Orientaciones metodológicas
A la hora de trabajar en una huerta educativa, debemos definir, al igual que determinamos los objetivos y los contenidos, la metodología que vamos a poner en práctica.
Así mismo, debemos determinar el papel de los y las educadoras que lleven a cabo el proyecto de la huerta educativa.
El rol que debemos adoptar, no debe ser un papel acaparador. Un buen educador y educadora ambiental no debe acaparar el protagonismo, sino que debe tener las habilidades necesarias para que las personas participantes sean capaces de gestionar y coordinar el trabajo. Para ello, es importante que la persona que guía las actividades en la huerta disponga de “preguntas clave” o pequeñas sugerencias que sirvan como motor que provoque la autonomía de los grupos de trabajo.
Pongamos por ejemplo, una situación y dos formas de llevar a cabo la misma:
Es el comienzo del curso, los grupos ya están organizados pero todavía no se ha llevado a cabo ninguna tarea en el huerto. El educador o educadora ambiental bien puede distribuir las tareas y ya está. O bien puede lanzar la propuesta de una lluvia de ideas para identificar qué tareas se necesitan en un huerto y después ordenarlas para saber cuáles han de hacerse primero y cuáles han de hacerse después.
Es conveniente que la persona que guía las actividades del huerto escolar tenga las siguientes características básicas:
- Organización y planificación.
- Orientación de los aprendizajes.
- Facilitador/a y dinamizador/a del huerto.
Desde un punto de vista didáctico, debemos potenciar actividades que conlleven el aprendizaje significativo que integre conocimientos conceptuales, procedimentales y actitudinales.
Veamos en la siguiente imagen las diferencias entre estos tres tipos de contenidos:
Las actividades propuestas, como insistimos en la lección dedicada a los contenidos, deben ser actividades que incluyan contenidos interdisciplinares, los cuales puedan incluirse en otras áreas de conocimiento, como es el caso de las matemáticas.
Las actividades deben ser motivadoras, con el objetivo de despertar la curiosidad y el interés entre los y las participantes.
La teoría constructivista puede ser una buena base en la que fijarnos, pues su máxima consiste en que los y las aprendices vayan integrando, de manera progresiva, los conocimientos que van adquiriendo en los conocimientos ya adquiridos y que tienen asimilados en sus esquemas conceptuales.
La experimentación, el aprendizaje por descubrimiento y el aprendizaje social, deben ser otros de los pilares en la metodología básica de la huerta educativa.
Respecto al aprendizaje social, la huerta es un contexto facilitador, pues permite que exista el trabajo en grupo y por supuesto el cooperativo. Situación que podemos aprovechar para que el grupo (dentro de sus posibilidades) se auto-organice.
Una herramienta muy valiosa para este tipo de organización es la asamblea.
La asamblea es un elemento de participación que combina un aprendizaje social (como grupo, como comunidad de aprendizaje) y un aprendizaje personal. Una asamblea no es más que una reunión donde se toman decisiones colectivas. Una vez alcanzada esta decisión (intentemos que consensuada), se lleva a cabo la organización grupal para, por ejemplo, el reparto de tareas y responsabilidades.
Para que una asamblea tenga éxito, los argumentos que se aporten deben estar fundamentados.
Todos los éxitos conseguidos en la huerta (por ejemplo, las abundantes y sabrosas cosechas) son responsabilidad del grupo completo (así como los posibles fracasos).
Por lo general, en cada grupo las tareas deben estar repartidas, pero no deben ser estáticas, para que todos los niños y niñas lleven a cabo todas las obligaciones que conlleva el trabajo en una huerta.
La investigación, siguiendo el método científico, debe ser otra de las pautas que guíen nuestro metodología. Debemos aprovechar todas las posibilidades y tareas que pueden desarrollarse en una huerta para proponer cuestiones, hacer estimaciones y predicciones, investigaciones y búsqueda de soluciones a las dificultades halladas.
