Prevención en las demencias(II): Factores Protectores
Una vez expuestos aquellos factores que en función de su exposición, aumentan la probabilidad de desarrollar una patología neurodegenerativa, pasaremos a continuación a exponer aquellos factores que disminuyen tales probabilidades.
En primer lugar, se aboga a una serie de puntos por los que no sólo debemos centrarnos en evitar los factores de riesgo, sino también en los factores protectores. Estos últimos son aspectos que pueden ser claves de cara a una intervención preventiva y de calidad. Así, y siguiendo a Pérez-Castejón, Durany, Garrigós y Olivé (2007) la prevención debe ser una prioridad en la salud pública, puesto que se hace necesaria una identificación de aquella población de riesgo para poder intervenir lo antes posible, dado que existen evidencias de que, en relación a aspectos funcionales, los periodos de incapacidad previos a la muerte han ido disminuyendo en los últimos años en los países desarrollados. En este sentido, la gerontología preventiva persigue, entre otros aspectos, promocionar estilos de vida saludables, para así, garantizar un mantenimiento de la capacidad funcional en ausencia de enfermedad, una vida social rica en relaciones interpersonales; elementos claves que definen el envejecimiento saludable (Pérez-Castejón, Durany, Garrigós y Olivé, 2007).
Entre las intervenciones preventivas que hasta la fecha han demostrado cierto grado de eficacia se encuentran la detección y control de la hipertensión arterial con riesgo cardiovascular o enfermedades relacionadas con la alimentación; detección de la diabetes tipo 2 y sus consecuencias; detección del tabaquismo y cesación; prescripción de aspirina en adultos de entre 40 y 75 años con riesgo cardiovascular elevado; detección de osteoporosis en mujeres mayores de 65 años y a partir de los 60 si se presenta un mayor riesgo; y detección y tratamiento de la depresión (Pérez-Castejón et al., 2007).
No obstante, hay otra serie de variables o factores, en los que se necesita incidir para poder optimizar este tipo de tratamientos preventivos. En las siguientes líneas se expondrán de manera individual cada una de ellas.
Nivel de educación y reserva cognitiva
En la práctica clínica, se puede observar frecuentemente que el grado de recuperación ante un determinado daño o alteración neurológica es diferente a pesar de que la gravedad de la misma fuera similar. Este distinto grado de recuperación es debido, en gran parte gracias a la reserva cognitiva. A esta variable la podemos conceptualizar como la capacidad que tiene el cerebro para afrontar los cambios cerebrales producidos por el envejecimiento normal o por un proceso neuropatológico, contribuyendo a disminuir sus manifestaciones clínicas. Esto quiere decir, como hemos mencionado anteriormente, que ante una alteración neurológica, el nivel de reserva cognitiva contribuiría a disminuir o atenuar las manifestaciones clínicas consecuentes a dicho daño. Esto explicaría la enorme variabilidad que se encuentran en aquellas personas que padecen demencia, en donde los síntomas y signos clínicos en una persona con alta reserva cognitiva aparecen más tardíamente en comparación con aquellas que la tienen baja (Rouler, 2004; Rodríguez-Sánchez, 2004).
Íntimamente relacionada con la reserva cognitiva, está el nivel de educación o nivel de estudios. Decimos en este caso, que aquellas personas que tienen estudios superiores, presentan una mayor reserva cognitiva, y a la inversa. De este modo, se establecen una serie de factores congénitos y ambientales (entre los que se encuadraría el nivel de estudios) que proporcionan una serie de mecanismos cuantitativos y cualitativos, que hacen al sujeto más resistente a los procesos patológicos cerebrales (Carnero-Pardo, 2000). De la Barrera, Donolo y Rinaudo (2010) estudiaron el impacto que podría tener esta variable en el riesgo de demencia y encontraron que aquellas personas con más de 12 años de escolaridad tenían un 0.5% de probabilidad de padecer demencia; mientras que aquellos que tuvieran menos de 12 años de escolaridad, presentaban un riesgo de un 6.5% de padecer tal afección (De la Barrera, Donolo y Rinaudo, 2010).
Además de la educación, Fornazzari (2008) indica que la música, la pintura o la escritura son importantes potenciadores de la reserva cognitiva, apuntando asimismo que la enseñanza de estas actividades artísticas podrían ser otra forma de aprendizaje para las nuevas generaciones (Fornazzari, 2008).
Estimulación cognitiva
Otro de los factores neuroprotectores de las demencias es la estimulación cognitiva. Mantener el cerebro en una constante actividad, pues evita el deterioro mental e incrementa la densidad sináptica de determinadas áreas cerebrales (de la Barrera, Donolo y Rinaudo, 2010).
Es más, esta variable mantiene una fuerte relación tanto con el nivel de educación como con la reserva cognitiva. De este modo, en conjunto, todas estas variables determinará la manifestación de los síntomas de demencias como la Enfermedad de Alzheimer o de la Demencia Frontotemporal. La premisa bajo la que trabaja la estimulación cognitiva es la neuroplasticidad, que es la capacidad que tienen las células del sistema nervioso para regenerarse anatómica y funcionalmente después de haber sufrido determinadas patologías ambientales o del desarrollo, incluyendo traumas y enfermedades. En esta misma línea, Hernández-Muela et al., (2004) indica que los diversos cambios cerebrales pueden modularse desde un punto de vista físico, farmacológico o cognitivo-comportamental. Este último aspecto destaca que tras una evaluación neuropsicológica completa, se pueden diseñar estrategias de rehabilitación para poder recuperar un déficit cognitivo o de las funciones cerebrales superiores (Hernández-Muela et al., 2003, citado en De la Barrera, Donolo y Rinaudo, 2010).
Otros autores, como Barranco-Quinta y sus colaboradores, constatan que entre las personas con menor educación se encuentra una mayor proporción de demencia tipo Alzheimer. Así, se subraya el papel tanto de la educación como de la actividad mental constante a lo largo de la vida, con el propósito de revertir este efecto, es decir, pasando de un factor de riesgo, a un factor protector (Barranco-Quintana, Allam, Del Castillo y Navajas, 2005).
Para finalizar este apartado, podemos exponer las aportaciones Rodríguez, Couso, Orozco, del Pino y Tintores (2003), quienes indican que aquellas personas mayores de 60 años que ejercitan su capacidad intelectual, cuenta con un factor protector que debemos de tener en cuenta, sobre todo cuando estas personas tienden a presentar una escasa actividad intelectual. Así pues, mediante la estimulación cognitiva, se podría evitar esta escasez actividad, y de este modo prevenir el deterioro cognitivo de nuestros ancianos (Rodríguez, Couso, Orozco, del Pino y Tintores, 2003).
Dieta mediterránea
Esta variable, tal y como ocurre con el nivel de educación, puede ser tanto un factor de riesgo como un factor protector, dependiendo de la calidad. De este modo, actuarían como factores protectores, la ingesta de suplementos vitamínicos antioxidantes y de ácidos grasos poliinsaturados (Barranco-Quintana, Allam, Del Castillo y Navajas, 2005):
- Suplementos vitamínicos antioxidantes (vitaminas E y C): el consumo de antioxidantes, ya sea por dieta o por suplementos dietéticos, podría ser un factor neuroprotector, atenuando el declive cognitivo relacionado con la edad. Las vitaminas E y C son compuestos de la dieta que funcionan como recicladores antioxidantes de radicales libres tóxicos. A modo de tabla, se recogen los principales alimentos que incluye cada conjunto de vitaminas (Avello y Suwalsky, 2006):
Vitamina | Fuente alimentaria |
Vitamina E | Aceites vegetales, aceites de semillas prensadas en frío, germen de trigo y de maíz, almendras, avellanas, girasol, frijol de soya, nuez, maní, papas frescas, pimentón, apio, repollo, frutas, pollo y pescado. |
Vitamina C | limón, lima, naranja, mango, kiwi, fresa, papaya, mora, piña, tomate, espinacas, perejil, hojas de rábano, repollo, coliflor, brócoli, pimentón y lechuga. |
Carotenoides | Verduras y frutas amarillas y anaranjadas, verduras verde oscuro; zanahoria, tomate y brócoli. |
- Ácidos grasos poliinsaturados: consumir pescados y otras fuentes de ácidos grasos ω3 (omega 3) puede contribuir de manera positiva a una reducción del riesgo de padecer Enfermedad de Alzheimer. Así, se constata que las personas que consumen pescado al menos una vez por semana, presentan entre un 60 y un 70% de probabilidad menor de riesgo de desarrollar demencia.
Aravaneda (2014) también hace hincapié en hacer énfasis en aspectos dietéticos, considerando que el consumo de vitaminas y pescado, podría tener un efecto positivo en la presencia de demencia tipo Alzheimer y en su progresión (Aravaneda, 2014).
- Alcohol
El consumo de alcohol puede estar íntimamente relacionado también con la dieta mediterránea. En concreto, el vino tinto es uno de los componentes esenciales de dicha dieta, y uno de los principales factores de la baja incidencia de enfermedad coronaria en las poblaciones mediterráneas. Así pues, diversas investigaciones ponen de manifiesto que el consumo moderado y regular de vino tinto previene el daño oxidativo al ADN, ya que su consumo normalmente va acompañado de dietas ricas en grasas, frutas y verduras. A nivel más específico, el vino tinto protege la función endotelial, que en último término reduce la aparición de hipercolesterolemia, hipertensión y otros factores que conducen a la aterosclerosis, afección que se asocia a un alto riesgo de presencia de demencia (Avello y Suwalsky, 2006). Dicha función endotelial podría estar modulada por un elemento denominado resveratrol, cuya función podría tener un efecto cardio y quimioprotector al evitar la acción de la proteína beta-amiloide sobre las células cerebrales (Barranco-Quintana, Allam, del Castillo y Navajas, 2005).
Lectura, escritura, estudio de nuevos idiomas, universidad para mayores y práctica de ajedrez
A nivel de población, se acepta socialmente que la lectura es un elemento positivo que mantiene activo al cerebro. Es más, a nivel científico, se afirma que la lectura continuada es un factor protector. Esteve y Collado (2013) en su investigación, afirman que las personas que tienen un hábito de lectura, presentan menos probabilidad de desarrollar demencia, sobre todo si ese hábito es frecuente por más de cinco años. De este modo, concluyen estos autores que el fomento de la lectura podría ser una buena estrategia de prevención primaria en el ámbito poblacional (Esteve y Collado, 2013).
Relacionado con el nivel de educación, pero más aun con un nivel de vida activo, debemos de centrarnos brevemente en el papel que ejercen las Universidades de Mayores en las personas pertenecientes al colectivo de la tercera edad. En este sentido, esta modalidad universitaria es un programa de envejecimiento activo que está en auge en nuestro país, ya que tiene repercusiones en las relaciones sociales y en los procesos de aprendizaje y memoria episódica y semántica. Debido a esta mejora en determinadas funciones cognitivas, se ha postulado que la Universidad para Mayores podría proporcionar efectos protectores o estrategias compensatorias que ayudarían a atenuar el declive cognitivo en la edad avanzada (Gázquez, Pérez-Fuentes y Carrión, 2010).
Por otra parte, se detecta también que la práctica de pasatiempos como el ajedrez puede producir una mejora en algunas capacidades cognitivas en personas de la tercera edad sin demencia. Tal y como indican Carrasco y Cuenca (2015), se pueden producir mejoras en el recuerdo, en la repetición, en el cálculo y en procesos atencionales como la concentración. Estos resultados señalan, según estos autores, que el ajedrez es una buena herramienta para combatir el alzheimer (Carrasco y Cuenca, 2015).
Por último, se debe hacer mención al papel que puede desempeñar el aprendizaje de una nueva lengua a nivel cognitivo. Siguiendo esta línea, nos vamos a centrar en las aportaciones de Montañés, Pubiano y Cano (2005), quienes afirman que el aprendizaje de una nueva lengua como el inglés, podría facilitar la ejecución de la prueba de fluidez verbal fonológica, ya que podría existir un efecto de búsqueda de palabras de acuerdo al sonido que no existe en el español. Esto explicaría por una parte que ante una enfermedad universal como la Enfermedad de Alzheimer, pueden existir factores ambientales que afectan al desempeño en los instrumentos de evaluación; y por otra parte, se planta que la forma de adquisición, interacción con el idioma y la familiaridad con los elementos, pueden determinar la forma de acceso al conocimiento en las enfermedades neurodegenerativas (Montañés, Pubiano y Cano, 2015).
Ejercicio físico
Al igual que con la lectura, el ejercicio físico también se encuentra ampliamente aceptado por la sociedad como factor protector de diversas patologías. El impacto positivo que presenta en el aprendizaje y en la memoria podría ofrecer otro factor protector de las demencias como la Enfermedad de Alzheimer. En concreto, aumenta la circulación cerebral entre un 14 y un 25%; mejora la viscosidad en la sangre; y produce mejoras en aquellas personas mayores que padecen aterosclerosis, que como se ha mencionado anteriormente en los factores de riesgo, es una variable fuertemente relacionada con el deterioro vascular y con la presencia de demencia. Por otra parte, a nivel biológico, favorece el incremento de una proteína localizada en la corteza cerebral y en el hipocampo, denominada Factor Neurotrófico Derivado del Cerebro (BDNF), cuya principal acción es proteger a las neuronas de daño oxidativo, y ejerciendo su acción de manera importante para la plasticidad cerebral, la neurogénesis, el mantenimiento de la función neuronal y de la integridad estructural de las neuronas (Armas, Pezoa y Vázquez, 2010; Trudeau y Shephard, 2010).
Otra serie de investigaciones corroboran estos datos, afirmando que la actividad física actúa como factor protector, previene la enfermedad cardíaca y apoya el tratamiento de la diabetes, hipertensión arterial, artrosis y osteoporosis, disminuye el riesgo de caídas y favorece las relaciones interpersonales (Pérez-Castejón, Durany, Garrigós y Olivé, 2007).
En cuanto a la duración de dichos ejercicios no hay un consenso sobre qué cantidad de ejercicio exacto se debe de realizar a la semana, pues la Organización Mundial de la Salud (2010) divide esta frecuencia por rangos de edad. Así, se establecen para nuestro interés dos rangos de edad, el primero de 18 a 65 años, y el segundo de 65 en adelante. En el primer rango de edad se expone que 150 minutos semanales de actividad física o vigorosa disminuye el riesgo de padecer enfermedades como la diabetes tipo 2 o de síndromes metabólicos; repartidos entre 30 y 60 minutos por día. Por otro lado, en el rango de personas mayores de 65 años, se recomienda no bajar de los 75 minutos semanales de actividad aeróbica vigorosa (Organización Mundial de la Salud, 2010).
Estrógenos
Las ciencias médicas han reconocido en los últimos años que el cerebro es uno de los órganos que más padece la pérdida de estrógenos después de la menopausia, ya sea quirúrgica o natural, y que el daño provocado por un derrame y/o por procesos neurodegenerativos pueden ser retardados por la por las acciones de estas hormonas (Ramos, 2013).
Entre los síntomas conocidos de la menopausia, nos encontramos comúnmente con los “sofocos”, aunque es cierto que se presentan otra serie de consecuencias entre las que se incluyen dificultades para recordar nombres y otro tipo de informaciones relacionadas con las actividades de la vida diaria, síntomas depresivos, ansiedad, tiempos de reacción y problemas en la motricidad fina de coordinación. El impacto de esta variable y sus consecuentes pérdidas de hormonas ováricas sobre la memoria es un tema de estudio que se toma muy en cuenta hoy en día, ya que la menopausia (más concretamente, el déficit de estrógenos) se encuentra asociada con las pérdidas de memoria. Esto es especialmente frecuente en aquellas mujeres con menopausia quirúrgica, las cuales pueden experimentar un deterioro significativo en memoria verbal después de la eliminación de los ovarios. No obstante, entre las mujeres con menopausia natural, podemos encontrarnos que aquellas mujeres con niveles bajos de estrógenos, muestran una memoria verbal más empobrecida y un mayor riesgo de padecer deterioro cognitivo en relación con aquellas personas que poseen altos niveles de estrógenos. De esta manera, las mujeres también muestran también un mayor riesgo de desarrollar Enfermedad de Alzheimer en relación con los hombres, lo que sugiere que los estrógenos podrían tener un papel crítico en el desarrollo de la demencia (Ramos, 2013).
Nivel de ocupación
Esta última variable guarda una estrecha relación con todos los factores protectores mencionados hasta el momento. Podemos considerar así, que el nivel de ocupación engloba a la mayoría, sino a todas las variables que intervienen de manera positiva en la prevención de demencia. De esta manera, debemos entender el nivel de ocupación como una estrategia que permite fortalecer las acciones enfocadas a evitar y cambiar la aparición de factores y conductas de riesgo de demencia (Aravaneda, 2014).
Como es bien conocido, el desempeño en las actividades de la vida diaria es uno de los principales indicadores de salud en el anciano mayor, y son el reflejo de las habilidades de desempeño en esta población. En concreto la demencia tipo Alzheimer en las fases tempranas, afecta al desempeño de las actividades de la vida diaria instrumentales, relacionadas con el manejo del dinero o del uso de transporte, lo que podría desencadenar una reducción de patrones sociales. De esta manera, la mantención de la independencia y la autonomía, son un factor protector e indicador de salud en el anciano mayor (Aravaneda, 2014).
Si consideramos diversas conductas ocupacionales como las mencionadas por la Alzheimer Disease International, una rutina equilibrada sería sinónimo de rutina rica en hábitos protectores, como la reducción de factores de riesgo, una buena nutrición, actividad física y cognitiva y participación social. Es por ello muy importante promover altas oportunidades de desempeño en las actividades de la vida diaria y estilos de vida saludables, debido a que un mantenimiento de dichas rutinas retardaría la presencia de manifestar los síntomas clínicos de las demencias, a pesar de que pudieran existir expresiones neuropatológicas del síndrome en el cerebro (Aravaneda, 2014).
En este sentido, son los hábitos y el nivel de ocupación los principales factores que podrían reducir o aumentar el riesgo de presentar demencia. Además, se cree que es conveniente observar los diferentes eventos vitales que pudieran provocar cambios ocupacionales en los sujetos (como la jubilación), ya que son cambios que bien pueden llevar a conductas perjudiciales como protectoras de salud. Para ello, la figura del Terapeuta Ocupacional podría aportar desde el enfoque de la prevención primaria, una serie de herramientas que promueven un ambiente físico y social que contribuye a la prevención de las demencias (Aravaneda, 2014).
En relación a la jubilación, el cese de actividades laborales podría tener una serie de influencias que podría provocar el declive cognitivo, debido a los diferentes cambios de carácter emocional, que aparecen como consecuencia de una pérdida de rol que conduciría a una serie de conductas altamente perjudiciales para esta persona y su entorno más próximo, como lo son los hábitos de vida sedentaria y la escasez de actividades gratificantes. Por esta razón, es muy importante considerar la jubilación como un proceso en el que tenemos una oportunidad de promover la realización de actividades ocupacionales significativas y de interés para el sujeto, promoviendo una serie de hábitos que contengan actividades protectoras y estimulantes para la persona (Aravaneda, 2014).
Como conclusión, la prevención primaria de demencias como la Enfermedad de Alzheimer, surge como una forma de intervención que tiene como objetivo ofrecer respuestas a las demandas de carácter poblacional, económicas y sanitarias que surgen como efecto de este síndrome. Así, un plan de prevención de demencias que considere aspectos ocupacionales, contempla un conjunto de estrategias basadas en el ambiente de la población mayor; y se perfila como una herramienta potencialmente beneficiosa en el abordaje de esta problemática. Por otra parte, la prevención debe ser una estrategia que debe ser desarrollada mediante un trabajo multi y transdisciplinar, en el cual el conocimiento debe ser compartido entre los profesionales y los usuarios, destacando el rol de educador que deben tener los diversos profesionales del área de salud, así como el papel que deben adquirir los centros sanitarios, considerados como instituciones d referencia en el conocimiento y educación de la población. Además, se debe indagar en que el usuario se perciba a sí mismo como protagonista del proceso de prevención, ya que la mayoría de las tareas que se llevan a cabo desde este tipo de intervención, dependen de las acciones de dicha persona sobre su salud y calidad de vida. Para ello, sería conveniente que la educación y prevención de problemas de salud, como en este caso las demencias, deban comenzarse desde la adultez media, y si fuera posible, en la adolescencia, con el propósito de concienciar a las personas a lo largo de su ciclo vital de cara a instaurar una cultura centrada en hábitos de vida saludables (Aravaneda, 2014).
Alteraciones en las actividades de la vida diaria (ACV)
Es de crucial importancia determinar una diferencia entre lo que puede o lo que no puede ser demencia. En este sentido, un buen informador podría ser el desempeño en las actividades de la vida diaria. De esta manera podemos encontrarnos personas que presentan fallos de memoria de carácter progresivo que no alteran el óptimo funcionamiento en las AVD; mientras que en otros casos, sí. En el primer caso no estaríamos hablando demencia, mientras que en el segundo, este constructo sí estaría más encaminado (Ayuso et al., 2007).
Siguiendo la importancia que se establece a nivel clínico a las ACV, y de cara a conseguir una detección precoz de deterioro cognitivo, vamos a hacer mención a Aravaneda (2014), quien afirma que ante la necesidad de un diagnóstico temprano en enfermedades neurodegenerativas como la Enfermedad de Alzheimer, es necesario identificar cambios cognitivos evidenciables en el desempeño de las actividades de la vida diaria avanzadas e instrumentales. El propósito que persigue este autor, basándose del mismo modo en Dodge y sus colaboradores (2008) es desarrollar una herramienta efectiva para asegurar el diagnóstico temprano de estas entidades neurodegenerativas, debido a que la funcionalidad es un fuerte predictor de su manifestación futura (Aravaneda, 2014).