Puro empoderamiento

La sociedad actual está empoderándose. Al menos, va camino de ello porque es un objetivo compartido por múltiples colectivos que la conforman.

La sociedad se convierte en un agente de empoderamiento y en un destinatario del mismo. Se empodera a los niños, a las mujeres, a los hombres, a las personas con discapacidad, a los inmigrantes, a los ancianos.

Me pregunto por el sentido de este proceso y encuentro dos tipos de respuesta.

Por un lado están las que aportan una visión positiva del fenómeno. Empoderar significa asumir las propias capacidades para la autonomía y la independencia. La persona se permite crecer sin tutelas. Recupera parcelas de gestión de su vida persona y social que dependen sólo de ella. Se hace protagonista de su historia. El sistema en el que se desarrolla también adquiere una identidad propia que le permite activarse y defenderse frente a enemigos externos, sean del tipo que sean.

Por otro lado, encuentro otro tipo de respuestas más negativo porque sitúa a la persona frente a la propia conciencia de sus límites para confrontarse con ellos. Es el empoderamiento ingenuo, "kamikaze" o peligroso.

Un ejemplo de empoderamiento ingenuo es el de un pueblo que convirtíó en todo un acto reivindicativo el que a su párroco le destinaran a otra diócesis, hasta tal punto que se negaban a asistir a misa con otro sacerdote. De puro ingenuo inspira ternura porque, aunque originándose en los sentimientos amables de unos feligreses agradecidos, olvidan que forman parte de la vida los encuentros y las despedidas.

El que yo llamo empoderamiento "kamikaze" o peligroso es el que ignnora que el individuo tiene límites y no puede conseguirlo todo. No dominando todos los procesos biológicos y psicológicos que se le presentan, pretende controlarlos hasta el absurdo.

Cuando una mujer se plantea tener un hijo a los sesenta y tantos, algo pasa; cuando no se acepta el hecho de que una enfermedad supone un acontecimiento (desafortunado y doloroso) que impide realizar proyectos vitales "normalizados", algo pasa;  cuando unos jóvenes se creen que lo han aprendido todo y se dedican a dar lecciones a las personas que les doblan en experiencia, algo pasa; cuando unos padres negocian con sus hijos como si fueran sus iguales, algo pasa; cuando los espectadores de televisión premian a personas sin talento, sin estudios o sin escrúpulos, algo pasa.

Y pasa que el empoderamiento olvida lo que nos hace crecer: la tolerancia a la frustración, la conciencia y consciencia de que somos limitados y finitos. Y de que es adecuado, según en qué circunstancias y momentos vitales, que alguien "desde fuera" nos marque el camino y controle lo que uno no puede controlar por sí mismo. Que se nos diga: "estás equivocado"; "no puedes conseguir esto".

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Las teorías las solemos tener claras y seguramente nadie cuestiona la idea de que la frustración sea un motor de maduración personal. Pero en la práctica nos convertimos en pequeños reyezuelos despóticos que se encaran con la vida, y sus limitaciones. Nuestro objetivo debe ser saber responder a lo que la vida nos pregunta, no evitar que nos interrogue, o escondernos o escaparnos de ello.

Somos criaturas (de un Creador, del Azar, de la Naturaleza, de la Nada...) Y no debemos perder esta perspectiva de pequeñez. Sólo esto nos hace grandes.

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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