Valorización

La valorización de los residuos es básicamente “cualquier operación cuyo resultado principal sea que el residuo sirva a una finalidad útil al sustituir a otros materiales” (Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados).

Además de la preparación para la reutilización, se puede decir que existen dos tipos de actuaciones para la valorización de los residuos:

1. Reciclaje

Según la Ley 22/2011, de residuos y suelos contaminados, es “toda operación de valorización mediante la cual los materiales de residuos son transformados de nuevo en productos, materiales o sustancias, tanto si es con la finalidad original como con cualquier otra finalidad”.

La clave aquí es la transformación, que diferencia al reciclaje de la simple reutilización. Sin embargo, según la propia Ley, quedan excluidas aquellas transformaciones destinadas a cualquier valorización energética, ya sea para uso directo o para la preparación de combustibles.

El fin es aquí indiferente, puede ser que el resultado de la transformación sea un producto al que se le de el mismo uso que al original (por ejemplo el papel reciclado) u otro diferente (con la goma resultante del reciclaje de los neumáticos se hacen actualmente pistas deportivas).

La calidad de los productos reciclados dependerá de la pureza de la fracción del residuo original, la cual viene condicionada a su vez por la separación y clasificación que se haya hecho de los residuos durante las operaciones de recogida, transporte y almacenamiento de los mismos.

Veamos a continuación, las operaciones de reciclaje más comunes para algunos de los residuos más conocidos:

a. Vidrio: tras su recogida, se procede normalmente a su limpieza y trituración hasta que se transforma en calcín, que presenta una menor temperatura de fusión que las materias primas originales del vidrio (arena, sosa y caliza), por lo que en el proceso de fabricación de nuevos materiales vítreos se consumirá menos energía si se utiliza calcín.

b. Papel: el papel usado se transforma en pasta de papel, lo que produce la rotura de las fibras originales, por lo que debe combinarse con pasta nueva procedente de la madera, para mantener la calidad del producto. El nivel de purificación exigible para la pasta de papel, dependerá del uso previsto para el producto reciclado.

c. Envases: Los plásticos pueden reciclarse de forma conjunta o separada, en el primer caso, se mezclan todos los plásticos recogidos, se limpian, se trituran y se moldean por empuje a través de una sección transversal (extrusión), para obtener diferentes perfiles que sean adecuados a su uso final. En el segundo caso, se separan los plásticos en función de su composición (PVC, PET, etc.), se lavan y por último se comprimen en balas para su venta, o se funden y se convierten en granzas (pequeñas esferas de aproximadamente 1 cm de diámetro).

Los envases de metal se separan del resto de residuos por medio del uso de electroimanes, presentes en la cadena de triaje de las plantas de clasificación y tratamiento, diferenciándose además entre metales férricos y los de aluminio. Una vez separados, se funden para formar parte de productos metálicos reciclados.

2. Valorización energética

Otra posibilidad de tratamiento para ciertos residuos es la valorización energética, que puede ser directa (por combustión) o indirecta (obteniendo productos de alto valor energético). Se suele utilizar de modo complementario a otras operaciones de tratamiento, para aquellos desechos que sin ser reutilizables ni reciclables, presentan un elevado potencial energético.

La valorización energética de los residuos presenta numerosas ventajas, las más destacadas son:

- Se reduce de manera importante el volumen de residuos a gestionar.

- Se obtiene energía de materiales “inservibles”.

- Se alarga la vida útil de los vertederos, evitando tener que ocupar nuevos territorios.

- Se reducen e incluso eliminan impactos ambientales como malos olores, proliferación de enfermedades, contaminación del medio físico…

A pesar de ello, también tiene sus contras como sistema de tratamiento de residuos, como puede ser la:

- Baja disponibilidad de residuos de alto valor energético junto a las instalaciones de valorización y tratamiento, cuyas propiedades deben permitir además estimar de manera fiable la energía que van a producir (se necesita cierta homogeneidad).

- Dificultad para ubicar instalaciones de valorización energética, ya que necesitan de medidas especiales de control sobre los vapores que pueden producirse.

- Incierta viabilidad económica de estas instalaciones, que dependen fuertemente del precio de la energía en el país en que se ubique, y de las ayudas y subvenciones que existan a este respecto.

- Mala imagen ante la opinión pública, las basuras están mal consideradas como fuente de energía.

La incineración convencional, la termolisis, la pirólisis, la gasificación (biometanización) o la coincineración en hornos industriales, son los métodos de valorización energética más comunes para los residuos en la actualidad, y los más probados en la práctica desde un punto de vista tecnológico, por lo que pueden contribuir de manera crucial sobre la diversificación energética. No en vano, según la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA), la producción media de basura por parte de una familia europea tipo, equivale al 20% de su consumo energético.

Considerando que la escasez de suelo para albergar nuevos vertederos es cada vez más importante en los países desarrollados y que, al mismo tiempo, los criterios de admisión de residuos en estas instalaciones son cada vez más restrictivos debido a la abundante y creciente legislación reguladora de la materia, es de prever que el porcentaje de residuos valorizados energéticamente crecerá durante los próximos años. Si bien, no todos los métodos de valorización van a verse favorecidos, ya que especialmente la incineración tradicional ha sufrido durante los últimos años una fuerte oposición por parte de la opinión pública, debido a la posibilidad de que estas instalaciones emitan dioxinas y furanos. 

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