleza puede ser atenuado sólo si se produce su resolución práctica.
Se trata, pues, de instrumentar los medios para la disminución de los factores estresantes de la vida concreta del individuo; y de capacitarlo para prevenir cuadros similares en el futuro.
En otras palabras, mientras permanezcan sin resolver situaciones de tensión importantes en la vida del afectado, el estrés no será manejable desde el punto de vista terapéutico, y convertirá al sujeto en un factor estresante para su entorno.
Esto generará, a su vez, un círculo vicioso donde unos y otros retroalimentarán el cuadro inicial, cuya nocividad irá creciendo en forma exponencial hasta culminar en la forma más elemental del estrés social.
En principio, la resolución comporta cuatro estadios que, de mayor a menor en su eficacia, son: la superación, la delegación, la negociación y la declinación.
Sin embargo, cabe una aclaración. La significación y el alcance de cada uno de estos cuatro estadios o fases, no deben ser entendidos de un modo prescindente del historial de estrés que pudiera tener el afectado.
Una cosa es resolver un evento puntual de tensión, potencialmente estresante; y otra, distinta, es dar una respuesta terapéutica al estado global de estrés que padece el afectado.
Lo primero (resolver eventos puntuales) tiene que ver con lo inmediato, concreto y relativamente reciente o próximo, como podría ser, por ejemplo, una inminente separación conyugal.
Lo segundo (dar una respuesta global), aunque presupone lo anterior, implica un proceso extendido en el tiempo, durante el cual se deberá abordar y resolver un conjunto de sucesos de vieja data pero que siguen afectando a la persona en términos de estrés, como por ejemplo, la equivocada elección de una carrera universitaria, que luego derivó en el ejercicio obligado de una profesión que el individuo, desde hace años, detesta y rechaza, pero que la sigue ejerciendo por falta de opciones laborales, aún cuando ello lo estresa de una manera importante en la actualidad.
Hecha la salvedad precedente, conviene ahora precisar la naturaleza de cada uno de los cuatro estadios para la resolución práctica del estrés.
La superación.
Es la forma de resolución ideal, y consiste en abordar una situación potencial o fácticamente estresante para el individuo y su entorno, y ayudarle a descubrir cómo darle un corte definitivo al tema, aunque ello implique alguna forma de riesgo o de renuncia personal.
Supongamos, por ejemplo, que un trabajador se encuentra en el brete de tener que decidir a la brevedad si sigue en su actual trabajo o acepta una oferta mejor en términos económicos. Como a ambas cosas les ve los ‘pro’ y los ‘contras’, duda, teme equivocarse y dilata su decisión, aún cuando esa dilación lo perturba, lo debilita, lo confunde aún más y lo induce a seguir posponiendo su determinación, sin perjuicio de que -a la par- se vaya convirtiendo en un factor importante de tensión y angustia para su propia familia.
¿Qué hacer?
El proceso terapéutico en esta instancia pasa, sencillamente, por favorecer que el afectado comprenda e internalice algunas pocas ideas fuerza, como ser, que –en realidad- no tiene otra alternativa más que decidir; que cualquier opción siempre conlleva un riesgo que deberá ser asumido; que no debe adelantarse a los acontecimientos, puesto que la mera posibilidad de equivocarse no significa, necesariamente, que dicha posibilidad se vaya a convertir en una realidad futura; que, aún cuando el tiempo le confirmase que la decisión tomada no fue la correcta, la respuesta a esa nueva situación la deberá dar en ese momento, y no antes; y que –finalmente- dilatar indefinidamente esa decisión es la peor de las resoluciones, puesto que es contradictoria con la naturaleza de la idea misma de resolución.
La negociación.
Constituye una manera menos perfecta de llegar a una resolución práctica de los factores estresantes, ya que el concepto de ‘negociación’, por su misma naturaleza, implica la necesidad de disponer de un tiempo adicional, la noción de que ‘algo que se obtiene’ pero, al mismo tiempo, de ‘algo que se cede’.
Siguiendo con el ejemplo, si el individuo no pudo ‘superar’ su dilema y, en consecuencia, no pudo o no quiso decidir sobre el trabajo con el que finalmente se quedaría, bajo el argumento -por ejemplo- de que necesita más tiempo para pensarlo, puede recurrir a la negociación.
Por ejemplo, podría entrevistarse con el oferente del nuevo trabajo, manifestarle la necesidad de contar con más tiempo para decidir e, incluso, comprometerse a darle una respuesta definitiva en una fecha determinada.
Si procediera así y lograra su cometido, si bien el problema de fondo persistiría toda vez que la decisión quedó pendiente, sin embargo ganaría en tiempo y serenidad (lo cual constituye una forma de resolución), ya que desaparecerían las presiones inmediatistas que lo atormentaban; y partir de allí, tendría más posibilidades de reflexionar con libertad, consultar, sintetizar opiniones para llegar, finalmente, a una conclusión.
La delegación.
Más allá de su significado habitual, se toma aquí el concepto de delegación39 primariamente como expresión de la transferencia de una decisión personal que un individuo materializa en otros, por reconocerse impedido para hacerlo por sí mismo. Sólo secundariamente se la entiende en su acepción tradicional.
Además, ‘reconocerse impedido’ alude a las limitaciones prácticas para decidir, de las que el sujeto ha tomando conciencia, por lo que prefiere acatar la determinación de un tercero.
En el caso del trabajador, si no logró tomar una decisión y tampoco pudo negociar un poco más de tiempo, bien podría consultar a los integrantes válidos de su familia y acatar la decisión mayoritaria. Tal cosa provocaría la resolución del cuadro, aunque de un modo más imperfecto que los anteriores.
Por último, debe señalarse que la delegación, en sentido estricto, puede ser utilizada como estrategia intermedia y optativa en cualquier momento del proceso de resolución de una situación estresante, y constituye una opción razonable especialmente en casos donde el afectado está muy limitado y fatigado como para proveer por sí mismo al desenlace del tema.
La declinación.
Es el más extraño e imperfecto modo de resolución de una situación agobiante, aunque no por ello es menos genuino o fructífero.
La declinación se caracteriza por la resolución abrupta del tema cuando se ha fracasado en todas las otras instancias, e implica continuar –en algunos casos- en la misma situación objetiva, al menos por un tiempo. Paradójicamente, se trata de decidir ‘no decidir’.
El sustento conceptual de lo dicho radica en el hecho indubitable de que no todas las situaciones pueden ser resueltas satisfactoriamente.
De lo que se trata, entonces, es de minimizar el impacto en la dimensión subjetiva de la persona, que tal falta de resolución objetiva pudiera implicarle en el devenir del tiempo.
Si el trabajador del ejemplo hubiera fracasado en todos sus intentos anteriores por dar una respuesta, aún le quedaría la posibilidad de decidir positivamente por ‘no tomar ninguna decisión’ y dar por terminado el asunto en su esfera íntima, liberándose del estrés que le provoca su propia indecisión, aún sabiendo de que concluir con el tema sin resolverlo implicaría, seguramente, que el oferente busque a otro para el cargo propuesto.
Sin embargo, no debe confundirse –en el ejemplo- un eventual ‘no’ que hubiera dado el trabajador a la nueva propuesta de empleo, con el hecho de que haya declinado (desistido) de ofrecer una respuesta.
Un ‘no’ hubiera cerrado definitivamente el tema frente al oferente. Haber declinado, por el contrario, asume –como se dijo- ese mismo riesgo, pero incorpora otras posibilidades, como que el oferente, ante la falta de respuesta, decida concederle más tiempo (el mismo tiempo que le retaceó cuando el empleado intentó negociar), o mejore -incluso- las condiciones de su oferta con tal de inclinar su voluntad.
Como fuera, más allá del ejemplo propuesto a mero título enunciativo, lo que realmente interesa es comprender el principio rector para el manejo del estrés, que consigna que un cuadro de esta naturaleza puede ser atenuado sólo si se produce su resolución práctica.
La falta de resolución impacta directa y negativamente en la esfera psicoafectiva del individuo con grandes posibilidades de cualquier tipo de somatización, aún, incluso, cuando no fuera consciente de tales procesos perniciosos; y aún, también, cuando ignorase que, en poco tiempo, podría estar padeciendo los efectos del estrés, con el cambio conductual que este le provocaría, convirtiéndose –entonces- en un estresor40 para su grupo familiar.
El ejemplo vale lo que vale, pero mientras tanto ilustra al terapeuta sobre cómo detectar la fase en la que se encuentra el afectado y las posibilidades de resolución que tiene.
Además, permite inferir las primeras pistas a tener en cuenta para el tratamiento del estrés: valoración real de los problemas, adecuado manejo de los tiempos, conocimiento y aceptación de las propias limitaciones y las del entorno (que puede implicar la presencia de un mediador), y la determinación de elegir siempre entre lo inconveniente y lo menos inconveniente sólo cuando ya no sea posible hacer una opción entre lo más o lo menos provechoso.
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(39) En general, la delegación es un traslado de algunas tareas propias a otro, al cual se le especifican los objetivos a conseguir, las atribuciones de las que gozará y los márgenes de su actuar.
(40) En el caso de un grupo familiar, un ámbito laboral o amical, si uno de sus miembros está estresado se convierte para los demás en un estresor, es decir, en un desencadenante de estrés.
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