Las relaciones familiares en la adolescencia. Segunda Parte

Durante la adolescencia, la comunicación familiar se torna más complicada al reclamar relaciones más igualitarias y simétricas. Los adolescentes tratan de trasladar el tipo de relación que mantienen con sus iguales al hogar y a los padres les cuesta ceder el poder. Los adultos nos centramos más en las rutinas y quehaceres diarios, pero es importante que los escuchemos. A ellos les gustaría poder comunicarse con más libertad y nosotros podemos aportarles información fiable respecto a temas tan importantes como la sexualidad, las drogas… Se trata de conocer sus intereses, además para conseguir relaciones menos asimétricas los adultos deben tratar de compartir ciertas inquietudes demostrándoles que confiamos en ellos/as. Una buena comunicación aumenta la satisfacción, reduce los conflictos y nos une más. De este modo disminuyen las conductas de riesgo y desarrollan habilidades para resolver situaciones complejas. Los diálogos con nuestros hijos e hijas fomentan un comportamiento más autónomo y responsable.

No debemos olvidar que seguimos ofreciendo modelos de comportamiento a nuestros chavales y debemos tener en cuenta que los conflictos conyugales influyen en los menores. La forma en que resolvemos las dificultades de pareja supone un modelo para ellos/as, y la forma en que nuestros hijos/as resuelvan los conflictos con nosotros tienen mucho que ver con lo que les hemos mostrado en el hogar.

Todas las familias precisan apoyo. Los padres en ocasiones reclaman ayuda, y es cierto que la tarea de educar puede resultar gratificante y enriquecedora en esta etapa si se dispone de estrategias. Es por ello que resulta importante implantar programas que favorezcan las relaciones. Antes los programas se basaban en la teoría del déficit y de la educación compensatoria, centrándose en las carencias de las familias, por tanto se enfocaban en los entornos más problemáticos y sobre todo trataban de mejorar el desempeño intelectual de los menores. En la actualidad se apuesta por un enfoque de parentalidad positiva, fijándose más en las competencias para su fomento que en las deficiencias. Se trata de crear programas de prevención desde una perspectiva ecológica sistémica, ya que la familia es un sistema abierto que recibe influencia de muchos otros contextos. Deben de ser flexibles, ya que no existe una fórmula mágica y por tanto deben adaptarse a las necesidades y fomentar las competencias de cada persona. En estos programas se deben de facilitar los activos familiares que he comentado con anterioridad, y que forman parte del estilo parental democrático (Promover el afecto y el apoyo a nuestros hijos e hijas; mejorar la comunicación; ejercer control y establecer límites; promover su autonomía; supervisar utilizando la estrategia de la revelación; no temer a los conflictos e interpretarlos como una oportunidad para desarrollar ciertas habilidades de resolución).

Resultan muy efectivos los grupos formativos de padres y madres, ya que en estos tienen la oportunidad de intercambiar inquietudes y preocupaciones. Se trata de crear un espacio de reflexión, dándoles protagonismo y encomendándoles un papel activo. En ellos podrán compartir sus experiencias y se basan en la flexibilidad ya que se ajustan a las necesidades e intereses que se vayan planteando. Para crear el grupo lo mejor es acercarse a los centros educativos a comienzos del curso escolar y ofrecer la participación en el programa en una media hora durante la reunión del comienzo de curso. Para que un programa resulte atractivo lo mejor es que existan ediciones anteriores y que los participantes de las mismas comenten con sus conocidos, pero para ello es necesario tener una primera oportunidad. Los grupos no deben de ser muy numerosos, entre 10 y 20 personas y la captación puede tener mejores resultados cuando nos dirigimos a progenitores de niños y niñas que pasan de primaria a secundaria. Se deben de realizar en un espacio agradable donde podamos movernos con libertad. El coordinador puede utilizar transparencias y videos que capten la atención y que le permita introducir y resumir los temas a tratar. Los contenidos deben promover una visión menos fatalista de este periodo, tratar de desmontar prejuicios y ofrecer una imagen más positiva y realista que mejore sus expectativas. También deben aportar información sobre esta etapa lo que les ayudará a entender mejor ciertos comportamientos y a enfrentarse a los desafíos que puedan surgir, fomentando la indiferenciación de sus hijos e hijas. Además deben sensibilizar sobre las necesidades de los menores que necesitan mucho apoyo y afecto en este periodo de cambios. Los grupos son un lugar para promover un estilo parental democrático, que hoy por hoy sabemos que es el más adecuado. Pienso en los sistemas modulares que permitan adaptar los contenidos a la evolución de los participantes sin romper los objetivos psicopedagógicos del diseño ayuda. Se trata de conseguir el aprendizaje de una forma dinámica, donde los participantes tengan tiempo de realizar actividades grupales que favorezcan la cohesión, la madurez y la preparación del grupo. La persona responsable debe tratar de favorecer un feedback continuo con los participantes que haga que se sientan valorados y mejoren su autoconcepto. La metodología constructivista en la que los beneficiarios desarrollan sus conocimientos con la ayuda de un profesional que actúa como agente facilitador es la más adecuada.

La familia puede ser un espacio enriquecedor y cada etapa tiene sus momentos de disfrute. No debemos temer a la adolescencia de nuestros e hijas, todo lo contrario, ánimo a que la vivamos como una oportunidad de crecimiento personal. Como dijo André Maurois: “Una familia feliz es una larga conversación que siempre parece demasiado corta”.