El Medio Ambiente en los Medios de Comunicación

En la estrategia “Cuidar la Tierra” de la UICN se dice textualmente: “Lo que la gente hace es lo que la gente cree. A menudo unas creencias ampliamente aceptadas tienen más poder que los decretos gubernamentales”. Sirvan estas palabras para introducir la importancia de este tema ya que, la información que reciben los ciudadanos por los medios de comunicación es, con frecuencia, la única vía de formación a la que tienen acceso tras finalizar sus estudios elementales.

Aunque divulgación e información no es la misma cosa, porque en el primer caso los educadores deben ser muy precisos en el mensaje que transmiten, y esto requiere de grandes argumentos y teorías contrastadas que son expuestas en periodos de tiempo más o menos prolongados que además pueden estar apoyadas en multitud de medios tecnológicos y soportes físicos. Sin embargo en el segundo caso, los periodistas se ven muchas veces limitados por el tiempo que tienen para publicar una noticia, los medios de que disponen para hacerlo y las incertidumbres reinantes sobre el tema en cuestión en el momento de tratarlo.

Pero esto no exime al periodista de su obligación de ser riguroso al transmitir la información, ya que lo que diga puede ser aceptado por la opinión pública como un “dogma de fe”, más aún si los lectores son habituales de un determinado periódico o informativo. Aparece aquí un problema con la información científico – técnica que no debería producirse en ningún caso, y es el que se crea cuando los medios con tendencias ideológicas bien definidas interpretan a su antojo las informaciones que les llegan desde los investigadores y técnicos especializados.

Sucede así con temas como la investigación con células madre, el cambio climático, el tratamiento de enfermedades terminales, etc. Hasta cierto punto pueden admitirse discrepancias en la forma en que se deben abordar estos temas, pero lo que nunca debió ni debe volver a pasar es que se falseen datos contrastados científicamente, esto puede provocar un daño irreversible en la conciencia de las personas y, como consecuencia, en el medio ambiente.

Pero el rigor puede representar en ocasiones un arma de doble filo, pues en temas como el medio ambiente no suele haber periodistas especializados, que manejen bien el lenguaje técnico, y suelen incurrir en uno de estos dos errores: o bien interpretan mal la fuente de información y publican auténticas barbaridades o se dedican a citarla extendiendo un mensaje demasiado técnico que el público no llega a comprender.

Esto último lleva a otro problema añadido, el de la elección de las fuentes. Los periodistas por lo general no suelen conocer que científicos son fiables en sus argumentos y cuáles no, y normalmente los científicos más prestigiosos evitan pronunciarse sobre temas que por ser novedosos aún no ha estudiado con suficiente profundidad. Entonces, los que normalmente suelen hablar pronuncian mensajes catastrofistas, que son bien acogidos en las redacciones puesto que así interesan al gran público.

Es más, por lo general, cuando los problemas ambientales aparecen en televisión ocurren en partes muy diferentes del mundo (los vertidos de petróleo en las costas de California, el transporte de residuos nucleares en Alemania, el tsunami en Japón y la posterior alerta nuclear de Fukushima, etc.) y esto eclipsa los problemas cotidianos a los que se enfrentan los ciudadanos en sus localidades, simplemente porque no son “impactantes”, y normalmente se quedan sin saber que su ayuntamiento ha instalado un sistema de recogida selectiva de residuos que no funciona si los habitantes del lugar no separan la basura en su propia casa, o que instalando en su azotea paneles solares térmicos conectados a un sistema de producción de ACS no sólo están contribuyendo a frenar el calentamiento global sino que pueden ahorrar hasta un 70% en la factura del gas.

Además los medios, con esta estrategia sensacionalista, le están haciendo un flaco favor al ciudadano, puesto que esos problemas ambientales pueden ser percibidos por las personas como fuerzas insuperables frente a las que nada se puede hacer y ante las que el público reacciona con enfado, frustración y finalmente indiferencia, con lo que no se consiguen cambiar los malos hábitos de los individuos.

Porque de eso se trata, en la antigüedad el ser humano podía observar de manera directa las consecuencias de sus actos sobre el entorno, en la Edad de Piedra si se talaba un árbol para hacer leña, al día siguiente ya no estaba allí y había buscar otro árbol que estaba más lejos que el anterior y que el anterior a éste. En la Edad Media el hombre arrojaba sus excrementos a la vía pública y aparecían malos olores y enfermedades que azotaban a las poblaciones locales. Sin embargo, la sociedad actual disfruta en muchos países de un sistema que le permite subir la temperatura de su vivienda con solo apretar el botón de la calefacción, y deshacerse de sus heces con solo tirar de la cadena del inodoro, con lo que no es consciente en su día a día de la repercusión que tienen sus actos sobre el medio.

Esto es así porque no se informa sobre los procesos que llevan a la generación del resultado, sólo se muestra la catástrofe (el vertido de petróleo) y no se habla de su origen (la extracción en alta mar) ni del fin que lo provoca (llenar los depósitos de los vehículos al mínimo precio posible).

El origen de la falta de información, es que existe una falsa creencia en los mismos medios de comunicación de que lo científico no interesa al público, pero esta teoría no es cierta puesto que la información meteorológica está presente en todas las ediciones de los telediarios y prensa escrita, incluso en ella se usa lenguaje muy técnico (anticiclones, nubes de evolución, isobaras…) y sin embargo es considerada como información de servicio al ciudadano porque le afecta directamente.

En 2001, la Comisión Europea publicó un estudio en el que pulsaba la opinión de los ciudadanos sobre la información que recibían de los medios de comunicación, a la pregunta de si les interesaba la información deportiva los ciudadanos respondían afirmativamente en porcentajes muy altos, y estos valores se repetían cuando se les preguntaba si estaban satisfechos con la información deportiva recibida, sin embargo, si se formulaban estas mismas preguntas pero respecto de la información científica, los ciudadanos mostraban su interés por este tipo de noticias y su descontento por la escasez de las mismas en los medios.

Conseguir transmitir al público en general el mensaje de que la protección del medio ambiente afecta directamente al desarrollo de nuestras actividades cotidianas, sin llegar a provocar en el receptor ese pánico o indiferencia que le impida actuar, es el gran reto que tienen por delante los medios de comunicación en estos momentos.

La complejidad de los problemas ambientales hace que ni los mismos científicos se pongan muchas veces de acuerdo en sus orígenes y mucho menos en el alcance de sus consecuencias, pero esto no exime de responsabilidad al periodista que debe ser responsable de lo que publica, y debe exigírsele que desarrolle el mismo “periodismo en profundidad” que aplica en otras categorías, como es el caso de la economía que en estos tiempos de crisis se han preocupado por conocer muy bien.

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