El género y el lenguaje incluyente

En las últimas décadas, las cuestiones de género (gracias a movimientos como el feminismo que exigió un tratamiento equitativo entre las personas independientemente de cuál fuera su género) es imprescindible como punto de vista y como perspectiva para analizar cualquier realidad social.

Las visiones históricas sobre la eterna “minoría de edad” de la mujeres y las concepciones patriarcales y misóginas de siglos y siglos, han hecho —en el mismo sentido— que el lenguaje no fuera ajeno a esas concepciones y que se usara éste (a través de los textos de la época) para convertir a las mujeres en inferiores y justificar así la “dominación masculina”.

Sin embargo, el género ha demostrado no limitarse únicamente a estos hechos ya que ha desmantelado toda una serie de discriminaciones que giraban en torno a este concepto y que marcaban las pautas de qué es lo que se esperaba de las mujeres y qué se esperaba de los hombres.

Es por ello, que tanto el concepto normativo de masculinidad como el de feminidad, se han puesto en entredicho y ha desvelado toda una serie de estereotipos sexistas de los que los hombres tampoco se han librado; por ejemplo, la discriminación que pueden llegar a sufrir por inclinarse por expresiones o acciones que la sociedad tenía reservada para las mujeres: como la expresión de sentimientos o el ámbito de los cuidados.

La historia ha demostrado que —aunque la discriminación aceptada socialmente era la de las mujeres— la masculina también se encontraba “detrás de” y que el hecho de que la sociedad únicamente concibiera la existencia de estas dos identidades como partes contrarias y complementarias destinadas a entenderse, arrastraba un gran número de discriminaciones tanto de un lado como del otro.

Tras este concepto limitado existían muchas otras formas de ser que quedaba cruelmente en la sombra sin permitírsele tener la misma concepción de ciudadanía y, por tanto, los mismos derechos.

Es lo que ha ocurrido, ponemos un ejemplo, con aquellas personas con una identidad (personas trans, por ejemplo) u orientación de género (gays, lesbianas, etc.) no normativa.

Asunto éste, que también ha sido develado con las teorías de género que apuntaban a que —al igual que la sociedad impone modelos de mujeres y hombres totalmente estereotipados— esto tiene como consecuencia la imposición de un único modelo de relación, la que se ha llamado “heterosexualidad obligatoria”; un concepto acuñado por Adrienne Rich en los 70.

El género, por tanto, nos habla de múltiples discriminaciones que encuentran parte de su razón de ser en esta causa. El lenguaje, por tanto, no se escapa de estas concepciones.

Es lógico entender que, en un mundo históricamente dominado desde lo masculino, todas aquellas historias que normativamente quedaban al margen de esto, no han sido registradas de forma ecuánime desde el lenguaje.

Si bien es cierto que ya existen numerosas experiencias para la construcción de un lenguaje incluyente todavía son muchas las resistencias y las voces que se resisten a los cambios a pesar de saber, como decíamos, que el lenguaje es un constante movimiento y un constante cambio.

Aquí daremos algunas claves para aquellas personas que deseen ser incluyentes también desde el género y desde su lenguaje.

 

El género y el lenguaje incluyente

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