Autonomía en el núcleo familiar
El desarrollo social, va marcando una creciente independencia por parte de los adolescente respecto a sus padres. Por un lado, los adolescentes se sienten cada vez más identificados con sus amigos que con los padres y por otro, se están preparando para ser adultos autónomos por lo que no es de extrañar que progresivamente busquen la autonomía.
Por ello, durante la adolescencia se van a suceder comportamiento tanto maduros como infantiles, típicos también de esta etapa y que justifican la frase de “eres muy maduro para algunas cosas y para otras pareces un niño”.
Con el paso del tiempo y a medida que se vayan acercando a la adolescencia tardía o adultez, irán disminuyendo los comportamientos infantiles para dejar paso a las decisiones y comportamientos maduros.
Muchos autores, afirman que la desvinculación o incluso el conflicto con los padres tiene una finalidad evolutiva que no es otra que la independencia que les empuja a conocer a una pareja y crear su propia familia.
En este sentido, la etapa vista desde el conflicto lo que busca es una desvinculación emocional con los padres que les permita seguir un camino propio.
Al principio, esta desvinculación emocional con los padres lleva al adolescente a un estado de vulnerabilidad que hace que se sientan identificado y protegido en el grupo de iguales.
Esta desvinculación emocional es buena siempre y cuando sea el fruto de la creciente autonomía de los adolescentes debido al apoyo que ofrecen los padres en la toma de decisiones y la alta comunicación entre padres e hijos.
Esta independencia emocional llevará a los jóvenes a sacar mejores notas, tener una autoestima elevada y una identidad de logro entre otros aspectos positivos.
Sin embargo, cuando la independencia emocional está causada por frías relaciones entre padres e hijos surgidas en la infancia y caracterizada por falta de apoyo y afecto, los aspectos que pueden aparecer son baja autoestima, inseguridad o falta de consolidación de la identidad.