Optimismo y educación

El optimismo y la esperanza –al igual que la impotencia y la desesperación- pueden aprenderse.” (9) Esta afirmación de D. Goleman es compartida por muchos autores. De hecho, el acto de educar es un acto optimista porque, sea cual sea el planteamiento del mismo, se educa para enriquecer, aportar, desarrollar… al educando. Y, por ende, con el acto de educar el educador también se enriquece.

Quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber qué la anima, en que hay cosas... que pueden ser sabidas y que merecen serlo, en que los hombres podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento.” (Referencia de F. Savater en el libro de Dolores Avia y Carmelo Vázquez). (10)

Así pues, los educadores –seamos padres/madres, profesorado, tutores...- podemos acompañar el crecimiento de nuestros educandos en clave de Optimismo. Se trata de desarrollar en ellos los llamados factores de protección, es decir, estrategias y herramientas que puedan utilizar para vivir su madurez con autonomía y libertad.

Facilitarles desde su infancia el entrenamiento en amor y respeto hacia sí mismos y hacia los demás; una adecuada gestión de sentimientos; la puesta en práctica de habilidades de comunicación con los demás, enriquecedoras y empáticas; y una aceptación de límites, normas y responsabilidades como oportunidades de crecimiento, contribuyen a forjar en ellos modos de hacerse optimistas ante su vida.

risa niño

 

Seligman dice que “cuando enseñamos el optimismo a nuestro hijo, estamos enseñándole a conocerse a sí mismo, a ser curioso respecto a su teoría sobre sí mismo y sobre el mundo. Estamos enseñándole a adoptar una postura activa en su mundo y a configurar su propia vida, antes que a ser un receptor pasivo de lo que sucede a su alrededor. Mientras que en el pasado podía haber aceptado sus creencias e interpretaciones más calamitosas como hechos incuestionables, ahora es capaz de reflexionar atentamente sobre dichas creencias y de evaluar su veracidad. Ahora se halla equipado para perseverar frente a la adversidad y para esforzarse en superar sus problemas.” Afirma que “la enseñanza del optimismo coincide con la enseñanza de la veracidad”. (11)

Lo expuesto anteriormente está lejos de la actitud de muchos padres de sobreprotección de los hijos ante los contratiempos de la vida, intentando pasar por encima o evitándoles los acontecimientos frustrantes. Boris Cyrulnik, citado anteriormente, afirma: “Si un niño ha conocido tanto la tristeza como el apoyo emocional, su cerebro estará abierto. Sabrá qué es la esperanza y estará armado para afrontar la vida.” (12)

abrazo bebé

 

Completando lo ya dicho, S. Biddulph, en “El secreto del niño feliz” plantea directamente cómo los padres pueden educar a sus hijos para hacerles felices, es decir, no para que todo les vaya bien en la vida, cosa que no está en el control de ninguno, sino para que tengan recursos de afrontamiento. Como muestra, estas pautas:

  • Decirles las cosas de forma positiva, evitando los planteamientos en negativo.
  • Cubrirles las necesidades que tengan tanto las materiales como las afectivas.
  • Conversar con ellos no sólo hablándoles sino escuchándoles activamente.
  • Ayudándoles a “sentirse cómodos” ante los sentimientos tanto placenteros como displacenteros.
  • Utilizar un estilo educativo asertivo que combine la firmeza y el cariño al cincuenta por ciento. Biddulph habla de ser padres enérgicos frente a los agresivos y los pasivos. (13)

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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