Los "adultosquenoloson"

Estamos dejando a nuestros adolescentes huérfanos de referentes.

A menudo nuestros chicos y chicas son objeto de análisis. Estudiamos su comportamiento, sus relaciones sociales, sus aficiones, sus códigos, los riesgos a los que se enfrentan... Pero pocas veces centramos el foco de atención en que parece que no pueden escaparse de la inercia a la que están abocados: la del "agujero negro" que constituye la ausencia de modelos de adultos maduros a los que parecerse. 

Hace un tiempo tuve la ocasión de preguntar a un grupo de jóvenes (habían sobrepasado ya la adolescencia) qué personajes reales o de ficción, actuales o pasados,  constituían sus modelos de referencia. A algunos ni se les ocurrió un solo nombre y otros hicieron mención a artistas que habían enseñado sus dramáticas experiencias (ex-parejas, acoso, adicciones...)  y habían logrado finalmente fama y dinero. Todos individuos mediáticos con historias mediáticas de éxito material. Ningún nombre más.

En un primer momento me sentí escandalizada. Del escándalo pasé a la tristeza. De la tristeza al profundo sentimiento de responsabilidad. ¿Cómo hemos llegado a esto?

Nuestros jóvenes son víctimas de una nueva tipología de adultos que está invadiendo nuestra sociedad: la de los que no lo son, la de los adultos niños que, o bien han vivido experiencias que convierten en cuentos de hadas -y han tenido la suerte de que les ha salido bien- o directamente quieren vivir en un cuento permanente, o tender hacia él.

Estos "adultosquenoloson" aparecen por doquier. Forman parte de nuestro paisaje diario. Junto con  la permanente ensoñación de experimentar el éxito  (y la consiguiente equiparación entre éste y ser rico y famoso) se caracterizan por:

1. La escasa capacidad para mantenerse firmes en la autoridad que pretenden imponer.

2. La utilización del "patrón - comodidad" como criterio para actuar.

3. La poca o nula capacidad de reconocer las equivocaciones.

4. Las actuaciones "a bandazos", según los impulsos del momento.

5. La competitividad más primitiva.

6. La constante llamada a cumplir sueños (en muchos casos irrealizables).

7. La nula objetividad con los límites personales.

8. El sentimentalismo vacío.

9. La necesidad de etiquetar cualquier comportamiento.

10. El empoderamiento entendido desde la autosuficiencia más soberbia.

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Nuestros jóvenes merecen nuestro cariño pero sobre todo nuestro respeto. Dejemos de tomarles el pelo. Pueden ser jóvenes pero, en su confusión vital y existencial,  perciben con una certeza enorme cuándo un adulto es de fiar o no. Y, precisamente, los criterios con los que identifican a unos u otros no se basan en el mayor o menor grado de colegueo sino en la seriedad de unos planteamientos que, aún pudiendo estar equivocados, brotan desde el adulto. Ese adulto que les da seguridad porque sí, es lo que parece, un adulto.

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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