La Adaptación a la Institución Educativa.

Antes de iniciar la vida escolar, niños y niñas viven innumerables experiencias de aprendizaje en el entorno familiar. Cuando  comienza a aprender sobre las cosas y personas que lo rodean, se establece un modelo de comportamiento (que el psicólogo suizo Jean Piaget denominó “schema”) que puede repetirse y generalizarse.

Para que se produzca el aprendizaje, este modelo debe ejercitarse, por lo tanto no sólo se le debe permitir a un niño o niña que repita y practique conductas y comportamientos para que se sienta seguro/a de que lo que aprendió es verdad, sino que hay que alentarlo/a a que lo haga con frecuencia.

Cualquiera que haya observado a un niño o una niña de 2 años, por ejemplo, tratando de encastrar o colocar piezas en un orden, habrá notado la sonrisa o el gesto de satisfacción cuando lo logra. Muchos integrantes de la familia no ven esto como un aprendizaje, sino como un juego... De aquí surge que muchos familiares pregunten a los maestros si a los niños se les “permite jugar”, o critiquen a las instituciones porque en ellas “juegan mucho y no aprenden nada”.

Hace ya mucho tiempo que numerosos trabajos de investigación destacan la importancia del juego como un medio para el aprendizaje y, si bien los educadores lo tienen muy claro, no lo es tanto para muchos padres y madres.

Los pre-escolares, a través del juego y la manipulación de juguetes y materiales, están aprendiendo sobre la naturaleza de las cosas y su comportamiento físico o químico: verter agua, apretar una esponja, ver como la arena se escapa entre los dedos, colocar bloques uno encima de otro, jugar con un globo y observar como flota en el aire y cae, tratar de levantar cosas pesadas y livianas, etc., son innumerables ejemplos de cómo un niño o una niña  va descubriendo los conceptos de peso, altura, textura, suavidad, plasticidad, transparencia, etc. Al mismo tiempo descubre lo que puede y no puede hacer con la materia.

Este resultado del juego va conformando su propio punto de vista de las cosas, en el sentido de asociar el mundo físico que lo rodea con su mundo interior.

Los objetos que comienza a conocer conforman una parte de su mundo, otra parte son las personas que lo rodean. Los adultos que controlan la mayor parte de su vida infantil, realizan todo tipo de actividades a su alrededor, tareas que observa y quiere entender. Cuando juega, imita a los adultos y lo que éstos hacen.

Juega a ser el padre o la madre, limpia, cocina, repara objetos, utiliza herramientas, etc. Las muñecas y los animalitos se transforman en hijos a los que hay que alimentar, vestir, enseñar y rezongar. A través de esta fantasía comienza a descubrir lo que es ser padre o madre y a entender cómo es estar a cargo de alguien, al igual que imita la función del doctor, el dentista, el asistente del supermercado, la maestra, etc.

También puede ser el león o el tigre que lo sorprendió en el zoológico o un súper héroe de la televisión. Una situación grave como un accidente, un fallecimiento, una separación, también puede ser recreada en su fantasía para hacer más tolerable esta circunstancia.

Cuando comienza la etapa de hablar se produce un momento de gran emoción entre los adultos que lo rodean, porque es el inicio de otro tipo de comunicación en la que puede expresar lo que siente y lo que piensa.

A medida que el lenguaje se desarrolla la familia influye en muy alto porcentaje en el grado de evolución que el niño tenga cuando llegue por primera vez a una institución escolar. A través de la intervención de padres, madres, abuelos, tíos, vecinos, etc., el niño o la niña comienza a comunicarse, responder preguntas, comienza a interpretar y conocer letras, se le corrige, etc., por lo que su mayor o menor madurez lingüística (y conductual) al llegar a la escuela, casi siempre es reflejo del hogar y su entorno.

Es evidente que la Escuela  es una nueva etapa en la vida infantil, pero la separación del hogar, aunque sea por unas horas y verse inmerso entre un grupo de otros niños y niñas es un cambio tan grande que se necesita un período de asimilación y adaptación, antes de imponerle exigencias académicas. Es por esto que el juego continúa teniendo una gran importancia como forma de aprendizaje y de adaptación a las nuevas reglas. Si se elimina, también desaparece el deseo y el placer de aprender, tan propios de la edad infantil.

Aún teniendo en cuenta estos aspectos, el periodo de adaptación al medio escolar es siempre conflictivo y una etapa de nerviosismo, ya se trate de pre-escolares como de escolares que, por cualquier motivo, ingresan por primera vez a una nueva institución.

Exceptuando el caso de los bebés, es conveniente que los niños conozcan el lugar donde asistirán antes del primer día de clase, que vean las aulas, los juegos, los patios, etc.

Es aconsejable hablarles con frecuencia de ese nuevo lugar, tratando que se haga una imagen tan buena como la de su casa. Explicarles cómo es la escuela, lo que se hace y se aprende en ella, los amigos y amigas que encontrará, etc. Leerles cuentos que hablen de la escuela para crearles el deseo de querer vivir esa experiencia.

Según las diferentes edades, lo básico siempre es hablarles sobre lo bien que va a pasar jugando, aprendiendo y haciendo nuevas amistades.

Cuando llega el primer día de clase, y los días siguientes, las reacciones son variadas y normales, especialmente desde el punto de vista institucional.

Los llantos y resistencia a entrar que se producen en muchos casos, son el primer síntoma de reconocer que ya no se es el centro de todo, en un ambiente con otros de igual o similar edad.

Por más doloroso que pueda resultar, no es aconsejable que los familiares cedan a estas lágrimas. Esta situación, que en psicología se llama “angustia de la separación”, no debe interferir en la firme actitud de dejar al niño o la niña en la institución, aunque llore, porque si no se hace así no iniciará el camino de independencia y fortalecimiento de su propia personalidad.

A los pocos días habrá cambiado su actitud y esa angustia quedará superada gradualmente, cuando encuentre el equilibrio entre su forma de ser y el nuevo ambiente.

Si lo desea, especialmente en sus primeros años de edad, conviene que lleve alguno de sus juguetes preferidos y la madre o el padre puedan quedarse por unos minutos antes de dejarlo. A veces esta etapa de adaptación la organiza la institución con períodos de asistencia breves (1 hora, 2 horas, etc.) y presencia de un familiar, durante varios días, antes de comenzar el curso escolar.

La entrega del niño o la niña en la institución debe ser rápida y sin el agregado de comentarios o de una conversación con quien lo recibe. No es conveniente que la despedida se extienda por algunos minutos entre abrazos y besos. Un adiós cariñoso pero decidido será la mejor ayuda para que  acepte su independencia.

Cuando el niño o la niña ingresa en una institución escolar conoce sólo la vida de hacer lo que quiere y, de pronto, se ve inmerso en un ambiente con restricciones y reglas sociales: hacer fila, lavarse las manos y los dientes, esperar turno (hasta para hablar), no ser primero en una fila, estar sentado y no corriendo en un salón de clase, etc.

Se producen cambios tan grandes que la adaptación está condicionada a la forma de ser de cada niño o niña, sus antecedentes familiares en cuanto al grado de independencia, y a la manera como el docente maneje las diferentes dificultades que puedan surgir.

Otra forma de adaptación necesaria es la que implica un cambio de institución debido a traslados de domicilio, problemas económicos o disconformidad con un centro escolar.

Si bien pueden tener experiencia en la asistencia a estos lugares, el primer día está signado por los nervios que provoca una situación que, muchas veces, va en contra de lo que el niño o la niña hubiera deseado.

Al cambiar de institución escolar se produce un desarraigo, por lo que se necesita un tiempo importante para lograr hacerse con el nuevo ambiente.

De saber todos los detalles, se pasa a ser un completo ignorante de procedimientos y personas. Su propia personalidad y adaptabilidad para los cambios, unido a un ambiente que con la guía docente brinde una bienvenida adecuada a los “nuevos” integrantes, decidirá la velocidad de adaptación y de relación con el resto del grupo.

De todas formas, no debe descartarse que la adaptación no sea la indicada para un caso en particular y le cueste demasiado lograrla. En estos casos nada impide a los familiares decidir por un cambio de institución.

Hugo Valanzano Falero

Docente universitario. Licenciado en Biblioteconomía. Docente de Inglés Técnico. Postgrado en docencia universitaria.

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