Las Conductas Agresivas
En los niños, la agresividad se observa de forma directa como un acto físico: pegar o golpear, empujar, morder, patalear, quitar objetos... o como acto verbal: utilizando palabras como insultos, amenazas o gritos.
También podemos hablar de agresividad indirecta: el niño destruye objetos de la persona que origina el conflicto.
Estas conductas son consideradas agresivas porque son intencionadas y pueden causar daño físico o psíquico.
Se deben a dificultades en la relación del niño con los adultos que aplican consecuencias diversas a sus acciones, no satisfacen sus deseos o les exigen que cumplan unas normas.
Según van creciendo, las conductas agresivas son también el resultado de conflictos con otros niños que les agreden o que son como un obstáculo para satisfacer sus deseos.
Las conductas agresivas infantiles varían durante el desarrollo.
Los bebés expresan su frustración y enfado pq una necesidad no es cubierta: con gritos, lloros y expresiones faciales. Estas conductas son consideradas los primeros signos de comportamiento agresivo.
La agresión física aparece por primera vez entre los 6 y los 12 meses (es cuando adquieren el control motriz para realizar gestos dirigidos). Sigue siendo consecuencia de la frustración.
Cuando comienza o empieza la autonomía se produce un aumento de comportamientos agresivos en frecuencia y en intensidad, es decir sucede en varias ocasiones y pueden ser de más duración o más fuertes.
La mayoría de los niños de 2 años utilizan conductas agresivas como primer recurso para obtener lo que quieren. Son conductas agresivas instrumentales y su objetivo es conseguir algo que se desea más que hacer daño. Suelen ser: pegar o golpear a otros niños, morder, pataletas, rabietas...
Estas conductas van disminuyendo, cada vez son menores, van desapareciendo... y aumenta la agresión indirecta y verbal. Este tipo de agresión es la hostil, ya que con ella se intenta herir física o psicológicamente a alguien. Es una agresión más elaborada: romper o tirar los objetos de la persona a la que se quiere dañar, insultos, burlas, humillaciones, mentiras...
Al final de la etapa más o menos, disminuye la agresividad física. Los niños adquieren habilidades que les permiten utilizar otros recursos para conseguir sus objetivos y controlar sus reacciones agresivas: habilidades como mayor dominio del lenguaje para comunicarse de forma más adecuada con el entorno, el desarrollo del juego de pelear que le permite adquirir autocontrol sobre sus acciones y emociones y la adquisición de habilidades sociales para obtener lo que quieren y poder evitar que haya conflicto.
Este es el momento adecuado para enseñar a los niños a controlar su agresividad a través del diálogo.
Los niños que desde una edad temprana no aprenden a reemplazar la agresión física con comportamientos sociales adecuados, suelen fracasar más en el colegio, tener comportamientos delictivos, y tener problemas de salud debido a sustancias ingeridas que dañan a la salud... Además suelen tener pocas habilidades sociales, pudiendo ser rechazados por otros niños, y problemas de comportamiento con los adultos.
Por ello, el comportamiento agresivo es un factor o aspecto de riesgo. Es necesario tratarlo educativamente.
Es importante trabajarlo tanto en casa como en la escuela y si fuera necesario con el profesional especialista adecuado para tratar esos comportamientos o conductas indeseadas e inapropiadas.