De nuevo el masculino genérico

Seguimos con el asunto del “masculino genérico” y sus múltiples consecuencias y antecedentes históricos. Hacíamos referencia en el tema anterior que no es casualidad que se priorice lo masculino después de unas pautas históricas asentadas en un patriarcado.

Lo que no significa que, en la actualidad, este género se tenga que seguir priorizando sobre el femenino o tenga que seguir nombrando a lo femenino. Máxime cuando es mucho más fácil reconocer que las mujeres antaño no aparecían en el lenguaje por el mero hecho de que “no estaban” o que lo hacían únicamente en los lugares reservados para ella.

Así,  los hombres sí lo hacían porque, por sistema, era los únicos sujetos de derecho. De esta forma, cuando se hablaba de “ciudadanos” se hacía referencia a los hombres que eran los únicos que tenían este derecho.

Un ejemplo de lo anterior es cuando en la Revolución Francesa se redacta la carta de derechos del hombre. ¿Estaban las mujeres incluídas en ese texto? La respuesta es no, ya que ese derecho se le negó entonces.

Tampoco cuando se hablaba de “los hombres” o “los ciudadanos” en los textos históricos se está haciendo referencia a las mujeres ya que éstas no tenían ningún tipo de derecho público como ciudadanas.

Es, por tanto, lógico, entender por qué se exige una visibiliación desde unas claves diferentes a las del masculino genérico en el sentido de que, si ya se puede hablar de “ciudadanas”, por qué entonces no hacerlo.

Otro de los motivos por los que desaconsejamos el masculino genérico —además de porque implicaría una inclusión de las mujeres como ciudadanas “a medias”— es por el mal uso que se suele hacer del mismo en los momentos en que es necesario usar el genérico femenino. Es decir, según las normas gramaticales vigentes, cuando el género femenino es mayoría debe hacerse referencia “en femenino”. Sin embargo, la mayoría de personas no cumplen esta norma.

En el fondo, nuestra reticencia a nombrar lo femenino presentando al género masculino inserto, denota cierto rechazo y una cierta discriminación también hacia este género. Dicho de otra forma: siendo, por ejemplo, un chico, ¿cómo me sentiría si me nombraran diciéndome “chicas”? Al contrario ocurre diariamente, a cada hora y a cada segundo en el que ponemos en práctica nuestros usos lingüísticos.

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