Golpes de efecto

Vivimos en la sociedad del exhibicionismo, del exhibicionismo del propio yo. Continuamente abrimos nuestras ventanas al exterior y nos dejamos observar. Cada vez estamos más marcados por lo mediático. Este mismo artículo, este mismo blog, es una muestra de ello. 

Somos seres sociables que interactúamos con los demás, y en un mundo globalizado como el nuestro, en el que los medios nos facilitan esta posibilidad, es muy fácil hacerlo.

Todo esto nos enriquece porque comunicarnos siempre nos hace crecer. Pero, si no ponemos filtros, podemos correr el peligro de ir cediendo parcelas de intimidad: un "selfie" en una red social, una opinión inmediata ante un estímulo momentáneo, una foto como imagen de perfil público en el que dejamos entrever nuestro pasado, o nuestro presente, o a nuestros hijos, o nuestro hogar ...

Alguien me dijo una vez que había viajado mucho por motivos de trabajo y que no tenía una sola foto. Cuando le pregunté por qué, se golpeó el pecho con el puño y comentó: "no quiero hacerlas, mis recuerdos se quedan aquí". 

Es verdad que apetece compartir los buenos momentos pero cada vez que lo hacemos de forma indiscriminada, sin seleccionar a los destinatarios de ese gesto, nos estamos "desnudando" un poco...

A la par que vamos desparramando pedacitos de nosotros, vamos definiendo otra característica que, en mi opinión, es fruto de nuestro tiempo:  la necesidad de dar "golpes de efecto"; de impactar; de hacer o decir algo que llame la atención de los demás. Esto es así de tal forma que, al final, lo menos importante es compartir algo interesante y lo más deseado es el mero hecho de estar en la carrera de "a ver quién sorprende más". 

TV

Me viene a la cabeza un programa de televisión de talentos en los que las personas que componen el jurado tienen la boca abierta casi permanentemente (yo creo que lo han firmado así en el contrato). Se dedican a ver a personas en plena competencia por ser el mejor artista y, si se puede,  el más fuerte, el más superviviente, el que tiene el sueño más maravilloso...

Yo prefiero los hechos que pasan desapercibidos pero que tienen una carga de grandeza intrínseca porque están dotados de significado. 

Pongo un ejemplo: asistí como espectadora en un pueblo a un Vía Crucis. El hecho en sí no hubiera tenido más importancia si no fuera porque en él se congregaron los vecinos después de decidir, de forma explícita, celebrarlo bajo una lluvia persistente, recia, de esas que invitan más a quedarse en el sofá que a salir a dar vueltas por las calles del lugar. Eso sí que es una pirueta de talento circense: ancianos  con sus galas "de los domingos"; adultos con sus hábitos de cofrades "calados hasta las enaguas"; uno de los sacerdotes sujetando, como podía, el altavoz a la vez que intentaba taparlo con una bolsa de plástico y el otro sacerdote dirigiendo animoso la lectura de las estaciones. 

Dejando a un lado el sentido religioso concreto que cada uno es libre de vivir en la dimensión que decida, rescato la fuerza del gesto aparentemente inútil y no visible, pero sobre el que el compromiso y el sacrificio se imponen. 

Además, me gusta la belleza que nos acompaña en silencio. Esa que está continuamente pero no se exhibe. Me enviaron el otro día un documental sobre los "multiversos". Estaba dirigido por Eduardo Punset y mostraba los recientes estudios de la Física sobre el Universo en relación a la hipotética existencia de "multiversos", o múltiples universos en los que es posible que haya "multi-yos" en mundos con diferentes leyes físicas. 

¡Qué grande y qué bello! ¡qué desconocido y qué poco comprensible! ¡cuántas puertas abiertas a entender la realidad que no entendemos! o, como decía el científico entrevistado, a superar la visión de la rana para pasar a la visión del pájaro; o superar la visión del pez en el agua, para quien todo su mundo se reduce a la física del medio líquido y vive ignorante de que también existe el hielo o el vapor. 

Pecera

En esta sociedad en la que los patrones a veces están marcados por "los golpes de efecto", invito a cultivar la capacidad de sorpresa por aquello que sucede y no compite. 

 

 

 

 

 

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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