Demanda agroganadera

Como ya se ha adelantado, la revolución agraria se produce tras la aparición del regadío como complemento a las insuficientes dotaciones que pluviometría natural proporciona a los cultivos. Las técnicas de riego permiten o facilitan al hombre el control sobre la producción agrícola anual, y lo hacen más resistente a cambios meteorológicos o circunstancias climáticas como la sequía.

Sabemos que la producción agraria consume la mayor parte de los recursos hídricos y, por este motivo, es necesario aumentar la eficiencia en el consumo del agua disponible para la agricultura. Por otra parte, es fundamental restaurar cauces y riberas, recuperar acuíferos sobreexplotados, preservar los humedales… ya que del sostenimiento del equilibrio ecológico depende la calidad del recurso, tan necesaria para las diferentes prácticas agrícolas.

La mayor parte de la demanda de agua de riego se concentra en los meses más secos del año, lo que obliga a regular y movilizar grandes cantidades de agua durante esos periodos. Para ello se diseñan multitud de infraestructuras para la captación, bombeo, transporte, distribución y riego de grandes superficies, que son costosas y demandan energía para su funcionamiento.

A lo largo del siglo XX, la superficie terrestre destinada a regadío se incrementó en un 500% en todo el mundo habiéndose incrementado, por tanto, el consumo de agua en dicho sector en la misma proporción. La dimensión del problema se hace mayor si se considera que unas 3/5 partes del agua utilizada en agricultura es deteriorada con técnicas inadecuadas y perjudiciales para el medio ambiente.

Por otro lado, se estima que más del 10% de la superficie cultivada causa problemas de salinidad en los acuíferos de los que se nutren, debido a la masiva extracción de agua dulce que conllevan. Esto provoca además, que se requiera más agua para eliminar estas sales de profundidad.

Las condiciones de desarrollo del medio rural han estado, desde el origen, vinculadas a la gestión y al uso del agua. Especialmente en aquellos países donde la disponibilidad de este recurso es limitada, por lo que la sobreexplotación y contaminación de las fuentes naturales es hoy en día el principal riesgo que corren las poblaciones agrícolas para seguir subsistiendo con sus condiciones de vida tradicionales.

Para minimizar el consumo de agua en este sector, es aconsejable llevar a cabo una serie de buenas prácticas, entre las que se encuentran las siguientes:

  • Controlar las fugas existentes en los sistemas de regadío.
  • Desarrollar técnicas encaminadas a la conservación del agua.
  • No incrementar la superficie de cultivos de regadío.
  • Reutilizar aguas depuradas.
  • Promover un cambio de mentalidad en el uso de agua en la agricultura.
  • Elegir cultivos adecuados a la zona en cuestión.
  • Diseñar nuevos sistemas y técnicas de riego.

El desarrollo sostenible exige, también para la agricultura, encontrar la forma de armonizar el crecimiento económico y el respeto por el entorno, de modo que se mantenga ese equilibrio necesario mediante la definición de los oportunos límites a la actividad humana, para la conservación y regeneración de los recursos naturales y, muy especialmente, del agua.

No siempre este cambio de modelo es pacífico, y surgen tensiones ente los que tienen la necesidad de acceder a volúmenes mayores o mejores calidades del recurso (normalmente habitantes del medio rural) y los que se decantan por el ahorro y la eficiencia en el uso (representados en parte por los movimientos ecologistas). Son bastante sonados determinados casos en materia de obras hidráulicas (como las infraestructuras para el trasvase de agua de una cuenca hidrográfica a otra) y otras disputas entre sectores (como el turismo o la industria frente a la agricultura).

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