Hablar en público

A una organización se le puede presentar la ocasión de intervenir con una charla en distintos foros tales como:

  • Colectivos sociales.
  • Colectivos profesionales.
  • Colectivos empresariales.
  • Colectivos religiosos.
  • Colectivos educativos, etc.

Esta es una posibilidad de comunicación que hay que aprovechar al máximo. De ahí, que consideremos oportuno dedicar esta lección a exponer una serie de consideraciones que permitan una eficaz intervención.

Hablar en público no se limita a tomar a palabra y "soltar" un discurso; hablar en público consiste en lograr establecer una comunicación efectiva con el mismo, en la que uno sea capaz de transmitir sus ideas.  Hablar en público es una oportunidad que hay que saber aprovechar. Un grupo más o menos numeroso de personas estará escuchando al orador/a, quien tiene una ocasión única para transmitir sus ideas, para tratar de convencerlos.

Por ello, las intervenciones hay que prepararlas a conciencia, lo que implica no limitarse a elaborar la charla, sino que hay que ensayar la forma en la que se va a exponer. Para ello, es importante tener en cuenta lo siguiente:

  • El orador/a tiene que conseguir que el público se interese por lo que les va a decir y esto exige dominar las técnicas de la comunicación.
  • Una cosa es conocer una materia y otra muy distinta es saber hablar de la misma.
  • Conocer el tema es una condición necesaria pero no suficiente: hay que saber exponerlo de una manera atractiva, conseguir captar la atención del público y no aburrirles.
  • El orador/a tiene que resultar interesante, sugerente, convincente, etc.
  • Cuando se va a hablar sobre un tema lo primero que se tendrá que hacer es dominarlo. En el momento en el que se tome la palabra deberá tener un conocimiento sobre el mismo muy superior del que tiene el público.
  • El orador/a debe tener algo interesante que transmitir.
  • Se debe evitar a toda costa hablar sobre un tema que apenas domine ya que correría el riego de hacer el ridículo.
  • Escribir la charla es sólo una parte del trabajo y probablemente no la más difícil, ni tampoco probablemente la más determinante a la hora de alcanzar el éxito.
  • El cómo se expongan esas ideas juega un papel fundamental.
  • Una misma charla puede resultar un tremendo éxito o un rotundo fracaso en función de la habilidad del que la expone.
  • Aunque resulta natural estar algo nervioso cuando se va a hablar en público, hay que tener muy claro que el público no es el enemigo, que se encuentra acechando a la espera del más mínimo fallo para saltar sobre el orador/a.
  • Muy al contrario, cuando el público acude al acto es porque en principio le interesa el tema que se va a tratar y entiende que la persona que va a hablar tiene la valía suficiente para poder aportarle algo, ya que se supone que el orador/a sabe más del tema que se va a exponer que la mayoría de los asistentes.
  • Cuando se habla en público hay que estar pendiente no sólo de lo que se dice, sino de cómo se dice, del vocabulario que se emplea, de los gestos, de los movimientos, de la forma de vestir, etc. Todo ello será valorado por el público y determinará el mayor o menor éxito de la intervención.

El miedo

Tener miedo antes de una intervención pública es algo natural, por lo que uno no debería ser excesivamente autocrítico consigo mismo por que le ocurra esto, y no por ello ha de considerarse una persona débil e insegura. Hay que analizar este miedo que a uno le atenaza y tratar de descubrir las causas que lo originan. Cuando se habla en público lo primero que hay que buscar es captar su interés y atención, con vistas a que la comunicación resulte efectiva.

Hablar a un público que no muestra interés es perder el tiempo. Si el público asiste al acto es porque le interesa, porque espera obtener algo (aprender, conocer otros puntos de vista, pasar un rato agradable, etc.), por lo que hay que intentar no defraudarle. No hay que ver al público como al enemigo.

La preparación de la charla

La charla hay que prepararla en función del público que se espera que asista y teniendo en cuenta lo siguiente:

  • Tratando un tema que le interese (si el orador/a tiene la opción de poder elegir).
  • Utilizando un lenguaje apropiado, comprensible; no se deben utilizar términos que le resulten extraños (no es lo mismo dirigirse a universitarios que a un grupo con menos formación y de mayor edad).
  • Un mismo tema se puede abordar de manera diferente en función del público objetivo.
  • Si antes del momento de la intervención no se tuviera una idea exacta del público asistente, habría que hablar previamente con los organizadores del acto para que indiquen qué tipo de público se espera que asista.
  • Un aspecto que conviene tener en cuenta es si se trata de un grupo homogéneo (por ejemplo, alumnos de un centro docente o no, por ejemplo, el público de una Asociación de Vecinos), ya que el discurso deberá ir dirigido a todos ellos.

No se deben utilizar términos o expresiones que parte del público no conozca, ni entrar en unos niveles de detalle que a una parte del público pueda no interesarle, o que sencillamente no sea capaz de entender.

El número de asistentes

También hay que informarse del número previsto de asistentes, para tener en cuenta lo siguiente:

  • No es lo mismo dirigirse a 10 que a 300 personas. Esto influirá en la capacidad de interactuar (preguntar, debatir, etc), en la necesidad o no de utilizar micrófono, en los posibles medios de apoyo (pizarra, proyectores, etc.).
  • Si el público es numeroso habrá que hablar más alto (con independencia de que se utilice micrófono), aspecto que se tendrá en cuenta en los ensayos. Con pocos asistentes el estilo puede ser más informal, más cercano, frente a un estilo más formal cuando la audiencia es numerosa.
  • Hay que tener en cuenta el posible conocimiento que pueda tener el público sobre el tema que se va a abordar, ya que esto determinará hasta qué nivel se podrá profundizar, o que vocabulario, más o menos técnico, se podrá utilizar.
  • Un aspecto que también influirá en la charla es si el orador/a conoce ya al público (ha participado en ocasiones anteriores, vive en el pueblo, etc.) ya qué esto podría permitirle darle a su charla un toque de mayor cercanía, más informal.
  • Hay que tratar de anticipar si el público va a estar de acuerdo o no con la tesis que se va a exponer y en el caso de que se prevean discrepancias, intentar conocer las razones de las mismas.
  • En la exposición de puede hacer referencia a otros posibles puntos de vista, tratarlos con rigurosidad y respeto, aunque indicando que no se coincide con ellos.

También hay que considerar las preguntas más probables que el público pueda plantear, lo que permitirá llevar preparadas las respuestas.

El lugar de intervención

El lugar de la intervención también determina en gran medida el tipo de charla. Por ello, debemos tener en cuenta lo siguiente:

  • El lugar imprime al acto su propia identidad, dándole una nota de mayor o menor formalidad: no es lo mismo intervenir en una pequeña sala de junta, en un auditorio, o desde el balcón del ayuntamiento.
  • El orador/a debe conocer el lugar en el que va a hablar y tenerlo en cuenta a la hora de ensayar.
  • Del lugar, debe conocer sus dimensiones, si podrá contar con proyectores, pizarras, ordenador, etc.; si el estrado tiene una dimensión suficiente para poder moverse por él; si tendrá también la posibilidad de moverse entre el público (por ejemplo, en un aula), etc.
  • Lo ideal sería, además de conocerlo, realizar allí el último ensayo general, el día previo al acto. Esto le permitiría familiarizarse con el sitio, lo que también contribuye en cierta medida a calmar un poco los nervios.
  • Si no se tiene posibilidad de visitar el local, al menos debería ponerse en contacto con los organizadores del acto para que le informen sobre sus características.
  • Lo que no se debe hacer es no conocer el lugar donde se va a hablar hasta el momento de la intervención, no vaya a haber sorpresas de última hora de difícil solución: no dispone de proyector para mostrar las transparencias que se habían preparado, no hay un atril donde colocar las fichas de apoyo, el estrado es demasiado pequeño, etc.
  • Se trata, en definitiva, de evitar cualquier imprevisto que pueda perjudicar la intervención.

La duración de la intervención

La duración de la intervención condiciona la preparación del la charla. No es lo mismo preparar una intervención de cinco minutos que una de duración mayor, preferiblemente no superior a cuarenta y cinco minutos.  Cuando se prepara una  charla hay que intentar ajustarse a un tiempo algo inferior al que uno tiene previsto, ya que durante el mismo es frecuente que uno tienda a extenderse (saludos, agradecimientos, alguna anécdota improvisada, etc.)

Siempre es preferible quedarse corto que sobrepasar el tiempo asignado. El público agradece la brevedad. Hay que tener presente la posibilidad de que en el último momento los organizadores del acto modifiquen la duración de la intervención, bien ampliándola (porque un conferenciante no haya podido asistir), bien recortándola (porque el acto marche con retraso). Por ello, el orador/a debería llevar preparado material adicional (otros argumentos, anécdotas, ejemplos, transparencias, etc.) por si tuviera que hablar más tiempo del previsto. También debe tener identificadas artes de la charla que se puedan omitir, para el caso contrario en el que se recorte el tiempo de la intervención.

El control del tiempo

Durante la charla hay que controlar el tiempo (tener un reloj a la vista que se pueda mirar discretamente), tratando de que la intervención se vaya desarrollando según lo previsto, evitando agotar el tiempo con la charla todavía por la mitad con el peligro, además, de no decir lo que de verdad interesa. No hay que olvidar que una de las partes principales del mismo es la conclusión, a la que hay que dedicar el tiempo necesario para poder desarrollarla convenientemente. Si la charla es extensa el orador/a no debería confiar únicamente en su memoria ya que corre el riesgo de olvidar algún punto fundamental o, peor aún, de quedarse en blanco. Es conveniente en este caso llevar preparadas fichas de apoyo que le pueden servir de guía a lo largo de su exposición.

Por último, una idea que hay que tener siempre presente: el orador/a sólo se extenderá en la medida en la que tenga algo interesante que decir, lo que no debe hacer bajo ningún concepto es tratar de "rellenar" el tiempo con información carente de interés (al público no se le puede aburrir). En este caso es preferible hablar con los organizadores del acto y comunicarles que el tiempo asignado es demasiado extenso para el tema que se va a tratar.

La elaboración de la charla

La elaboración de la charla, aún siendo determinante, constituye tan sólo una primera etapa de la preparación del acto (y puede que no la más complicada).

Con respecto a la elaboración de la charla, debemos tener en cuenta lo siguiente:

  • Cuando se prepara una charla hay que tener muy claro cuál es su objetivo, qué es lo que se pretende conseguir (informar, motivar, divertir, advertir, etc.).
  • En primer lugar hay que definir el tema de la exposición. Esto puede venir ya indicado por los organizadores del acto (aunque uno siempre podrá darle su propia orientación) o puede que uno tenga libertad para elegirlo.
  • Definido el tema, hay que determinar la idea clave que se quiere transmitir y sobre la que va a girar toda la argumentación.
  • Una vez seleccionada la idea clave, hay que buscar argumentos en los que apoyarla. Para ello lo mejor es dar rienda suelta a la imaginación ("lluvia de ideas") e irlas anotando a medida que vayan surgiendo.
  • Este proceso puede durar algunos días (hay que dar tiempo a la imaginación; las ideas surgen inesperadamente).
  • Una vez que se dispone de una lista de posibles argumentos hay que seleccionar los cuatro o cinco más relevantes (y no más).
  • Hay que tener presente que en una charla la capacidad de retención que tiene el público es limitada y que difícilmente va a ser capaz de asimilar más de cuatro o cinco conceptos.
  • Tratar de apoyar la idea clave con muchos argumentos a lo único que lleva es a que el público termine sin captar lo esencial (los árboles no dejarían ver el bosque).
  • Una vez que se han seleccionado esos pocos argumentos que se van a utilizar hay que desarrollarlos en profundidad. Se utilizarán conceptos, datos, ejemplos, citas, anécdotas, notas de humor (se pueden incluir aunque el tema tratado sea muy serio).

La estructura de la charla

La charla se estructura en tres partes muy definidas:

  • Introducción (plantea el tema que se va a abordar y la idea que se quiere transmitir).
  • Desarrollo (se presentan los distintos argumentos que sustentan la idea).
  • Conclusión (se resalta nuevamente la idea y se enumeran someramente los argumentos utilizados).

La importancia de la introducción

La introducción es una parte fundamental de la charla. Al iniciar la intervención el orador/a se "juega" el conseguir o no la atención del público. Si la introducción resulta interesante, atractiva, novedosa, sugerente, y si el orador/a parece preparado, agradable, entusiasta, entretenido, es posible captar la atención del público, y una vez que se ha conseguido es más fácil mantenerla a lo largo de toda la intervención.

Si por el contrario, el orador/a no consigue en la introducción "enganchar" al público, a medida que avance la charla le va a resultar cada vez más difícil lograrlo (si el público no ha prestado atención al principio, es muy complicado que luego pueda captar la línea argumental, aunque lo intente).

Si la introducción suena a rollo, la voz resulta monótona, no se oye bien, no queda claro de que se va a hablar, la imagen del orador/a resulta indiferente, etc., es muy fácil que la mente del público empiece a viajar en diferentes direcciones. Hay mil cosas en las que el público puede entretenerse.

La presentación tiene que ser breve, se trata simplemente de introducir el tema que se va a tratar; ya habrá tiempo más adelante para desarrollarlo. En la introducción tiene que quedar muy claro el asunto que se va a abordar y la opinión del orador/a sobre el mismo.

Si la charla va a ser extensa, en la introducción se debe presentar un pequeño guión indicando las distintas partes de la exposición. La introducción se tiene que preparar a conciencia. Hay que ser capaz de exponerla sin recurrir a fichas de apoyo (aunque se lleven preparadas) ya que gana en espontaneidad. Además, es al comienzo de la intervención cuando los nervios están más a flor de piel, por lo que una buena preparación ayuda también a dominarlos. La introducción debe empezar con entusiasmo, con energía. Marca la línea que debe seguir el resto de la intervención.

Por último, indicar que la introducción debe comenzar con un saludo a los asistentes, agradeciéndoles su presencia; también se dará las gracias a los organizadores del acto por la invitación. Si alguien ha intervenido antes se le dedicarán unas palabras de reconocimiento (aunque haya sido un auténtico petardo).

Un grupo de personas, más o menos numeroso, está pendiente de lo que uno les va a decir, por ello hay que ser enormemente selectivo en la idea que se quiere transmitir. No se puede perder esta oportunidad tratando temas marginales o menos relevantes.

El orador/a tiene que ser capaz de ir al núcleo del asunto. Es preferible centrarse en un solo mensaje que quede claro que abordar distintas ideas que al final sólo produzcan confusión. Cuando se habla en público hay que ser muy conciso, evitar la dispersión.

Para definir la idea clave uno debe tomarse un periodo de reflexión y hasta que no esté convencido de la misma no comenzará a desarrollar la charla. Esta idea principal se expresa en la introducción (para que el público sepa cuál es la posición que se va a exponer), se argumentará durante el desarrollo y se destacará nuevamente en la conclusión.

El objetivo del orador/a es que cuando termine su intervención el público conozca perfectamente los puntos principales de la exposición.

El desarrollo de la charla

Durante el desarrollo de la charla se expondrán aquellos argumentos principales que sustenten el objetivo de la misma. Hay que ser muy selectivo en la utilización de argumentos de apoyo (no más de cuatro o cinco). En el desarrollo no hay que extenderse más allá de lo necesario. Ya se ha dicho anteriormente que debe primar siempre el principio de brevedad. No hay que abusar de los datos, de los detalles (ocultan los aspectos fundamentales). Hay que dar exclusivamente aquella información que sea realmente relevante. El desarrollo debe ser ágil, combinando conceptos teóricos, ejemplos, datos estadísticos, citas, comparaciones, anécdotas e incluso incluyendo algún toque de humor (permite acercar la charla al público). Es conveniente que estos ejemplos, anécdotas, citas etc., sean relevantes, vengan al caso, y no se utilicen simplemente para tratar de impresionar al público con los conocimientos que uno posee (el público rechaza la pedantería).

El desarrollo debe ser equilibrado, repartiendo el tiempo entre las distintas partes que se van a exponer, evitando extenderse en demasía en un punto determinado y pasar "de puntillas" por otro igualmente importante. Se utilizarán, si es posible, medios de apoyo (pizarra, transparencia, etc.), con idea de ir alternando la palabra con la imagen, dando movimiento a la presentación y evitando la monotonía.

La conclusión

La conclusión es un recordatorio del tema tratado, del punto de vista defendido y de los principales argumentos presentados. La conclusión debe ser breve, destacando únicamente los puntos básicos que se han expuesto. Mientras más se diga, menos resaltarán los aspectos claves. La conclusión, al igual que la introducción, es una parte fundamental de la charla que debe ser preparada a conciencia. Probablemente, cuando el público abandone la sala tan sólo recuerde de la presentación lo que se haya dicho en la conclusión.

Es conveniente tener la conclusión aprendida de memoria, de modo que se pueda desarrollar sin tener que recurrir a fichas de apoyo (aunque se lleven por si acaso). Así gana en espontaneidad, en frescura, pudiendo el orador/a centrar todo su esfuerzo en enfatizar sus palabras, sus gestos, mirando al público, sin tener que estar consultando sus notas.

En la conclusión el orador/a debe emplearse a fondo, utilizando un lenguaje enfático, hablando con determinación, con entusiasmo. Es el momento de recalcarle al público el punto central de la exposición.

A lo largo de la charla hay que controlar el tiempo con vistas a disponer al final de los minutos necesarios para poder desarrollar adecuadamente la conclusión (es el momento del lucimiento).

Es frecuente que el orador/a tienda a alargarse más de la cuenta y al final tenga que cerrar su charla de forma atropellada, sin la oportunidad de poder rematarlo con una buena conclusión. Como cierre de la intervención, se agradecerá nuevamente al público su asistencia y el interés mostrado.

El ensayo

Toda intervención pública exige una preparación adecuada, no se puede dejar nada al azar. La diferencia puede ser entre una charla discreta y una gran charla. La regla fundamental es ensayar, ensayar y ensayar.

Ensayar con seriedad permite llegar a dominar la actuación que se va a realizar, lo que contribuye a aumentar la autoconfianza y a reducir la tensión típica de los días previos a la intervención. Ensayar no significa simplemente repasar mentalmente el texto dos horas antes de la intervención.

Ensayar implica:

  • Leer la charla en voz alta, cuantas veces sean necesarias, hasta llegar a familiarizarse con ella.
  • Exponerla, recreando en todo lo posible las condiciones en las que se va a desarrollar la intervención (de memoria, con apoyo de notas, utilizando pizarra, con proyección de transparencia, con micrófono...).
  • Practicar la voz, los silencios, las miradas, los movimientos, las manos, los gestos de la cara, etc.
  • Ser capaz de mostrar serenidad, transmitir entusiasmo, saber enfatizar, mostrarse convincente, etc.

En definitiva, se ensaya no sólo para dominar el texto (evitar poder quedarse con la mente en blanco), sino con vista a sacarle todo su jugo, de conseguir conectar con el público, de motivarlo, de entusiasmarlo, etc.

Hay que ensayar incluso aunque se pretenda improvisar la charla. Tan sólo el dominio de la misma permitirá realizar una buena improvisación. Resulta muy útil grabarse en video y analizar con sentido crítico la actuación: Permite detectar fallos y poder corregirlos.

También resulta interesante ensayar con público: convencer a algún familiar o amigo para que esté presente en algún ensayo y que realice un análisis crítico, señalando aquello que haya ido bien y aquello otro que necesite ser mejorado.

Se debería realizar un último ensayo (el ensayo general) en el lugar en el que se va a celebrar el acto, y si es posible con participación del equipo técnico de luz y sonido. El objetivo es familiarizarse con el entorno y coordinar todos los aspectos de la intervención. Se ensayará hasta el día anterior al acto.

El día de la intervención

Es conveniente acercarse al lugar del acto con tiempo de sobra, evitando prisas de última hora (no se encuentra taxi, la calle está atascada, etc.). Uno puede emplear estos minutos en comprobar que todo está en orden (atril, ordenador, proyector, micrófono, luces, etc.).

Lo oportuno es que la persona responsable de conducir el acto sea quien se encargue de presentar al orador/a, aportando algunos datos básicos de su biografía. Dicha presentación, no debe caer en exageraciones que le resten credibilidad. En ella se debe facilitar únicamente aquella información sobre el orador/a que tenga relación con el tema que se va a tratar, lo que ayudará al público a situarse.

Una vez hecha la presentación y el orador/a toma la palabra, empezará agradeciendo al presentador de forma sencilla sus palabras de elogio, dirigiéndole la mirada. Se debe evitar la falsa modestia: "gracias por esas palabras tan inmerecidas". A continuación, se saludará al público, tratando de abarcar con la mirada toda la sala (si se saluda sin dirigir la mirada, mientras se ordenan las notas de apoyo, resultará un saludo muy frío y meramente protocolario).

Hay que evitar un comportamiento muy típico que consiste en subir al estrado y tomarse un tiempo (que resulta una eternidad) en organizar las notas, el micrófono, beber agua, etc., sin haber previamente saludado (resulta poco elegante).

Si nadie introduce al orador/a, él/ella tendrá que hacerlo. Tras saludar al público, uno se presentará aportando algunos datos básicos de su biografía o su relación con la organización que en ese momento representa (no se trata de leer el Currículum Vitae).

El desarrollo de la charla no consiste simplemente en leer un texto (para eso sería más fácil repartir fotocopias a los asistentes), sino en exponer de manera convincente unas ideas. La charla hay que interpretarla, hay que sacarle todo su "jugo", hay que enfatizar, entusiasmar, motivar, convencer, persuadir, etc.

La intervención tiene que ir encaminada a captar (y mantener) la atención del público y a facilitar la comprensión del mensaje. No se trata de asombrar al público con lo que uno sabe, con la riqueza del vocabulario que emplea, con la originalidad del estilo que utiliza. Lo que hay que tratar es de llegar al público de la manera más directa, más fácil y, a la vez, más sugerente.

El orador/a tiene que cuidar el ritmo de su intervención, tratando de mantener la emoción y la atención del público durante toda la intervención, evitando atravesar por momentos de gran intensidad, seguidos por momentos de escaso intereses (se arriesgaría a perder la atención de la audiencia).

La persona que interviene tiene que ser muy consciente de que además de utilizar un lenguaje verbal (lo que dice, cómo lo dice, vocabulario empleado, entonación, volumen de voz, énfasis, etc.), utiliza también un lenguaje corporal que el público capta con igual claridad (gestos, movimientos, expresiones, posturas, posición en el estrado, etc.).

La mayoría de las veces uno no es consciente de este lenguaje corporal por lo que resulta muy difícil controlarlo. No obstante, dada su importancia es un aspecto que hay que trabajar en los ensayos.

Desde el momento en el que el orador/a sube al estrado el público comienza a fijarse y a analizar multitud de factores (como se mueve, su grado de nerviosismo, como va vestido, su tono y volumen de voz, sus gestos, seriedad o sonrisa, etc.) y con todo ello se va formando una imagen del orador/a que puede considerar interesante, aburrida, sugerente, intrascendente, atractiva, patética, ridícula, etc.

Esta imagen que el público se forma influye decisivamente en el interés que va a prestar a la intervención, así como en su predisposición a aceptar o no las ideas presentadas. Si esta imagen es positiva, el público será mucho más proclive a aceptar los argumentos presentados, mientras que si es negativa tenderá a rechazarlos o a no prestarles atención.

Se debe proyectar una imagen de profesionalidad, de desenvoltura, de dominio de la materia, etc. Se debe mostrar entusiasmo: es una manera de reforzar las ideas, además el entusiasmo es contagioso y dispone al público a favor. Hay que mostrar un rostro amable, una sonrisa (ayuda a ganarse al público) y evitar gestos antipáticos (provocan rechazos).

En la valoración global de la charla, el público no sólo tendrá en cuenta las ideas expuestas y la solidez de los argumentos, sino también la imagen de la persona que la ha impartido. Por ello, no resulta lógico trabajar intensamente en el texto y al mismo tiempo descuidar otros detalles igualmente importantes.

Los silencios

Dentro de la comunicación verbal hay que destacar la importancia de los silencios. Sobre ellos hay que tener en cuenta lo siguiente:

  • El silencio juega un papel fundamental en toda comunicación verbal, por lo que hay que saber utilizarlo de forma adecuada.
  • Se debe utilizar de forma consciente (para establecer pausas, destacar ideas, dar tiempo a la audiencia a asimilar un concepto, romper la monotonía de la exposición, etc.).
  • No se puede utilizar aleatoriamente, sin un fin determinado, ya que lo único que haría sería interferir en la comunicación, dificultándola.
  • Hay que vencer el miedo que sienten muchos oradores que evitan el silencio a toda costa (piensan que rompen la comunicación).

El manejo de la voz

Durante la intervención hay que cuidar la voz. Una voz monótona, desagradable, un volumen bajo, etc., lleva a la audiencia a desconectar. Normalmente uno no conoce su propia voz, de ahí que se sorprenda cuando se escucha en una grabación. Oírse en una grabación es muy útil ya que permite familiarizarse con la voz, oírla como la oyen los demás. Es la manera de conocer como suena, como resulta, que defectos hay que corregir.

Dominar la voz sólo se consigue con ensayo; en el que hay que tener en cuenta lo siguiente:

  • Grabar la charla y escucharla, lo que permite detectar fallos (se habla muy rápido, no se vocaliza suficientemente, se habla muy bajo, se tiende a unir palabras, etc.) y poder tratar de corregirlos.
  • También es interesante preguntarle a alguien su opinión.
  • Una vez detectados los fallos se trabajará sobre ellos con vistas a mejorar la calidad de la voz.
  • Aunque la voz sea difícil de cambiar, si se pueden mejorar algunos defectos que dificultan su comprensión o que la hacen poco atractiva (una voz nasal, una voz excesivamente fina o ronca, etc.).
  • Hay que saber modular la voz: subir y bajar el volumen, cambiar el ritmo, acentuar las palabras; todo ello ayuda a captar la atención del público, para lo cual puede ser útil subrayar con rotulador fosforescente, palabras, oraciones…….
  • Hay que jugar con la voz para enfatizar los puntos importantes de la charla, destacar ideas, introducir nuevos argumentos, contar anécdotas, resaltar las conclusiones, etc. Por ejemplo, si se realiza una afirmación hay que hablar con determinación (voz firme, alta, sin titubeos); en otras partes de la charla (una explicación, una anécdota, etc.) se puede utilizar un tono más distendido, más relajado.
  • Hay que hablar claro, esforzarse en vocalizar con mayor precisión que de costumbre, remarcar los finales de palabra, etc.

El volumen

Un aspecto que hay que cuidar especialmente es el volumen. En la vida ordinaria uno suele hablar con personas muy próximas, lo que determina que nos acostumbremos a hablar bajo. Cuando se habla en público hay que hacer un esfuerzo por hablar más alto (aspecto que hay que cuidar en los ensayos). Hay que conseguir que la voz llegue con claridad a toda la sala.

Un fallo que se suele cometer es empezar las frases con un volumen elevado e ir disminuyéndolo a medida que se avanza, de modo que el final de la frase parece como si careciese de importancia. En los ensayos hay que vigilar este problema y tratar de corregirlo.

También es muy frecuente hablar demasiado rápido, tendencia que se intensifica cuando se habla en público (debido a los nervios). Dificulta la comprensión y proyecta una imagen de nerviosismo. En los ensayos hay que vigilar este aspecto. Hablar lento facilita la comprensión, proyecta una imagen de seguridad y ayuda a calmar los nervios.

Hay que estar muy atento al comienzo de la intervención: si se empieza hablando pausadamente es posible que se consiga mantener esta línea a lo largo de toda la intervención. Cuando la audiencia es medianamente numerosa (más de cincuenta personas) es conveniente utilizar micrófono, lo que supone tener en cuenta lo siguiente:

  • Si el micrófono es fijo o se coge con la mano, hay que mantenerlo siempre a la misma distancia de la boca (si se acerca y se aleja el volumen presentará oscilaciones).
  • Hay que cerciorase de que el volumen del micrófono es el adecuado y que la voz llega con claridad a toda la sala (lo mejor es preguntarle al público al comienzo de la intervención si se oye con claridad).
  • Si uno habla bajo no debe recurrir a elevar el volumen del micrófono, sino que tendrá que esforzarse en hablar más alto.

La naturalidad

Una regla de oro cuando se habla en público es la naturalidad. Al público le gusta ver en el orador a una persona normal, cercana y se suele mostrar muy tolerante con los errores normales que se puedan cometer (los atribuirá a los nervios típicos del momento), pero si hay algo que rechaza es la artificialidad, la pomposidad, la demagogia, la antipatía y el aburrimiento.

El público agradece la naturalidad y aborrece la petulancia. Si uno tiene acento no tiene por qué ocultarlo (espontaneidad), pero tampoco exagerarlo (dificultaría la comprensión).

Hay que utilizar un lenguaje apropiado para el público al que uno se dirige, ya que lo primero que lo que se debe procurar es ser entendido. De ahí la importancia de tener una cierta idea del tipo de público que se espera que asista al acto.

Por ello, no se deben utilizar términos y expresiones que parte del público pueda no entender. Únicamente se emplearán términos técnicos si la audiencia conoce su significado. Si se utilizan abreviaturas o siglas hay que estar seguro de que el público sabe lo que significan, si no habrá que explicarlos.

No se deben utilizar palabras extranjeras salvo que no hubiera un equivalente en castellano, en cuyo caso hay que saber pronunciarlas correctamente. Hay que evitar a toda costa resultar pedante (molesta al público).

El objetivo de la charla es ganarse al público con las ideas, no tratar de asombrarlo con nuestro vasto dominio del idioma. Hay que huir de un lenguaje rebuscado o frases complicadas. Hay que evitar emplear "coletillas" que a veces se intercalan continuamente en la conversación sin que uno sea consciente (ya ves, entiendes, me sigues, etc.). El efecto que producen es terrible (bastaría que uno se oyese en una grabación para darse cuenta de esto).

La sencillez

Otra regla que debe presidir toda charla es la de la sencillez. Mientras que en un texto escrito el lector puede volver sobre un párrafo que no haya entendido, en una charla no existe tal posibilidad, por lo que hay que facilitarle a la audiencia su comprensión.

El lenguaje debe ser preciso y directo, con frases sencillas y cortas, utilizando tiempos verbales simples. En definitiva, el público aprecia la sencillez y aborrece la pedantería.

La mirada

Cuando se habla en público la mirada juega un papel fundamental. Es un excelente medio de conexión entre la persona que habla y la audiencia. Al público le gusta que la persona que le habla le dirija la mirada. El orador/a que no mira al público da la impresión de tener miedo o de falta de interés.

Cuando se mira al público hay que intentar presentar una imagen abierta, agradable, optimista, sonriente. Mirar al público sirve también para comprobar si ese público, con su expresión, está entendiendo lo que se está diciendo.

La simpatía

La simpatía conquista el corazón del público. Al iniciar la charla, lo primero que hay que hacer es saludar al público, mirándole a los ojos. Hay que tratar de abarcar con la mirada toda la sala, enfocando las distintas zonas (pero evitando hacer un efecto "barrido" como si de un faro se tratase).

En lugar de mirar difusamente a la masa, hay que tratar de individualizar rostros concretos, moviendo la mirada entre el público y fijándola en personas determinadas, tratando de dar cobertura a toda la audiencia. A veces, de manera inconsciente, se comete el fallo de dirigir la mirada preferentemente a una zona determinada de la sala (por ejemplo, al público que está sentado en las primeras filas, o a la parte derecha del auditorio). El resto del público puede llegar a pensar que no se le está prestando la debida atención.

La ventaja de improvisar la charla, utilizando notas de apoyo, en lugar de leerlo, es que resulta mucho más fácil mirar al público. En todo caso, aunque la charla sea leída hay que tratar de mantener un contacto visual con la audiencia (uno no puede enfrascarse en la lectura y no levantar la vista del papel; resulta poco elegante y el público terminaría desconectando).

En los momentos de silencio hay que mirar al público. Permite intensificar la conexión "orador-audiencia". Mientras alguien formule una pregunta se le dirigirá la mirada, pero cuando se responda se mirará a toda la audiencia (todos pueden estar interesados en conocer la respuesta).

El lenguaje corporal

Ya hemos dicho anteriormente  que además del lenguaje verbal, existe un lenguaje corporal (movimientos, gestos, actitudes, etc.) del que muchas veces uno no es consciente, ni sabe muy bien cómo funciona.

A través de este lenguaje corporal, el orador/a transmite también mensajes: nervios, timidez, seguridad, confianza, dominio, entusiasmo, dudas, etc. Desde el momento en el que uno accede al lugar donde se va a impartir la charla, el movimiento de las manos, la expresión de la cara, la postura, los movimientos, la mirada, etc. todo ello está transmitiendo mensajes diversos que el público los capta con total nitidez..

A veces puede suceder que estos mensajes sean contrarios a lo que el orador/a está tratando de comunicar con el lenguaje verbal. Por tanto, dada la importancia que tiene en la comunicación, es un aspecto que hay que trabajar convenientemente en los ensayos.

Desde que se inicia la charla, se debe ser capaz de utilizar este lenguaje corporal en sentido positivo, facilitando la conexión con el público, reforzando su imagen. Hay que transmitir serenidad y naturalidad, evitando gestos, actitudes o movimientos que resulten afectados. Hay que dar la sensación de seguridad y tranquilidad (las prisas denotan nerviosismo e inseguridad).

Si hay espacio suficiente, durante la intervención es conveniente moverse, no quedarse inmóvil, pero controlando los movimientos, evitando deambular sin ton ni son. La movilidad rompe la monotonía y ayuda a captar la atención del público.

Si la charla  es leída no cabe la posibilidad de movimiento, pero sí se debe mantener una postura cómoda, erguida, aunque natural, no forzada. Si se está sentado hay que tratar, de incorporarse a fin de realzar la figura y no quedar perdido tras la mesa (para establecer una comunicación con el público es fundamental el contacto visual).

Si es posible (por ejemplo en un aula) es aconsejable moverse entre el público, ayuda a romper las distancias, transmitiendo una imagen de cercanía. Hay que tratar de superar la timidez, transmite inseguridad y dificulta la conexión con el público.

Los gestos de la cara deben ser relajados: una sonrisa sirve para ganarse al público, mientras que una expresión crispada provoca rechazo.

El movimiento de las manos debe estar ensayado. Tan mala impresión producen unas manos que no paran de moverse, como unas manos inmóviles.

Los movimientos deben ser sobrios. Las manos se utilizarán para enfatizar aquello que se está diciendo, de manera que voz y gestos actúen coordinadamente, remarcando los puntos cruciales del discurso.

La propia situación del orador/a en el escenario transmite también mensajes subliminales:

  • De pie, en el centro del escenario: autoridad.
  • Sentado, en un lateral del escenario: actitud más relajada, menos solemne.

Además del lenguaje verbal y corporal, el orador también transmite una imagen personal que será valorada positiva o negativamente por el público. Hay que tratar de proyectar una imagen positiva. Una imagen agradable, abierta (aunque uno sea un tímido empedernido), atractiva, etc., es valorada favorablemente por el público y ayuda a ganarse su estima. Una imagen descuidada, hosca, antipática, pone al público en contra (aunque comparta las ideas expuestas).

El vestuario

La persona que imparte la charla debe vestir de forma apropiada para la ocasión, tratando de no desentonar con el público asistente. El orador/a tiene que informarse de cómo debe ir vestido. En caso de duda es preferible adoptar la opción más conservadora.

Hay que sentirse cómodo, a gusto con su apariencia. Esto acrecienta su autoconfianza y le permite luchar contra la inseguridad. No obstante, debe evitar todo exceso (no se trata de ir hecho un figurín). La imagen debe realzar su figura, pero sin llegar a eclipsarla (el público tiene que prestar atención al discurso y no distraerse con un atuendo espectacular).

Los medios de apoyo

A la charla se la puede apoyar utilizando distintos medios visuales: pizarra, transparencia, pantalla del ordenador, etc., con lo que se consigue:

  • Captar la atención del público (rompen la monotonía).
  • Facilitar la comprensión.
  • Enriquecer la presentación.
  • Ayudar a transmitir una imagen de profesionalidad.
  • Dar seguridad al orador/a (cuenta con material de apoyo).

Se debe saber cuándo y cómo emplear estos medios visuales porque, tanto pueden servir de apoyo como suponer un obstáculo porque distraen demasiado. En su uso debe primar la simplicidad,

El material de apoyo debe ser eso, un apoyo al discurso, y no convertirse en la base de la presentación. No puede restar protagonismo al orador. Su uso requiere una práctica que sólo con el ensayo se consigue.

Hay que tener prevista la posibilidad de que en el momento de la intervención no funcione algún material de apoyo. Para evitar una situación tan difícil como ésta (por remota que parezca) el orador/a, además de preparar el discurso contando con estos elementos de apoyo, debe ensayarlo también sin la ayuda de los mismos. Es decir, tiene que estar preparado para, si es necesario, desarrollar su discurso sin emplear los apoyos visuales.

Cómo utilizarlos

  • La pantalla o pizarra se situará en el centro del escenario para facilitar su visión desde todos los ángulos.
  • Mientras explica la imagen, el orador/a se situará al lado de la pantalla para que el público pueda verle al tiempo que sigue la explicación, sin tener que ir mirando de un sitio a otro (podría llegar a perder la atención en el orador/a).
  • Mientras se explica la imagen, se estará mirando al público y no dándole la espalda contemplando la pizarra o la pantalla.
  • Si se van a proyectar transparencias o se van a realizar demostraciones en la pizarra, se debería indicar al público al comienzo de la intervención que a la salida van a recibir copia de este material. Se trata de evitar que se pasen toda la sesión tomando apuntes, ya que le impediría presta la atención debida.

Veamos algunos elementos de apoyo.

La pizarra

Permite desarrollar una explicación paso a paso y sólo se empleará con grupos reducidos (no más de cuarenta personas).

Cuando se utiliza hay que tener en cuenta:

  • Escribir con letra clara y grande, (preferiblemente en mayúscula) que sea fácil de entender.
  • Es conveniente utilizar varios colores: por ejemplo azul y rojo (uno para escribir y otro para subrayar).
  • Mientras se escribe, hay que situarse en un lateral para tapar lo menos posible.
  • Ir leyendo lo que se vaya escribiendo (facilita su seguimiento).
  • Una vez que se termine de escribir, hay que volverse rápidamente hacia la audiencia, colocándose al lado de la pizarra.

Las transparencias

Entre sus ventajas se pueden señalar:

  • Se pueden utilizar con audiencias más numerosas (70-100 personas).
  • A diferencia de la pizarra permite tener el material ya preparado.
  • Al servir de apoyo al orador/a, le ayuda a eliminar una de sus principales preocupaciones (la posibilidad de quedarse con la mente en blanco).

En la preparación de transparencias debe primar la sencillez, hay que ir "al grano". Tan sólo se recogerán las ideas principales (máximo tres o cuatro líneas por transparencias), que el orador se encargará de desarrollar. La transparencia no es un resumen del discurso.

Hay que evitar las transparencias abigarradas que no comunican nada y que resultan difíciles de seguir. Hay que utilizar letra grande, que su lectura sea fácil. Se debe utilizar colores para destacar las ideas principales.

No se puede dejar de comentar ninguna idea que aparezca en la transparencia, ya que si no automáticamente la atención del público se dirigiría a ella (si hay un punto que no es importante es mejor eliminarlo de la transparencia).

Si se proyecta un gráfico hay que explicarle a la audiencia que significa, cómo se interpreta (a veces son difíciles de seguir). En los gráficos hay que jugar con las escalas para resaltar el mensaje que se quiere transmitir.

Antes de comenzar la sesión hay que conocer cómo funciona el proyector, comprobar que está bien enfocado y que las transparencias se pueden ver desde toda la sala. El proyector se colocará de manera que no dificulte la visión a nadie del público. Sólo se encenderá en el momento en el que se vayan a proyectar transparencias y se apagará cada vez que se produzca una pausa pues su luz puede resultar molesta.

Las transparencias estarán perfectamente ordenadas para que el orador pueda localizar fácilmente aquella que necesite. A medida que se vayan proyectando se irán apilando con cuidado por si más tarde se quisiera volver a proyectar alguna de ellas.

Cada vez que se proyecta una nueva transparencia se darán unos segundos al público para que le pueda dar una primera lectura, antes de comenzar a comentarla. Mientras se proyectan las transparencias, el orador/a se situará al lado de la pantalla, señalando y comentando los puntos que en ellas se recogen.

No hay que limitarse a leer la transparencia. No hay que olvidar que la transparencia es tan sólo un material de apoyo. Se utilizará exclusivamente cuando sea conveniente, sin abusar de su número.

Proyección de la pantalla del ordenador

Cada vez su uso se está generalizando más, desplazando a la proyección de transparencias ya que ofrece un enorme potencial de comunicación y transmite una imagen muy profesional.

Se puede utilizar con un número indeterminado de personas, ya que la imagen se puede proyectar en diferentes monitores o pantallas repartidos por la sala. La capacidad de jugar con las formas, los fondos, los colores, la animación, etc., es formidable. Para su uso, debemos tener en cuenta lo siguiente:

  • Debe primar la sencillez: proyectar imágenes fáciles de entender (evitar imágenes recargadas).
  • El orador/a debe conocer perfectamente su uso, con vistas a que durante la intervención no encuentre dificultades y pueda concentrarse en el discurso.
  • La explicación debe desarrollarse de tal manera que permita al público su fácil seguimiento.
  • Con este sistema se puede correr el riesgo de ir proyectando pantalla tras pantalla, sin que al público le dé tiempo a situarse, para lo cual ha de darse la velocidad adecuada.
  • Hay que evitar que la intervención sea fría y distante.

Las fichas de apoyo

Cuando uno habla en público, si se limita a leer el discurso resultará muy aburrido (falta de espontaneidad y de improvisación). Es recomendable improvisar, aunque en este caso se corre el riego de quedarse en blanco (situación temida por cualquier orador/a). Esto se puede evitar llevando fichas de apoyo.

Por una parte se dispone de un guión que recoge los puntos que uno quiere tratar, reduciendo al mínimo la posibilidad de olvidos. Da seguridad al orador y le ayuda a calmar los nervios.

Por otra parte, le permite desarrollar el discurso sobre la marcha (improvisar). Esto le facilita introducir nuevas ideas, resultar más espontáneo. El uso de fichas de apoyo es especialmente aconsejable en intervenciones de cierta duración (más de treinta minutos).

Confiar únicamente en la memoria implica correr un riesgo excesivo (quedarse en blanco, perder la línea argumental, olvidar tratar algunos de los puntos principales, etc.).

Su preparación

En la preparación de las fichas de apoyo conviene tener en cuenta:

  • Utilizar letra grande, clara, que sea fácil de leer con un simple vistazo.
  • Deben ser muy escuetas, recogiendo palabras claves, ideas básicas, etc, que sirvan de guía al orador/a. Hay que evitar fichas muy recargadas que dificulten su rápida consulta.
  • Se escribirán por una sola cara, para no tener que darles la vuelta (resulta más discreto).
  • Es conveniente utilizar papel duro, de tamaño cuartilla o menor, ya que son más fáciles de manejar y se arrugan menos.
  • Las fichas se dispondrán de manera ordenada e irán numeradas, para evitar que se puedan desordenar y no sepa el orador/a cual es la que viene a continuación.
  • En los ensayos se deben utilizar las fichas de apoyo que más adelante se van a emplear en la intervención (permite familiarizarse con su uso).
  • No hay que esconder las fichas de apoyo, fingiendo que no se utilizan. El público entiende perfectamente que es natural que el orador/a se sirva de un pequeño guión para desarrollar su discurso.
  • Se irán pasando discretamente y se irán amontonando en un lateral (sin darles la vuelta).
  • Aunque se preparen fichas de apoyo para la introducción y la conclusión, habría que tratar de no tener que recurrir a ellas. Son las dos partes más importantes del discurso y es preferible desarrollarlas de memoria, para poder poner todo el énfasis en su exposición (mirar una nota, aunque sea un instante, resta espontaneidad).

La cercanía al público

El orador/a debe tratar de acercar el discurso a la audiencia, de romper distancias. Tiene que intentar ganarse al público, con independencia de que éste coincida o no con las tesis defendidas. Esto ayuda a captar su atención y a predisponerle favorablemente hacia los puntos de vista que desarrolle. Al público se le gana con amabilidad y simpatía.

Cuando se imparte una charla, se debe estar permanentemente vigilante de la reacción del público, tratando de detectar inmediatamente cualquier señal de pérdida de atención (mirar al reloj, leer un papel, hablar con el vecino, etc.). Si la desconexión se mantiene, será cada vez más difícil volver a captar su atención (al público le resultaría muy difícil retomar el hilo del discurso aunque quisiera), de ahí la necesidad de reaccionar inmediatamente cambiando el tono, enfatizando, contando una anécdota, proyectando una transparencia, formulando una pregunta o incluso haciendo una pausa (si la intervención va a ser larga).

El ensayo

Ya hemos comentado la importancia de ensayar para poder llevar la charla perfectamente preparada y no dejar nada al azar. No obstante, ello no significa que el orador/a no pueda improvisar, apartarse un poco del guión (el discurso gana en frescura).

Se le pueden ocurrir ideas nuevas, acordarse de anécdotas curiosas, etc. Puede tratar de conectar su charla con las ideas expuestas por otro orador/a que le haya precedido. A veces las cosas no resultan tal cómo estaban previstas y el orador/a tiene que ser capaz de reaccionar con agilidad.

Las increpancias

Aunque no es normal que ocurra, en ocasiones podría suceder que una persona del público increpe con dureza al orador/a. Si este ataque se produce en mitad del discurso, interrumpiendo, lo apropiado es rogarle que espere al turno de preguntas para exponer su punto de vista.

Si esta persona mantiene su actitud, habrá que indicarle educadamente que tenga la amabilidad de abandonar la sala, disculpándose uno ante el público por la interrupción. Si el ataque se produce una vez finalizada la intervención, en el turno de preguntas, habrá que indicarle educadamente que el estilo empleado no es admisible y que por tanto no se le responderá hasta que no utilice un tono correcto.

Si se mantiene en su actitud se le puede ofrecer la posibilidad de discutir el tema personalmente una vez concluida la sesión, y si insiste habrá que pedirle que abandone la sala. El orador/a debe estar dispuesto a aceptar críticas, lo que no tiene que admitir bajo ningún concepto, y menos en público, es que se le falte al respecto.

Ante el público quedaría en una situación muy desairada, perdiendo totalmente su autoridad. Lo importante, en momentos tan delicados y desagradables, es mantener la calma y la educación, evitando responder con ironía o desprecio. No hay que darle al ofensor la más mínima excusa para que persista en su actitud.

Hay que tratar de no alterarse y menos aún de iniciar una trifulca en público (aunque se tenga razón). En situaciones de este tipo el público suele reaccionar a favor del orador/a (quien ha sido verbalmente agredido), aún cuando discrepe de sus argumentos.

El turno de preguntas

El público agradece la posibilidad de poder formular preguntas sobre aquellos aspectos que no le hayan quedado claro o sobre los que discrepe. La opción de preguntar enriquece la intervención, consigue involucrar más a la audiencia y transmite una imagen de seguridad, de dominio de la materia. Si no se domina suficientemente el tema tratado, habrá que evitar a toda costa el turno de preguntas, ya que se corre el riego de no salir airoso del trance.

Al principio de la intervención se indicará que al final habrá un turno de preguntas porque si se permite interrumpir con preguntas, esta opción presenta como inconvenientes que pueden impedir que el razonamiento se desarrolle con fluidez, lo que puede perjudicar a parte del público; además, las interrupciones dificultan controlar el tiempo de la intervención, con el peligro de llegar a agotarlo sin haber finalizado la intervención. Un turno de preguntas al finalizar la presentación permite que ésta se desarrolle con continuidad, sin interferencia, y facilita al orador/a a controlar mejor su tiempo.

Si se opta por un turno de preguntas al final de la sesión, deberemos tener en cuenta lo siguiente:

  • Se indicará el tiempo disponible.
  • Se invitará a la audiencia a que plantee sus dudas.
  • Hay que evitar agotar el turno de preguntas discutiendo un solo punto, para lo cual es conveniente ir anotando las distintas preguntas y responderlas todas juntas al final.
  • Si el orador/a no sabe cómo contestar una pregunta debe evitar mostrar nerviosismo o contrariedad. Indicará con total naturalidad que desconoce la respuesta y solicitará al público asistente si alguien puede responder.
  • Si nadie contesta, el orador/a se comprometerá a analizar el tema planteado y a dar una respuesta a la mayor brevedad posible.
  • Lo que no puede hacer bajo ningún concepto es inventarse la respuesta (podría ser desenmascarado).
  • El público valora la sinceridad y comprende que el orador/a puede desconocer algún aspecto determinado del tema tratado.
  • Cuando el tiempo disponible se esté agotando, se señalará que tan sólo queda tiempo para dos preguntas más.
  • Una vez finalizado el turno de preguntas se agradecerá nuevamente al público su asistencia y se dará por concluido el acto.

Si por falta de tiempo no es posible un turno de preguntas, el orador/a puede ofrecerse a, una vez finalizado el acto, quedar a disposición del público para contestar cualquier pregunta que pueda tener.

El debate

Una vez finalizada la intervención se puede organizar, si hay tiempo y disponibilidad, un debate entre el público asistente para analizar el tema tratado. Mientras que en el turno de preguntas el público pregunta y el orador contesta, en el debate todos pueden participar exponiendo sus puntos de vista. Para que el debate se desarrolle de forma eficaz es necesario que el número de asistentes sea reducido (no más de veinte o veinticinco personas).

El público debe estar situado de forma que facilite la participación de todos ellos. En torno a una mesa (si su número es reducido) o en semicírculo (si su número es mayor). Antes de iniciar el debate, el moderador presentará a las personas asistentes o les pedirá que ellas mismas lo hagan.

De cada una de ellas se facilitará aquella información que resulte relevante (formación académica, experiencia, etc.) y que permita al resto de asistentes tener una idea sobre los demás participantes.

La persona que modere puede iniciar el debate planteando alguna pregunta genérica o pidiéndoles a los asistentes que den su opinión sobre el tema tratado. El moderador/a debe controlar la marcha del debate con vistas a que en el tiempo previsto puedan abordar la mayoría de los aspectos relevantes (de ahí la importancia de tener un guión elaborado con los puntos que se quieren tratar).

También debe preocuparse por mantener su intensidad, interviniendo si fuera necesario (lanzando nuevos temas, realizando preguntas, etc.). En su papel de moderador/a, se debe mostrar máxima corrección y educación, pero actuando con firmeza si fuera necesario (reconduciendo el debate si comenzara a desviarse del tema tratado, corrigiendo a algún asistente que utilizara un tono inadecuado, solicitando moderación si el debate fuera subiendo de tono, etc.).

Tratará de repartir el tiempo entre todos los presentes de forma equitativa, evitando que unos pocos puedan monopolizarlo. Cuándo queden cinco minutos para su conclusión se avisará a los participantes y se pedirá a cada uno de ellos que brevemente resuma su punto de vista.

El moderador/a concluirá haciendo un breve resumen de los temas tratados y de los puntos de vista expuestos. Se finalizará dando por concluida la sesión y agradeciendo al público su asistencia.

La autoevaluación

Después de hablar en público, resulta muy útil pedir la opinión a algunos de los asistentes sobre cómo ha resultado la intervención. Hay que tratar de buscar opiniones sinceras, objetivas, en las que se destaquen los puntos fuertes y aquellos otros que necesiten ser mejorados.

También resulta muy útil grabar en video la intervención porque permitirá analizar con detenimiento todos los aspectos de la misma: voz, lenguaje, gestos, movimientos, entusiasmo mostrado, seguridad, reacciones del público, etc.

Hay que ser riguroso en el análisis (aunque sin llegar a ser autodestructivo) y detectar los fallos cometidos, sus posibles causas (falta de ensayo, imprevistos, nervios, escaso dominio de la materia, etc) y ver las posibles medidas a adoptar para evitar que se vuelvan a repetir.

Hay que analizar la naturalidad y la soltura mostradas ya que son aspectos claves para captar el interés del público. Si se han empleado medios de apoyo visuales hay que valorar como han resultado (si han enriquecido la intervención, si han ayudado a captar la atención del público, si se han utilizado con soltura, etc.).

Es muy útil hablar con gente experta con vistas a buscar consejos. Cada participación en público viene a ser un ensayo general de la siguiente, y en cada una de ellas hay que tratar de evitar cometer los mismos errores que en la anterior Sólo se pueden corregir estos errores si se conocen cuales han sido

Otras cuestiones a tener en cuenta

  • La charla no tiene por qué ser una pieza literaria, lo que sí debe primar es la claridad.
  • Al ser escuchado (y no leído) el público no tiene tiempo de analizar detenidamente el lenguaje utilizado, la estructura de las frases, etc.
  • Además, en el supuesto de no entender una frase no va a tener la posibilidad de volver sobre ella.

Todo ello lleva a que en la charla deba emplearse un lenguaje claro y directo, frases sencillas y cortas. Hay que facilitarle al público su comprensión.

Para terminar, señalar algunos aspectos importantes:

  • Independientemente del tema que se vaya a tratar, hay que procurar que la charla resulte atractiva, novedosa, ágil, con gancho, bien fundamentada, interesante.
  • Debe primar siempre la idea de la brevedad (el público lo agradece). La brevedad no implica que la charla tenga que ser necesariamente corta, sino que no debe extenderse más allá de lo estrictamente necesario (ir "al grano", evitar rodeos que tan sólo dificultan la comprensión y terminan aburriendo al público).

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

Segismundo Uriarte Domínguez

Maestro, Técnico en radiodifusión, Postgrado en Educación de personas adultas.Experto en Educación para la Salud.

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