Terapia y Preguntas Frecuentes
Como se anticipó, pensando en las posibles dudas e inquietudes que puedan estar presentes en aquellos que aspiran a ser Facilitadores para el Control del Estrés, conviene formular algunas preguntas frecuentes sobre cómo proceder en algunas circunstancias, y ofrecer las respuestas del caso.
1) ¿Qué es lo primero que debe hacer el facilitador para el control del estrés en la consulta inicial de una persona estresada?
Indagar, primariamente, sobre los motivos que llevan al individuo a suponer que sus dolencias o molestias devienen de un cuadro de estrés42.
Indagar, asimismo, sobre sus últimas visitas al clínico o especialista (cardiólogo, neurólogo, psiquiatra, psicólogo, etc.); sobre los resultados de laboratorio, medicación que toma habitualmente y la opinión profesional del o los médicos.
Esto reviste especial importancia cuando la persona, aún con dolores o molestias importantes, no ha recurrido al clínico desde hace mucho tiempo (por ejemplo, seis u ocho meses).
En este caso, conviene que el facilitador para el control del estrés le aconseje, antes de hacer nada, que acuda al médico y le describa sus dolencias y molestias, al mismo tiempo que requiera su opinión sobre una eventual terapia para manejar el estrés. En este caso, se puede acordar una nueva entrevista para cuando estos pasos ya se hayan cumplimentado.
2) ¿Cómo proceder si el afectado (que a pesar de sus dolencias no se ha sometido a una evaluación médica desde hace demasiado tiempo) rechazara de todos modos la sugerencia de recurrir primero al clínico o profesional adecuado?
Considerando que hasta el momento la terapia adecuada y específica para controlar el estrés no está convalidada (al menos en la gran mayoría de los países) como una disciplina académica con título habilitante, el servicio que preste el facilitador para el control del estrés en la materia no tiene otra autoridad que la que emana de sí mismo, de sus estudios, investigaciones y capacidad para demostrar (si fuera necesario) la sapiencia con la que cuenta, y el soporte científico que –eventualmente- le pudieran haber aportado algunas disciplinas específicas y afines, como por ejemplo la psicología.
De todas maneras, en situaciones así y teniendo en cuenta que una terapia o proceso saludable para manejar el estrés no reporta ninguna forma de contraindicación médica, no incluye ninguna modalidad de ejercicios físicos sobre exigentes ni tampoco supone la ingesta de medicamento alguno, conviene, de todos modos y desde un punto de vista metodológico, respetar algunos parámetros.
Estos bien podrían consistir, por ejemplo, en concertar una nueva entrevista con el afectado y alguien relevante de su grupo familiar, a fin de recabar más información y dar las explicaciones del caso; y dejar alguna forma constancia43 de que la persona, a pesar de las sugerencias del facilitador para el control del estrés, ha desistido de toda evaluación médica previa y ha optado, sencillamente, por su propia voluntad y con el asentimiento de un familiar, por seguir las indicaciones, prácticas y ejercicios que el facilitador le indique en el futuro.
3) ¿Cuáles son las primeras explicaciones previas que el facilitador debe ofrecer al afectado?
Al final de la entrevista inicial (si todo fue bien según lo dicho más arriba), o al principio de la segunda (si las circunstancias así lo ameritan), el facilitador debería ilustrar a la persona sobre los tres aspectos esenciales para el control de estrés.
Estos aspectos, naturalmente, deberían ser abordados íntegramente en el plan concreto y práctico44 que el propio facilitador desarrollará según su criterio y las necesidades del individuo, para luego ofrecerle al propio afectado.
Sin embargo, la explicación previa y teórica de los mismos ayudará al individuo a entender la amplitud del tema y a comprender, como ya se dijo, que el manejo adecuado del estrés no debe ser entendido como un acto puntual, ocasional o esporádico, sino como un proceso gradual que le demandará algunas semanas o meses de trabajo personal; y que, en algunos casos, si a juicio del facilitador así conviene, podrá implicar, incluso, la intervención complementaria de algún profesional, como un psiquiatra o psicólogo, por nombrar.
Los tres aspectos esenciales a explicar al afectado para el control del estrés son:
a) La determinante importancia del descanso y del sueño nocturno
Habida cuenta de que el manejo y lucha contra este fenómeno nocivo se produce –en rigor- por la resolución de los estresores, según se dijo; y considerando que tal resolución implica (entre otras condiciones) lucidez, ánimo (o motivación) y objetividad por parte del afectado al momento de afrontar su propia realidad, resulta entonces evidente que la primera acción terapéutica concreta consiste en favorecer estas condiciones.
Una persona con la mente despejada, con una saludable actitud siempre pronta a enfrentar con serenidad sus conflictos y problemas; y con la capacidad de descubrir las causas de sus dificultades, de evaluarlas en su justa y real magnitud (sin achicar ni agrandar los problemas), y de ingeniársela para encontrar formas de soluciones creativas; una persona en esa situación, ciertamente ya estará en condiciones para transitar la mayor parte del camino adecuado que conduce al manejo del estrés.
¿Cómo? Puede resultar una banalidad, pero –ciertamente- es determinante que el afectado logre, cada día, descansar y conciliar el sueño. No el superficial, intermitente o entrecortado y de poca duración en relación a la edad45, sino el sueño profundo y cualitativamente virtuoso, que se prolonga durante la cantidad de horas que realmente necesita46, sin perjuicio de las etapas o faces que implica el mismo proceso de dormir47.
¿Por qué? Al dormir, el sueño (a través de sus distintas fases y ciclos) se convierte en un reparador natural del desgaste global presente en cada jornada que sufre cualquier persona, eliminando o disminuyendo el cansancio acumulado a lo largo del día y propiciando tanto el descanso físico como el mental.
En lo concreto, esto significa que, al despertar, el individuo experimenta no sólo una renovada energía física sino que también advierte que se encuentra más estable emocionalmente y con la mente más despejada y clara, lo que le hará capaz –entre otras cosas- de evaluar adecuadamente los problemas y encontrar las decisiones creativas que deberá tomar al momento de enfrentarse al conjunto de dificultades que le pueda estar planteando la vida.
Por contraste, la persona que no ha dormido bien durante el tiempo mínimo y necesario requerido por ella en su situación concreta, padecerá algunos o varios de los efectos negativos propios de la falta de sueño: cansancio, confusión, depresión, irritabilidad, apatía, etc. A lo cual se agrega que si estos episodios se reiteran periódicamente, el individuo (sin saberlo) habrá comenzado a perder gran parte de la eficiencia de su propio sistema inmunológico.
A partir de lo dicho, resulta relativamente sencillo comprender la importancia del buen descanso para el control del estrés; la necesidad del facilitador para el control del estrés de conocer –al menos en los aspectos básicos- el historial clínico del afectado; y la eventual medicación relativa a favorecer el sueño que pueda estar tomando.
Pero, por otra parte, la mera explicación de este y otros aspectos fundamentales para el manejo del estrés no constituye, per se, ninguna forma de terapia aunque –como se adelantó- ayudará al individuo a entender la amplitud del tema y a valorar mejor la importancia del esfuerzo personal.
b) La necesidad de identificar y resolver, en y desde la vida cotidiana, las principales causas de tensión y estrés.
Esto guarda estrecha relación con lo definido y ejemplificado anteriormente en relación a los cuatro estadios necesarios48 mencionados como alternativas jerárquicas y optativas (de mayor a menor) para lograr el control del estrés.
Asimismo, constituye un modo de recordatorio que bien puede ser expresado como una premisa: las técnicas para el manejo del estrés deben ser ejercitadas por el afectado en el marco de su vida normal, sin perjuicio de que algunas de ellas se deban realizar en el gabinete del facilitador para el control del estrés.
Pero, aún así, nada de lo dicho parece tener la suficiente entidad como para evitar algunos interrogantes que se imponen por su propio peso: ¿Cómo llevar esto a la práctica?
¿Cómo favorecer el descanso del afectado para que pueda aprovechar desde el inicio los beneficios naturales y reconstituyentes del sueño nocturno?
¿Qué indicación precisa corresponde ofrecer para que, en la cotidianeidad de su vida, pueda identificar y resolver los principales factores que le provocan el estrés?
Más allá de respuestas concretas a estos interrogantes y a varios otros que se pudieran suscitar, por lo pronto sigue valiendo la necesidad de que, en el marco de la entrevista pertinente, se expliquen estas cuestiones al afectado, dado que cuando mejor comprenda y medite sobre la diversidad de aspectos intervinientes, más dispuesto (probablemente) se determinará a ejercitarse en las técnicas específicas sugeridas con posterioridad por el facilitador.
No obstante ello, se señala que, en lo referente a identificar y resolver las principales causas de estrés, convendrá siempre que el afectado cuente por indicación del facilitador (a la manera de un soporte domiciliario) de los medios suficientes y necesarios que le permitan jerarquizar los estresores que lo perturban y elegir –a su exclusivo criterio- a algunos de ellos, para luego discernir y establecer, por sí mismo, un eventual conjunto de acciones prácticas apropiadas, las que –según su propia estimación- le permitirá “resolverlos” aceptablemente, según la significación que a este término se le ha dado anteriormente.
c) La conveniencia de aprovechar toda práctica lícita preexistente que el afectado ya ha constatado como saludable y virtuosa para controlar el estrés.
Es una constante histórica y cultural que, más allá del trabajo y las obligaciones, las personas siempre han sabido encontrar algún resquicio de tiempo como para disfrutar de momentos agradables y reconfortantes, sea en soledad o junto a familiares o amigos.
El impacto de esos tiempos en la esfera psicoafectiva y física de la persona, al igual que el sueño aunque de otro modo, revitaliza el sistema inmunológico y restable la dimensión emocional.
Desde una simple instancia de esparcimiento (una reunión de familiares o amigos, una película, un momento de lectura o de música, una comida fuera de casa, un paseo, un gusto personal, etc.), hasta una rutina periódica de ejercicios físicos, un programa personal de meditación y relajación, o un espacio cotidiano para la oración, por citar, son –todas estas y tantas otras- actividades que favorecen enormemente el recupero del equilibrio emocional e implican un amplio abanico benéfico para la corporeidad del afectado.
Sin embargo, nada de esto debe ser entendido como una suerte de misticismo de vida o como un conjunto de imperativos psicológicos o morales.
Simplemente se trata de ejercitarse en lo que se podría llamar ‘la ascesis de la normalidad’49; se trata de entender que la vida, si fuera una cuestión de colores, admitiría siempre, entre lo negro y lo blanco, una infinidad de matices; y que nada es totalmente perfecto ni imperfecto; que siempre es posible dejarse ayudar por toda cosa o hábito saludable que favorezcan el bienestar personal, aunque a veces se tenga la impresión que ello constituye una pérdida de tiempo.
El esparcimiento, bajo cualquiera de sus múltiples formas, es un componente indispensable para la normalidad de vida.
No es algo que se hace sólo cuando sobra el tiempo sino que –en rigor- es una elección personal, individual, una determinación, tan importante como cualquier otra diligencia cotidiana50, que debe ser defendido y potenciado en el marco de un equilibrio que englobe a todas las actividades de la persona.
El facilitador para el control del estrés debe ayudar a que el afectado comprenda la importancia del esparcimiento y lo descubra como un valor positivo a conquistar dentro de la dinámica de su propia vida.
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(42) Suele suceder, sin embargo, que el afectado recurra al terapeuta no por tener la sospecha consciente de estar bajo los efectos del estrés, sino por la desesperación o angustia que le provocan los síntomas; y habitualmente por sugerencia o consejo de una persona de su confianza.
(43) Como ya se dijo, se entiende por facilitador a toda persona que ha logrado algunas habilidades especiales y saludables, obtenidas a través del estudio y de la experiencia en lo concerniente al manejo del estrés, y que tiene por finalidad brindar un apoyo práctico para que el afectado logre superar o atenuar los efectos del mismo.
La constancia escrita en cuestión es, en realidad, un mero recaudo legal, la que podrá ser dejada de lado si a juicio del facilitador así conviene.
(44) Se entiende por ‘plan concreto y práctico’ al conjunto de acciones saludables coordinadas para favorecer el adecuado manejo del estrés en la vida cotidiana del afectado y del entorno inmediato (familia, amigos, trabajo, etc.).
A título meramente enunciativo, se sugiere que dicho plan o programa de trabajo contemple un período de entre dos y seis meses según los casos.
(45) Más allá de las variaciones propias de cada persona, el número de horas que se necesita para amanecer con una energía y vitalidad renovadas, puede depender de varios factores, entre ellos la edad del individuo. Los bebés, por ejemplo, pueden llegar a dormir a lo largo del día alrededor de unas 18 horas, y en la medida que van creciendo esas horas disminuyen.
Otro tanto ocurre durante la tercera edad, donde también disminuyen las horas de sueño necesarias para el buen descanso. Por otra parte, se suele señalar que una persona adulta generalmente necesita alrededor de 8 horas diarias de sueño reparador, pero este es un indicador bastante relativo.
(46) Existe la falsa creencia de que no importa demasiado cuántas horas una persona debe dormir, sino que lo que realmente interesa es la calidad del sueño. Desde el punto de vista psicológico esto no es así. Un individuo cualquiera debe dormir profundamente y –al mismo tiempo- durante todas las horas que su organismo (en condiciones normales) así lo requiera.
(47) Al dormir, el sueño pasa por cuatro etapas que van desde el sueño liviano hasta etapas más profundas, que conforman un segmento llamado NoREM. Además, hay una quinta fase denominada REM, (Rapid Eye movement) que es una etapa con características diferentes a las de las otras y aparece cuando estamos soñando.
El ciclo REM-NoREM se repite cíclicamente a lo largo de la noche, cada ciclo dura unos 90 minutos en total, y comienza siempre por el NoREM.
(48) La superación, la delegación, la negociación y la declinación.
(49) La normalidad, como concepto, alude a un comportamiento que está vinculado a la conducta de una persona que no expresa diferencias importantes respecto a la conducta del resto de su grupo social; y que guarda estrecha relación con la historia e idiosincrasia cultural.
La ‘ascesis de la normalidad’ –por su parte- bien puede ser descrita como un conjunto de actividades que engloba lo espiritual, lo psicológico y lo físico, y que está orientada a ordenar todo aspecto que se percibe o intuye como su contrario en el contexto cultural y social en el que alguien vive; es decir, como lo que está desordenado, aún cuando ello implique esfuerzos y renuncias.
(50) Desde la psicología social se ha señalado numerosas veces el efecto nocivo al que se exponen quienes, por contagio o influencia urbana, hacen del trabajo su actividad principal en tanto que lo valoran, consciente o inconscientemente, como la única fuente de toda gratificación, descuidando el valor de la propia salud, la integración con la familia, y la utilización necesaria de parte del tiempo en actividades recreativas sanas, entre otros aspectos.
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