Introducción a la Educación de los Hijos
Imagina por un momento que tuvieras que criar y educar a tu hijo en un medio salvaje. Donde diera sus primeros pasos entre serpientes y depredadores.
¿Cuánto crees que duraría su vida en esas circunstancias?, y ¿tu equilibrio nervioso donde estaría?. Sin embargo los animales lo hacen. Enseñan a sus hijos a cazar, a cuidarse de ser cazados y a evitar peligros topográficos, sin que por ello observes a madres y padres alterados y nerviosos. Con total confianza realizan el trabajo de guiar e inculcar a sus crías seguridad y calma mientras que su lazo de amor, lejos de alterarse, se acrecienta día a día.
Imagina ahora, los peligros a los que está expuesto tu hijo en casa, con disyuntores de electricidad automáticos, equipos electrónicos de seguridad para las piscinas, juguetes de materiales especiales y con piezas de tamaño que no puedan tragarse, a todo esto las primitivas madres humanas los criaban sorteando precipicios mientras sus hijos aprendían a gatear.
Si hoy debiéramos criar a nuestros hijos en esas circunstancias, no solo morirían casi todos a temprana edad, sino que madres y padres llegarían al suicidio o la locura a causa del stress. Los lazos familiares se destruirían, y ni pensemos en las consecuencias psicológicas de los adolescentes que sobrevivieran a tan estresante niñez.
Pensarás que muchas crías humanas morían en épocas primitivas, pero puede demostrarse de manera simple que una tasa de mortalidad elevada nos habría extinguido como especie a causa de nuestra baja capacidad reproductiva.
Este planteamiento es el que me hice al educar a mi hija, la cual hoy es ya una maravillosa adolescente, feliz, alegre, juvenil, segura, además de responsable y cariñosa.
Como educador de animales y estudioso del comportamiento pedagógico salvaje me llamaba poderosamente la atención ver a algunas madres humanas zamarreando a sus hijos por las calles acompañados de gritos. A los hijos caprichosos en las tiendas que tocaban todo lo que no debían o se dirigían a la calle peligrosamente, mientras sus madres corrían detrás exasperadas.
¿Porqué un cabrito de la montaña sabe desde tierna edad que no debe acercarse a determinadas partes de un precipicio? ¿son acaso más inteligentes que nuestros hijos?, sin duda que no. Nuestros hijos alcanzan a los 2 años el grado de inteligencia de un lobo adulto, y a los 6 el de un chimpancé, para superar intelectualmente a partir de esa edad a todos los animales.
Estos métodos son los mismos que me permitieron que mi hija se criara en una relación distendida y cariñosa, donde los lazos se han fortalecido.
A los 11 meses daba sus primeros pasos y si se dirigía a un lugar peligroso, yo solo debía decirle que no, con total calma, para que ella se aleje del sector y venga a buscar afecto conmigo como cualquier cachorro animal con sus padres.
Esta relación tan simple y natural, no solo te dará resultados inmediatos en la primera infancia, sino que facilitará las cosas en la conflictiva etapa adolescente, cuando ya los peligros son diferentes, pero no menos graves.