Algunos comentarios sobre el Debate de Investidura

Congreso de los Diputados

Estamos viviendo lo que algunos llaman una "segunda transición". Estoy de acuerdo con esta afirmación porque, a mi modo de ver, en España se está dibujando un nuevo marco de relaciones en lo político marcado por la tensión "dialéctica" entre la superación de la dicotomía de "las izquierdas" y "las derechas" y la permanencia en esos mismos patrones. 

Fruto de la dificultad de "dar a luz" un resultado a esta tensión es la aparición de una contradicción en la que algunos de nuestros representantes están inmersos: en el argumentario utilizado se defiende la necesidad de hacer una nueva política pero, a la hora de la verdad, es la vieja la que está condicionando el rechazo a un acuerdo que precisamente llama la atención porque ha superado la citada dicotomía o, por lo menos, lo ha intentado. 

En terapia sistémica se alude a la idea de que cuando un "sistema" sufre cambios en algunos de sus componentes, se dan resistencias que van a tender a mantener la "homeostasis", es decir, el equilibrio establecido, frente a las fuerzas de renovación. Pues bien, en mi opinión, eso es lo que se vio en el debate de investidura de la pasada semana. Y, quizá, los que se supone que abanderan la segunda tendencia, la de la renovación, no son los que, en la práctica, más la defienden. 

Hemos asistido al espectáculo de esta lucha de tendencias contemplando que se ha realizado, en bastantes momentos, en medio de un clima bronco, no tanto por los contenidos sino por las formas, o, mejor, por las actitudes

Cuando hablo de actitud no me estoy refiriendo al lenguaje no verbal -que es evidente que aporta una gran cantidad de información no deseada por quien comunica-. Me estoy refiriendo a la predisposición (para el acuerdo o el desacuerdo). 

Cuando dos personas se ponen en la tesitura de negociar, pueden hacerlo en un plano de simetría o en uno de complementariedad. Si es desde el primero, la conversación fluirá, no porque se tenga que estar en todo de acuerdo sino porque no habrá barreras para exponer los puntos en común o en contra. El establecimiento de límites o de las tan manidas "líneas rojas", no serán fruto de la búsqueda del poder sobre el otro, sino de la fidelidad a los principios propios. Desde la complementariedad, uno querrá imponer y otro asumirá el rol de dejar imponerse. 

El problema viene cuando una de las partes se sitúa en el rol del dominio y el otro se niega, bien porque quiera él mismo el dominio, bien porque quiere estar en la simetría. Cuando es por esta razón, creo que es legítima la resistencia, porque nadie puede verse obligado a no ser respetado o a ser humillado. 

En fin, cuando nuestros políticos verbalicen en sus negociaciones (y en las tertulias de televisión) frases del tipo: "aquí sí tienes razón"; "tu perspectiva de este asunto me gusta"; "en esto me he equivocado"; "creo que puedo contemplar esta otra visión", etc... estaremos más cerca de conseguir una cultura de la participación liderada por nuestros políticos y que pueda tener reflejo en la sociedad. 

En el pasado debate de investidura, como en el teatro de la vida, cada uno interpretó un papel: algunos representaron un papel digno, democráticamente impecable; otros, por el contrario, prefirieron jugar al despiste, al escondite o al juego del "despotismo ilustrado", el de "todo por el pueblo pero sin el pueblo". 

Marta Tamayo Loyo

Licenciada en Filosofía y Letras con C.A.P. y Habilitada en Educación Social por el CEESCYL

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