Ideología

A menudo nuestros errores surgen de la exageración de nuestros defectos o de la cesión que hacemos de nuestra propia personalidad a causas que, pudiendo ser potencialmente justas, terminamos convirtiendo en condicionantes omnipotentes de nuestra actuaciones, en nuestros propios dueños. Una de estas causas es la ideología.

Bien gestionada, la ideología nos marca unas referencias que dan forma a nuestra percepción del mundo y de los demás y  explican  las relaciones  que establecemos con ellos. Además, nos hace partícipes del grupo  que comparte con nosotros parecidas metas en la vida. 

 

La ideología es multifacética porque puede revestirse de características diversas: religiosas, culturales, políticas. Es más, seguramente el proceso de adquisición de una ideología es circular: la religión, cultura o política en las que se nos ha educado más o menos inconscientemente, configuran nuestra ideología y viceversa. 

 

La ideología también constituye una referencia ética ya que, en función de ella, decidimos lo que es justo o no, lo que es bueno o no. Y también en función de ella elegimos aquello sobre lo que merece la pena volcar nuestras responsabilidades. 

 

Pero también puede ser un arma de doble filo si no sabemos colocarla en su lugar preciso. 

 

Fijémonos en nuestro "culebrón político nacional". La mejor prueba de cómo la ideología pasa de ser una guía útil de referencia en la negociación a ser el elemento único, el "dios" bajo el cual se determina dicha negociación, la tenemos aquí. Y ello porque se ha impuesto a la lógica, al sentido común y a la responsabilidad. 

 

No identifico por igual a todos los interlocutores de dicho proceso en este mal uso de la ideología. En mi opinión, unos están intentando no ser esclavos de ella, en aras de un acuerdo de estado, y otros son presos de la suya. Y resulta paradójico que, de forma general, estén peor vistos los primeros frente a los segundos porque a aquellos se les tacha de estar traicionando sus principios. 

 

La ideología se termina convirtiendo en un gran prejuicio compartido que se va apartando de los principios, concepto que alude más a los valores y bases éticas, libremente escogidos, de la persona.

 

Otra de las deformaciones que sobre este tema muestra la sociedad es la de la consideración de que hay ideologías "buenas" y "malas" (me es indiferente las que el lector sitúe en un lado o en otro). Esta consideración no suele ser explícita (más bien de forma oficial se habla de tolerancia) pero, dependiendo del contexto en el que nos movamos, la emisora de radio que escuchemos, la línea editorial periodística que escojamos, sabemos de sobra qué ideología es más adecuado mostrar y cuál no. 

Jaula


Lo que quiero destacar es que esta misma clasificación es ya el resultado de una forma de experimentar la ideología como un corsé que impide el pensamiento desde la independencia. Ahora, cuando más que nunca se habla del "empoderamiento" de la ciudadanía, es posible que lo que está consiguiendo parcelas progresivas de poder no sea la persona sino la ideología, entendida como el "gran totem". Y que, desde ahí, se esté esclavizando al individuo y, desde ahí, a la colectividad. Como bien sabe el lector, no sería la primera vez que pasa ¿verdad?

 

Un último comentario: quiero dejar constancia de lo peligroso que me resulta el trasladar la ideología al ámbito académico. Y llamo la atención sobre ello por dos razones: la primera porque es muy fácil caer en la trampa de transmitir los conocimientos, por ejemplo de Historia,  desde la óptica dominante de "buenos-malos". La segunda, más seria, porque podemos estar generando en la personalidad de nuestros educandos prejuicios en vez de principios. Espero que estemos atentos...


Creo que la persona es dueña de su ideología y creo, por eso, que la ideología se debe ir amoldando a la propia evolución del individuo y no al revés. 

 

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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