Impacto ambiental

Inicialmente es necesario tener bien claro el concepto de impacto ambiental, que se define como el efecto que tienen las actuaciones humanas sobre el medio ambiente. Normalmente se suele pensar siempre en impactos negativos, y en este sentido se recoge en las diferentes enciclopedias y en el lenguaje popular. Sin embargo, existen ciertas acciones llevadas a cabo por el hombre que tienen efecto positivo sobre el medio (restauración de espacios naturales degradados, reforestaciones, reintroducción de especies autóctonas, etc.) y los proyectos relacionados con la implantación y el desarrollo de las energías renovables pertenecen a este selecto grupo.

Esto es así porque en la actualidad, la humanidad (al menos multitud de países) está dirigiendo sus esfuerzos a reducir la cantidad de combustibles fósiles empleados como fuente energética, y todo ello para hacer frente al cambio climático que los científicos pronostican y cuyas consecuencias ya se están notando. Como ya es conocido, esas combustiones producen gases de efecto invernadero (GEI), que se acumulan en la atmósfera dejando penetrar la radiación solar pero sin permitir que se escape la radiación infrarroja, que al rebotar de nuevo sobre la superficie terrestre produce un calentamiento global.

Esto, unido a que los recursos fósiles son escasos y agotables, ha provocado que en las últimas décadas se hayan abierto multitud de líneas de investigación y desarrollo para la puesta en marcha de numerosos proyectos y, finalmente, infraestructuras fundamentadas en el empleo de tecnologías “limpias” que usan fuentes renovables de energía no contaminantes.

Todo lo anterior seguramente ya lo sepa el lector, pero hay otro factor a tener en cuenta, la complejidad en el suministro energético desde la producción al consumo final. El carbón que se utiliza en Europa para alimentar las grandes centrales térmicas que suministran energía eléctrica a las ciudades, puede venir de una mina situada en Sudáfrica, Colombia o cualquier otro lejano lugar. Hay que extraerlo, transportarlo por carretera al puerto, embarcarlo y llevarlo de nuevo por carretera al lugar donde se encuentre situada la central.

Eso sin contar con que la electricidad generada pasará por toda una red de transporte y distribución antes de llegar a los puntos de consumo. Viaje en el que se producen pérdidas, además de contaminación, impacto visual y de otros tipos. Y esto en el caso del sector eléctrico, porque en el sector transporte (el mayor productor de GEI del planeta) la gasolina o el gasóleo que llega al depósito del vehículo es el producto de la mezcla o destilación del petróleo crudo en la refinería correspondiente, proceso durante el que se generan emisiones, residuos y vertidos de todo tipo.

Si además se tiene en cuenta que cuando un ciudadano viaja solo en su vehículo privado (de aproximadamente una tonelada de peso), donde el rendimiento (potencia mecánica en las ruedas dividido por el consumo de combustible por unidad de tiempo) es cercano al 20%, y el objetivo energético real es desplazar a esa persona (unos 80 kg). El rendimiento final resultante del proceso de traslado de esa persona será el 20% de 80 kg/ 1.000 kg, es decir, el 1,6 %. Y es que según el profesor Ayres (1992), el gran problema del actual modelo energético es el escaso rendimiento que se saca a los combustibles fósiles, que según sus estudios ronda el 3% (cifra bastante creíble visto el ejemplo anterior).

Merece la pena no perder de vista lo anterior a la hora de examinar la otra cara de la moneda de las tecnologías “limpias”, sus impactos negativos sobre el medio. Las grandes centrales de generación eléctrica (solares, eólicas, hidráulicas…) aunque no quemen combustibles fósiles y consecuentemente no emitan GEI, si perduran en la existencia de otros impactos sobre el medio que ya se producían las infraestructuras energéticas tradicionales.

Así, puede llegar a ser notorio el impacto sobre el suelo (algunos aparatos necesitan de grandes estructuras de anclaje), sobre la fauna (los aerogeneradores a veces interrumpen los flujos migratorios de las aves y las presas de agua modifican el medio en el que habita la ictiofauna), sobre la flora (los denominados cultivos energéticos de biomasa están deforestando ciertas zonas del planeta e introduciendo especies invasoras en algunas otras), sobre el agua (alterando cursos naturales en el caso de la hidroeléctrica o usando grandes volúmenes para su evaporación, en el caso de la termosolar), sobre el paisaje (es el caso de los grandes parques eólicos, las centrales termosolares de torre, los huertos solares fotovoltaicos…), además de los vertidos, residuos y emisiones generados en el proceso de producción de ciertos equipos (como es el caso de los paneles fotovoltaicos, en torno a los que hay un amplio debate en este sentido).

A todo lo anterior habría que añadir que el problema de las perdidas en la red eléctrica de transporte y distribución no desaparece (y tampoco los impactos asociados a la existencia de estas líneas) y en el caso de los biocombustibles, el efecto negativo que sobre el medio produce su transporte por tierra, mar o aire, puede ser el mismo que el generado por el traslado de combustibles fósiles.

Evidentemente, aún considerando esos impactos negativos, las renovables presentan evidentes ventajas para el medio ambiente frente a las fuentes agotables, pero son aún mejores si se cambia el formato de producción energética de centralizada a distribuida.

Pues es lógico, todos los grandes inconvenientes que surgen con la instalación de grandes centros de producción basados en tecnologías “limpias” desaparecen cuando se pone la lupa sobre las pequeñas instalaciones destinadas principalmente al autoconsumo. La energía minihidráulica aprovecha los cursos naturales del agua y otros artificiales de pequeño tamaño, sin modificar el régimen hídrico; la minieólica se sitúa normalmente sobre tejados, al igual que la fotovoltaica aislada, por lo que no afecta al paisaje, al suelo o a la fauna; la solar térmica de baja temperatura no necesita de grandes volúmenes de agua y muchas veces se acopla perfectamente a las cubiertas de las casas; la biomasa, cuando es usada en el mismo centro productor, sale normalmente de los propios residuos agrícolas o forestales generados durante la actividad, por lo que se elimina el problema; etc.

Como conclusión a esta parte, cabe decir que las fuentes de energía renovables son siempre preferibles a las agotables, pero también es cierto que realmente se acercan a la inocuidad ambiental cuando la producción y el consumo energético se sitúan en el mismo lugar o lo más cerca posible.

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