Agricultura Ecológica
Frente a la agricultura tradicional, la creciente demanda de productos alimenticios propiciada por un aumento exponencial de la población mundial en el último siglo, propició que se impusiera un modelo agrícola basado en el uso de productos fitosanitarios sintéticos, abonos artificiales y en general todo tipo de materiales químicos sobre los que no se ejercía ningún control.
Pero la realidad es que la oferta ha superado a la demanda en los países desarrollados, mientras que en los países pobres el hambre sigue siendo uno de los problemas más relevantes. Por lo que no se puede decir que este despilfarro tenga el fin ético de alimentar a la humanidad.
Este tipo de prácticas agrícolas han conducido a la sobreexplotación de los recursos naturales y la contaminación de los que estaban disponibles (muy especialmente agua y suelo), y a la presencia de elementos nocivos en los productos que se insertan en el organismo del consumidor final.
Como alternativa a esta agricultura llamada “convencional”, y sin renunciar a la producción de alimentos en las cantidades necesarias, se han desarrollado un par de modelos de agricultura que buscan obtener productos de máxima calidad, sin dejar de conservar los recursos naturales y el medio ambiente en general.
Al primero de ellos se le conoce como Producción Integrada (PI), impulsado por la Organización Internacional para el Control Biológico (OICB) es la denominada Producción Integrada (PI), que este mismo organismo internacional define como “un sistema agrícola de producción de alimentos y otros productos de alta calidad, que utiliza los recursos y mecanismos de regulación naturales para evitar las aportaciones perjudiciales para el medio ambiente y que, además, asegura a largo plazo una agricultura sostenible”.
Realmente este es un modelo de agricultura que corrige en sus defectos a la agricultura convencional, reduciendo la cantidad de aditivos artificiales que se utilizan en las cosechas, procurando aportar el máximo de soluciones naturales a los problemas que se presenten, y estableciendo unos mecanismos de control muy exhaustivos que además fomenten el asociacionismo entre agricultores y la aparición de figuras de responsabilidad sobre la gestión agrícola.
El otro modelo es la agricultura ecológica, y va más allá en estos objetivos, representando aquella forma de cultivar que sigue los patrones de la agricultura tradicional al no usar fertilizantes sintéticos (como abonos artificiales, plaguicidas químicos, etc.) ni especies vegetales modificadas genéticamente en los laboratorios (los llamados transgénicos). Eso sí, el resultado debe ser de calidad, por eso normalmente la producción es más laboriosa y económicamente menos rentable, por lo que estos productos alcanzan en el mercado un precio superior a los que se producen de manera intensiva.
Pero a pesar de ser más caros atienden a una demanda creciente, la del consumidor que preocupado por su salud los adquiere porque tiene la firme creencia de que estos “productos ecológicos” son más beneficiosos para su organismo. También existe otro perfil de consumidor que los compra porque así cree contribuir a la protección del medio ambiente y en especial de los recursos naturales, muy particularmente del agua, porque está demostrado un consumo menor y se evita su contaminación por ciertos vertidos de productos químicos.
Pero para que el consumidor se decida por comprar estos productos tiene que saber primero que realmente lo son, y para ello han aparecido en los mercados multitud de “ecoetiquetas” que muestran al público información sobre la producción de un determinado vegetal, información certificada normalmente por algún organismo superior de contrastada credibilidad.
Además existen numerosos planes y programas a nivel internacional que fomentan la producción ecológica en la agricultura, como la Política Agraria Común de la Unión Europea encaminada al fomento de las prácticas agrícolas y ganaderas respetuosas con el medio ambiente y con fuerte arraigo territorial, mediante incentivos y subvenciones que reparten las administraciones públicas de cada territorio.
La diversidad de especies vegetales sobre un suelo lo enriquece, pues variarán el tipo y la cantidad de recursos que toman de él, cuando lo hacen y de que forma, pero no siempre es posible en agricultura mantener esa variedad sobre el terreno, por lo que a continuación se van a exponer una serie de técnicas que se ponen en práctica en la agricultura tradicional para evitar el agotamiento y la degradación de la tierra:
1. Rotación de cultivos anual o estacional.
2. Parcelación y cultivo simultáneo de varias especies vegetales.
3. Insertar árboles o arbustos puntualmente entre los cultivos.
4. Permitir cierta presencia controlada de malas hierbas.
Porque el buen estado del sustrato, soporte de la vida vegetal, es fundamental para el buen desarrollo agrícola, y en la producción ecológica es más importante si cabe. Preparar un suelo para acoger un determinado cultivo exige una serie de labores previas de aireación, descompactación, corrección de pendientes… pero tras estas tareas de tratamiento físico del sustrato, se exige otra fundamental para el objetivo perseguido, la fertilización.
Como ya se ha dicho la fertilización del suelo en agricultura ecológica no puede resolverse con productos sintéticos para estimular la actividad biológica del sustrato, sino que deberán emplearse medios alternativos como utilizar:
- Abonos orgánicos: estiércoles de bajo contenido en nitrógeno, compost, restos de poda, etc.
- Abonos vegetales: se trata de especies de plantas que son cultivadas expresamente para ser utilizadas como fertilizante.
- Preparados verdes: a partir de maceraciones de plantas o extractos de algas.
- Aportes minerales naturales: como rocas o minerales molidos o triturados que sólo hayan sufrido tratamientos físicos (arcillas, oligoelementos, fosfatos, carbonato cálcico, carbonato y sulfato de magnesio, sulfato de magnesio…).
Otro obstáculo importante que debe superar la agricultura ecológica son las plagas y enfermedades que afectan a los cultivos. Es obligatorio que la lucha contra enfermedades y parásitos se realice por medio de técnicas preventivas como son las siguientes:
- Selección de aquellas variedades de plantas más resistentes al contagio.
- Cultivo de aquellas especies mejor adaptadas al medio.
- Programación de rotaciones y asociaciones de cultivos adecuadas.
- Reforzar la fertilización sin perder de vista las características del sustrato.
- Favorecer la presencia en los cultivos de enemigos naturales de los parásitos (plantando setos para nidificación, introduciendo especímenes suficientes en la parcela, etc.).
- Instalar trampas o dispersores, siempre y cuando no exista riesgo de que entre los invasores se encuentre alguna especie protegida.
Sólo si fracasan las medidas preventivas, se actuará corrigiendo el problema mediante el empleo de productos fitosanitarios elaborados a partir de sustancias naturales de origen vegetal o animal, o de microorganismos inocuos para la plantación, y siempre usándolos en aquellos puntos en los que sea estrictamente necesario.