El para qué de la motivación
Por un propósito
Para comprender el para qué de la motivación resulta muy ilustrativa la lectura de la siguiente anécdota que resume la vida de uno de los grandes personajes de la vida pública de los Estados Unidos. En ella se refieren fracasos, sin embargo, la persona en referencia, no se amilanó; por el contrario, persistió y persistió hasta las últimas consecuencias, hasta que llegó a ser una de las personas más reconocidas y respetadas por la humanidad.
Esfuerzo y perseverancia
La perseverancia es clave para alcanzar el éxito.
La anécdota da la pauta para comprender la respuesta del ¿para qué motivarnos?, se resume en lo siguiente: para alcanzar nuestros objetivos y metas. Ciertamente, para la motivación es indispensable que las personas afinen bien lo que desean de su vida y se esfuercen honestamente en ello, eso les dará la noción de que la felicidad y el bienestar no son el fin del sendero, sino el sendero mismo.
Es probable que en la vida no se logre todo lo que las personas se propongan, pero el sólo hecho de intentarlo con persistencia otorga grandes niveles de satisfacción, y esta es mejor cuando se irradia a otros, cuando beneficia a otros. En suma, las personas que lo intentan, lo pueden lograr y si no logran todo, lo que obtienen es mucho mejor que si lo que se proponen es reducido o limitado.
Concluyentemente, ¿para qué motivarnos?, para alcanzar nuestros objetivos, metas, sueños, propósitos.
Para qué motivarnos
Las dos interrogantes: ¿por qué? y ¿para qué? son inherentes y complementarias entre sí. Debemos querer ser diferentes para contribuir a crear un mundo diferente y debemos tener sueños que nos impulsen a romper las barreras de un mundo insípido, sin color ni energía. Precisamente, para legar a otros el derecho a la alegría de vivir en un mundo en el cual vale la pena vivir.
Por qué y para qué motivarnos
Por qué y para qué motivarnos
- “¿Para qué ha de aprender todas esas cosas un pobre marino como yo?
- ¿Quién sabe? Acaso llegues un día a ser capitán de barco”.
Alejandro Dumas Padre
El Conde de Montecristo