Caricias Nutritivas

Hace unos días, organizando mis papeles, recordé que hice un cuento sobre la importancia de las caricias. El cuento trataba de unos padres que, mientras habían satisfecho todas las necesidades básicas de su hijo, se habían olvidado de lo más importante: decirle lo valioso que era para ellos. 

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El Análisis Transaccional (A.T. a partir de ahora) es una teoría de la personalidad elaborada por E. Berne para entender de forma sencilla la estructura de la personalidad del individuo y sus “posiciones existenciales” con respecto a los demás, analizando los “juegos” mediante los cuales interactuamos con ellos.

El término caricia es utilizado por el A.T. como la “unidad de medida” del reconocimiento, es decir, como el acto mediante el cual reconocemos la presencia del otro y viceversa. 

Todos necesitamos caricias, porque todos nosotros queremos que se nos reconozca. Y las buscaremos a toda costa: de forma consciente y también instintiva.

Es tan fuerte esta necesidad que haremos todo lo que sea preciso para ello. Por eso hay caricias–trampa. Llamo caricias-trampa a aquellas que recibimos, o damos, de forma intoxicada, desde el “prefiero que me hagas daño a que me ignores”.

En otros casos, la identidad que nos forjamos está tan estropeada que rechazamos las caricias sanadoras, las “buenas”, las que nos valoran, porque nos quitamos el derecho de tenerlas.

En contextos de psicoterapia individual y grupal del A.T. se suele utilizar el llamado “perfil de caricias”. Refleja en un gráfico cuántas damos, recibimos, pedimos o rechazamos. Es un buen baremo que indica cuál es nuestra salud de reconocimiento. En la medida en que rechazamos aquellas caricias destructivas de nuestra personalidad y aceptamos –y pedimos- las que nos enriquecen, estamos afectivamente sanos; en la medida en que damos caricias “positivas” estamos estableciendo cauces de comunicación interpersonal “sanadores”.

Acariciar, en sentido estricto, alude a tocar con suavidad al ser hacia el que nos hacemos cercanos. Y esto también es reconocer (cuando se hace sin condiciones y sin motivos oscuros). Hay personas "kinestésicas" para las que tocar es fundamental para comunicarse. Y a todos se nos despierta un impulso de caricias con según quién: un bebé, nuestros hijos, etc.

Pero ésta es sólo una forma más de dar caricias. Cuando nos fijamos en otra persona, en toda su dimensión, y vamos más allá del mero hecho de mirarla, ya le estamos dando un lugar, estamos significando que nos damos cuenta de que existe. Es entonces cuando se pone en marcha la empatía.

Y cuando el fijarse tiene como objetivo el propio yo, que rechaza lo negativo y se aprovecha de lo positivo que le viene de fuera, y de dentro, entonces estamos creciendo y autoprotegiéndonos. Es entonces cuando se pone en marcha la autoestima

Invito a reflexionar sobre cómo vamos por la vida; si somos conscientes de que cada persona es un ser único e irrepetible. Nosotros lo somos. Aunque el día a día nos haga cargarnos de gestos y actuaciones automatizados, debemos recordar la dimensión de valor que tenemos. Decir y decirnos de vez en cuando, de la manera con la que cada uno se sienta mejor identificado, "¡qué suerte que existas!" o "¡qué suerte existir!" debería formar parte de nuestro código vital porque eso nos nutre.  

Mirar fijándose

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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