La Familia y el universo Familia-Escuela.
“Los padres deben asumir mayor protagonismo a la hora de evaluar y definir qué tipo de educación quieren para sus hijos. Casi siempre es la madre la que se encarga de hablar con los maestros o la Dirección. Esto se percibe sobre todo en los niveles de Primaria, cuando los integrantes de la familia parece que sienten la necesidad de ayudar al niño. Pero a medida que avanzan en sus estudios y que se valen por sí mismos, la participación familiar se abandona.
Es necesario que los padres se sensibilicen de su responsabilidad, deben comprender que las actividades de los hijos no pueden estar disociadas. Lo que hacen en casa, en la escuela y en la calle es todo uno, y todo incide en su formación”. (7)
Estas palabras introductorias refuerzan la idea que la familia tiene que planificar el tiempo de ocio y de trabajo de sus hijos/as, exigir con constancia, crear el adecuado ambiente de entretenimiento o de trabajo, dotar de los medios necesarios e interesarse por las actividades escolares y extra-escolares que realizan.
Esto conlleva, por parte de los familiares, un implícito respeto hacia todos quienes rodean al niño y la niña en el ambiente escolar, especialmente hacia el maestro o la maestra de clase. Este respeto incluye la manera de hablar sobre ellos en casa, la asistencia a reuniones o la rápida respuesta a las comunicaciones provenientes de la institución escolar que se reciben.
Es muy común que la sociedad acuse a la institución educativa cuando se produce un fracaso escolar, sin tener en cuenta que hay otros varios factores que intervienen tanto en el buen rendimiento como en ese fracaso: el propio escolar, el sistema educativo y la familia.
Hay muchos integrantes de la familia que tienen sólo una mínima idea de la función docente a nivel escolar.
Un maestro, una maestra, tiene innumerables funciones: es educador, cuidador, asistente social, mediador en los conflictos, auxiliar de enfermería en casos de accidentes o descontrol de esfínteres, asistente de oftalmólogo y otorrinolaringólogo (porque si no detecta problemas de visión u oído, alguien en la familia seguramente comentará: “...y la maestra ¿no se dio cuenta?), asistente de psicólogo, confidente, asistente nutricionista, controlador de hábitos y modales en la mesa, orientador para el futuro consumidor, y un largo etcétera y, debido a estas tantas tareas que realiza, en muchas ocasiones, se produce en el profesional de la educación, una sensación de desbordamiento.
A esto se agrega que los maestros, cada vez con mayor frecuencia, tienen que proporcionar a los niños y niñas las escalas de valores y el entorno afectivo y de seguridad que, en otras generaciones, era responsabilidad exclusiva de la familia inmediata.
Es muy importante, imprescindible, no desautorizar a un docente frente al escolar. El docente y el niño o niña tienen que tener una buena relación afectiva para que el proceso de aprendizaje no sufra contratiempos. Para muchos escolares, el docente es un pilar fundamental en su vida y lo idolatran íntimamente al punto de estar convencidos que los docentes no tienen vida social ni vida sexual. A veces se asombran y les parece extraño si, por ejemplo, fuera del ambiente escolar, ven a su maestra con su novio, su marido o sus hijos.
Cuando se acusa o desvaloriza a un maestro o maestra frente a un niño, éste capta esa crítica y se desmoraliza o se desilusiona por la imagen que tenía de su docente, provocando una desmotivación que influirá negativamente en su rendimiento académico.
Lo que se dice en el ambiente familiar de un maestro o maestra influye enormemente en los niños y cuando se le critica abiertamente o se opina despectivamente de su labor, el chico se siente defraudado.
Y en esto no importa la edad, un niño o niña de 5 años como uno de 10 sufren mucho cuando en su interior la figura del maestro se desmorona y las reacciones futuras a este sentimiento pueden adoptar formas de irrespetuoso desacato.
Si un niño o una niña, ante un comentario o un rezongo del docente, responde con argumentos incoherentes y, si se trata de una institución privada, finaliza diciendo: “para eso mis padres pagan la cuota y tu sueldo”, o algo similar, no habrá una sola persona de la institución escolar que considere que esta contestación sea producto de una inocente y espontánea ocurrencia infantil.
Sin lugar a dudas, se trata de una fiel transcripción de algo que escuchó en el hogar, y que corresponde a frecuentes comentarios de familias que se sienten muy cómodas en un círculo social donde, por ejemplo, la contratación de personal doméstico o de algún servicio en el hogar, va acompañada del "destrato" y la desvalorización de la persona y su trabajo.
Para estas personas, el maestro, la maestra, son individuos de rango similar que caen dentro de esta categoría y se les critica en el mismo “paquete”.
Ante cualquier duda o desaprobación por lo que el maestro o la maestra hace, es conveniente acercarse al docente para plantear la inquietud y recibir respuestas. Nunca criticar delante de los niños.
Kepa Osoro Iturbe, profesor español de Educación Primaria y experto en Lectura y Bibliotecas Escolares, se refiere a la relación padre-hijos de esta forma:
“...Los cambios sociales de los últimos años han influido en la relación padre-hijos. Así como antes los niños eran atendidos por sus madres al finalizar la jornada escolar (ejerciendo el papel de educadoras y modelo a seguir), ahora, con empleos de largas horas de trabajo, surgen distintas alternativas: solos en la casa, al cuidado de hermanos, vecinos, abuelos, etc., o con personas contratadas.
Cuando llegan los padres, muchas veces con la “culpa” del abandono y el poco tiempo de dedicación, proceden a darles todo lo que piden, procurando que los vean como amigos.
Los niños se vuelven egoístas, intolerantes, inseguros e incapaces de construir una relación social en base al entendimiento, el respeto y la tolerancia. Se acostumbran a que siempre haya alguien que va marcando los pasos a seguir, dándoles instrucciones y quitándoles las piedras del camino para no tener problemas.
Y cuando salen al mundo exterior, fuera del entorno familiar, no reciben más que bofetadas y tienen que asumir de golpe las responsabilidades y decisiones para las que no disponen de recursos.
Y allí comienzan los problemas que todos conocemos: la preocupación porque Alberto no se adapta al Colegio, Jorge ha comenzado a hacerse pis cuando ya tenía control desde los dos años, Paula no quiere ir al Colegio porque la obligan a comer fruta.
El mundo exterior: la escuela, el grupo de amigos, las relaciones en el parque o en el club, se rigen por otra “ley”.
Un niño de 6 años ya puede hacer muchas más cosas de las que creemos, y cuando en el colegio la maestra le dice que tiene que vestirse y comer solo, no es que quiera sacarse el problema de encima, simplemente sabe que sus alumnos y alumnas poseen muchas más potencialidades de las que quieren reconocer sus propios familiares.
Con 6 años un niño o una niña debe encargarse de ordenar su cuarto, recoger su ropa, ordenar el baño cuando se ducha, vestirse y desvestirse y comer con autonomía. Cuando se habla de autonomía, la familia dice: claro, ya tiene que vestirse solo. Ya come solo. Ya se sabe hacer su mochila y bañarse.
Este es un tipo de autonomía, la de hábitos, pero el tema va mucho más allá.
Siempre se pueden encontrar con un docente exigente que no sepa valorarlos, o con algún compañero que pretenda ridiculizarlos, y eso los hará sufrir innecesariamente.
Es importante ayudarles a crear sus propios criterios y mecanismos de defensa contra la arbitrariedad ajena. Hay que hacerlos participar, tomar decisiones sobre lo que hay que llevar en un viaje o lo que se va a comprar.
Si aprenden a superar sus errores en el entorno familiar, estarán preparados para los pequeños o grandes dramas que les acecharán en la escuela o en la calle. Si enseñamos a nuestros hijos a conocerse, a descubrir sus valores, sus capacidades y virtudes, así les estaremos llenando al mismo tiempo la maleta de autoestima.
El mejor regalo que podemos hacerles es nuestro tiempo, el que podamos, pero diariamente.”. (8)
Y el maestro uruguayo Alfredo Gadino, sobre este punto, indica también:
“...Algunas familias toman con el pequeño una actitud sobreprotectora: le quitan toda dificultad que avizoran, le hablan en su “jerga” infantil, lo cubren de obsequios, le hacen los deberes de la escuela. Creyendo proteger al niño esas familias actúan contra su propia naturaleza, que es la de esforzarse, la de crecer venciendo obstáculos, la de luchar por ser.
La gran ventaja que tienen los padres sobre la escuela es que pueden enseñar en medio de lo que sucede en la realidad. No se juega a ir de compras: se va de compras y hay que optar entre las diversas posibilidades. La relación entre padres e hijos está situada en el mundo donde se aprende mejor: en el mundo de la realidad”. (9)
La principal preocupación de las familias, con respecto al mundo escolar es, sin lugar a dudas, el rendimiento académico del niño, por lo tanto no se debe dejar de lado que en el aprendizaje hay un alto porcentaje de componentes afectivos: se aprende mejor si hay una buena relación de afecto con el docente. A nivel escolar, el docente es como un miembro de la familia que guía constantemente los pasos académicos, culturales y sociales del niño.
A pesar de todo, y sin importar cuánto esfuerzo se ponga en optimizar la relación familia-escuela, hay algo que difícilmente cambiará: la familia siempre tendrán un concepto de la conducta y el rendimiento de sus hijos, bastante o muy diferente a lo que piensa el maestro y la escuela.