Absolutismo.
El absolutismo es una forma de gobierno que se empieza a instaurar en las diferentes monarquías europeas durante la Edad Moderna, alcanzando su máxima expresión entre la 2ª ½ del siglo XVII y finales del XVIII; siendo por tanto una de las principales características del Antiguo Régimen.
Los reyes concentraban todo el poder en su persona, considerándoseles como representantes divinos en la tierra; justificándose su existencia por tanto por la fórmula de la “monarquía de derecho divino” o como dijo Bodin: “tras Dios no hay nada mayor en la tierra que los príncipes soberanos”.
Eran el Estado en sí mismos, creaban y anulaban leyes a su antojo y en función de sus intereses, siendo las máximas autoridades judiciales y administrativas.
Aunque realmente tenían ciertas limitaciones (pocas), siendo estas en lo concerniente a la ley divina, algunos temas relativos al derecho privado, derecho internacional… y ciertas leyes fundamentales vigentes en el Reino (regencia, leyes sucesorias, la confesionalidad del monarca debe ser la misma que la del Reino…).
El pueblo aceptaba esta situación, aunque la nobleza, el clero y posteriormente la burguesía, se mostrarían contrarias a tal acumulación de poder; originándose un cambio en la actitud de estos monarcas absolutos que darán ciertas “atribuciones” y “poderes” a éstos, haciendo reformas supuestamente para el pueblo, pero sin el pueblo; dando paso al “Despotismo Ilustrado”.