Grupos tóxicos

Se habla de relación tóxica entre dos personas cuando una anula a la otra y se establecen entre ellas vínculos de dependencia insana, que les impiden crecer y realizarse como seres únicos. Los efectos de estas relaciones de pareja se suelen ver en el medio y largo plazo. En el corto, se confunden las prácticas tóxicas con el enamoramiento, con gestos derivados del amor. Sólo pasado algún tiempo el proceso de degeneración afectiva y comportamental se hace visible. Es como la adicción a una droga: al principio se disfrutan los beneficios del consumo y más tarde afloran las consecuencias dramáticas.

También hay grupos tóxicos. El resultado es similar: anulación del individuo. Pero el peligro pasa desapercibido porque el grupo, como unión de varios individuos que buscan iguales o parecidos fines, es, en esencia, un concepto optimista y enriquecedor.

Los beneficios del grupo como sistema son claros. Ofrecen protección, solidaridad y motivación. El grupo, además, facilita las relaciones  interpersonales y es cómodo actuar en ellos porque tienen reglas que, de forma más o menos explícita, guían a sus miembros.

En la actualidad, la cultura de grupo es evidente. Su expresión más cotidiana lo constituye el "grupo de whatsapp" y de su plasmación más comprometida deriva la frecuencia en el uso del término "asambleario".

El problema llega cuando los miembros del grupo se identifican tanto con él que pierden la individualidad, se hacen uno y mimetizan sus comportamientos; no sólo eso, también sus afectos y sus valores. El grupo pierde la objetividad y no admite la disensión. Se olvidan la reflexión, la autocrítica y la "corrección fraterna".  Este proceso a veces está liderado por un miembro pero, en ocasiones,  hasta el mismo líder se disuelve en el sistema.

El grupo se convierte,  entonces, en un ente con vida propia y termina dejando al margen los "elementos extraños", seguramente porque los interpreta como enemigos potenciales. El "elemento extraño", por su parte, se enfrenta a un dilema: o se mimetiza, renunciando a su individualidad, o abandona. 

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El asunto estaría solucionado si no existiera una "tercera vía" de desenlace del problema que se está convirtiendo, por desgracia, cada vez en más habitual: el "linchamiento" colectivo. Cuando hablo de linchamiento me refiero a la eliminación, al "acoso y derribo", del distinto. Terminamos asistiendo al espectáculo degradante de grupos convertidos en jueces de individuos aislados a los que se condena de manera implacable. Nadie plantea límites, nadie reflexiona, nadie empatiza. Se apela a la fidelidad al grupo cuando en realidad se está ejerciendo intolerancia y radicalismo.

Los grupos tóxicos aparecen en nuestros medios de comunicación, se hacen visibles. También en ámbitos menos públicos. Alguien me comentaba una vez que había tenido que dar clase a un grupo de alumnos adultos y que se había encontrado con un conjunto de personas que habían hecho del colectivo que formaban un auténtico tirano. Día a día mantuvo un pulso titánico soterrado, no explicitado pero existente: él en soledad frente a ese grupo que se reforzaba a base de pelear el control con el docente.

Grupo e individuo son complementarios. Ambos se enriquecen mutuamente pero también ambos deben poner límites a esta influencia mutua. Sólo el equilibrio entre ambas fuerzas puede hacer que el individuo crezca por un lado, y que el sistema avance y cumpla su función, por otro.

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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