Introducción

El propósito de este curso es mostrar la vinculación que existe en la teoría ética de Tomás de Aquino entre la virtud de la humildad, que está regida por la razón práctica, y la acción concreta del ser humano, pues el papel de esta virtud es orientar al hombre en sus acciones hacia el bien, de forma que éste no sólo persiga su propio bien personal, sino también el de los demás. Al tratar de este tema nos encontramos dentro del ámbito de la ética y de la acción práctica, puesto que aquel que es humilde actúa rectamente y, contrariamente, quien se deja llevar por el amor desmedido que siente por sí mismo obra mal. Con todo, en ocasiones, la soberbia también puede nacer de su contrario, como sucede “cuando alguien se enorgullece por su humildad”, puesto que conviene matizar que según el criterio tomista “nada prohibe que un contrario sea causa del otro por accidente”.

 

El de Aquino considera que el defecto fundamental de la soberbia no sólo está en el intelecto, sino también en el sentimiento, ya que el soberbio magnifica su propio bien; tiene un deseo desmedido de excelencia personal que no es acorde a la recta razón. Por este motivo, Tomás indica que “la humildad no sólo se requiere para la salud interior del sentimiento y del intelecto, sino también para la pureza exterior de las obras”. La virtud está orientada al bien, mientras que cualquier vicio tiene como causa el mal. Si el ser humano tiende de forma natural al bien, que causa placer y gozo, y evita el mal, que produce el dolor y la tristeza, “la humildad, en cuanto que es virtud, lleva algún placer deseable en el interior en su razón”. En contra de la bondad propia del hombre humilde, el soberbio refleja aversión al bien en sus acciones. En suma, "el apetito desordenado de los bienes arduos o difíciles corresponde a «la soberbia de la vida», porque la soberbia es un deseo desordenado de sobresalir.

 

A lo largo de su obra, el dominico muestra cómo la virtud de la humildad es un medio eficaz para luchar contra el vicio de la soberbia. Así afirma Pieper que “en todo el tratado de Santo Tomás sobre la humildad y la soberbia no se encuentra ni una frase que diera pie a pensar que la humildad pueda tener algo que ver, como tampoco lo tiene ninguna otra virtud, con una constante actitud de autorreproche, con la depreciación del propio ser y de los propios méritos o con una conciencia de inferioridad”. Por tanto, "la soberbia es la elevación defectuosa del apetito. Es decir, la humildad limita el amor excesivo que el soberbio siente por sí mismo y que se refleja de forma clara en la acción a través de la hipocresía, la jactancia, la desobediencia o la ingratitud.

 

Sin embargo, la persecución del elogio por parte del soberbio tiene una consecuencia directa en relación con la felicidad. Como pone de manifiesto Silvestre de Ferrara, la felicidad del soberbio depende siempre de los demás, porque el honor no está en la potestad de aquel que es honrado, sino en la decisión de aquel que honra. Es decir, la felicidad del soberbio siempre está en manos del aplauso ajeno, por lo que tiene una base y un soporte muy débil. Así lo percibe también Báñez: "la felicidad debe ser el verdadero bien del hombre pero el honor y la fama, fácilmente pueden ser falsos, porque la fama no es otra cosa que la clara notoriedad del elogio". Como bien aclara Silvestre de Ferrara pocas cosas existen en la vida de un ser humano que sean tan inestables como la fama.

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