Evolución Histórica

Como ya se adelantó en el tema anterior, el ser humano no ha sido siempre el gran transformador del ambiente que es hoy en día, más bien al contrario, en su origen lo encontramos escondido en cuevas que le protegían de sus depredadores y de las que salía ocasionalmente para recolectar frutos o cazar, sin otro fin que la supervivencia.

Es con la aparición del lenguaje articulado cuando el hombre comienza a comunicarse con sus semejantes y a adquirir esa capacidad de colaboración que le permitió cazar mayores presas y recolectar cantidades abundantes de alimentos que almacenaba para momentos de carestía.

De ese almacenaje surge el problema del transporte, ya que en sus inicios el hombre era nómada y acarrear esos víveres le traía problemas. Hasta que descubre que de las semillas de los frutos nacen plantas que dan nuevos frutos, con lo que comienza a cultivar y se hace sedentario.

Al hacerse sedentaria, la sociedad reclama que sus miembros ocupen diferentes roles dentro de la misma, así los más fuertes protegen a la tribu frente agresiones externas, los más rápidos llevan mensajes a otras tribus, los más inteligentes improvisan soluciones ante problemas cotidianos, etc.

Aunque la sociedad se va haciendo cada vez más estructurada y compleja, la fuente de energía de los seres humanos es la misma, la fuerza, ya sea la de ellos mismos o la de sus animales y eso hace que su capacidad de perturbación sobre el medio no sea significativamente superior a la de otras especies, lo que le permite guardar cierto equilibrio dentro de su ecosistema.

Continúa así durante muchísimo tiempo y, aunque aprende a aprovechar otras fuerzas de la naturaleza (la gravedad, la hidraúlica, etc.), no es hasta el descubrimiento de la máquina de vapor (año 1764) cuando comienza el cambio que desencadena en la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX y con ella, la era del hombre como gran transformador de su entorno.

La maquinaria agrícola le permite cultivar mayor superficie de terreno fértil en menos tiempo, la locomotora facilita el transporte de mercancías a grandes distancias y tras Edison, con la electricidad, aparecen las grandes ciudades y las centrales térmicas que las abastecen.

Ya en los años 50, la energía nuclear irrumpe en el panorama energético mundial, acompañada de un abaratamiento del suministro y una generalización del acceso a nivel mundial. Se une al carbón, al petróleo, al gas y a toda una gama de combustibles fósiles que el hombre ya usaba de manera cotidiana como fuente de energía.

Para extraer las materias primas que alimentan la combustión, se deforestan grandes superficies de bosque, se abren inmensas excavaciones e incluso se realizan prospecciones en alta mar, lo cual genera además residuos, emisiones y vertidos que tornan inservibles gran parte de los recursos naturales que sustentan la vida en el planeta.

Aparecen así un listado de problemas como la lluvia ácida, el agujero de la capa de ozono, las mareas negras, la desertificación… que hacen que el hombre moderno tome conciencia sobre el posible agotamiento de los recursos naturales y el peligro que eso supone para su calidad de vida.

De este modo, surgen iniciativas ecologistas que comienzan a tener repercusión mundial en 1948 con el nacimiento de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organización que agrupa desde órganos de gobierno hasta ONGs, y que derivan en la famosa publicación Los Límites del Crecimiento (1972), que fue el primer informe del Club de Roma, constituido en 1968 por intelectuales en búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo que evitase el colapso económico.

Dicho informe produjo un tremendo impacto en sus lectores y fuertes discusiones ideológicas a nivel global, fue traducido a 20 idiomas y se vendieron más de 4 millones de ejemplares. En él se analizaban los resultados de un modelo de simulación por ordenador, que proyectaba en el tiempo la evolución del actual modelo de desarrollo y que daba como resultado la imposibilidad de continuar con esa tendencia depredadora y derrochadora, proponiendo el crecimiento cero como paradigma para el futuro.

Quizás no fue certero en cuanto a sus predicciones, pero Los Límites del Crecimiento marcaron un antes y un después en la opinión pública y en el movimiento ecologista a nivel mundial.

Ese mismo año 1972, se celebra en Estocolmo La Conferencia de Naciones Unidas para el Medio Ambiente Humano, de la que surge la famosa Declaración de Estocolmo que establece nada menos que el marco básico de problemas ambientales que acucian a nuestro planeta.

Ya en 1983, Naciones Unidas encarga a la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo la elaboración de un informe de situación. Dicho documento es mundialmente conocido como Informe Brundtland, adquiriendo el apellido de la Primera Ministra Noruega que fue además coordinadora en su redacción, y llevaba por título Nuestro Futuro Común. Su contenido abarca cuestiones como el gasto militar, el crecimiento urbano e incluso el hambre.

El Informe Brundtland marca una estrategia de cambio de modelo, que según el mismo debe basarse en la solidaridad espacial (de los países ricos con los pobres) y temporal (de las generaciones presentes con las futuras), y en un respeto absoluto por el medio y los recursos naturales, que debe poner en marcha la nueva economía ecológica.

Para conmemorar el 20 aniversario de la Conferencia de Estocolmo se celebra en Rio de Janeiro en 1992 la Conferencia Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, más conocida como Cumbre de la Tierra o Cumbre de Rio. De esta surgen tres documentos no vinculantes para sus firmantes:

1. Declaración de Rio sobre Medio Ambiente y Desarrollo.
2. Programa o Agenda 21.
3. Declaración de Principios sobre Bosques.

Pero también aparecen en escena dos tratados internacionales de tremenda repercusión:

1. Convenio sobre Cambio Climático.
2. Convenio sobre Biodiversidad.

Mención especial merece el primero de ellos, pues es la primera vez que los Estados reconocen la posibilidad de que la actividad humana influya directamente sobre el clima a nivel global. Esto supone un salto cualitativo en la percepción del medio ambiente por parte del ser humano, y en la toma de conciencia sobre la vulnerabilidad del medio.

Como fruto de aquello, en 1997 se celebra en Kioto la III Conferencia de las Partes del Convenio, donde se aprueba un texto que reflejaba la voluntad de los Estados firmantes, de llevar a cabo una reducción real de sus emisiones de gases de efecto invernadero y de frenar así el ascenso imparable de las temperaturas a nivel global y las consecuencias que esto tendría sobre los seres vivos incluidos, por supuesto, los seres humanos.

Esta evolución muestra como en la actualidad, el ser humano ha podido observar que sus actuaciones tienen incidencia directa sobre su entorno y lo transforman de tal manera que puede poner en peligro la continuidad de su especie. De este modo, la inmensa mayoría de los gobiernos a nivel mundial participan de iniciativas encaminadas a la mejora en la gestión de los residuos, modelos de transporte más eficientes, desarrollos urbanísticos controlados, ecoturismo, desarrollo de las energías renovables…, y las grandes empresas se apuntan al marketing verde, apostando por los proyectos sostenibles, la responsabilidad social, la educación ambiental de su personal, etc.

Todo esto motivado por una sociedad que exige a sus políticos y a sus proveedores de bienes y servicios, que proteja el medio ambiente porque de él dependemos y en él habitamos.

Sin embargo, aunque se ha mejorado mucho, siguen siendo muy importantes los retos que quedan por afrontar, ya que el modelo desarrollista no sólo no ha sido desterrado, sino que se camufla trasladando la producción desde Estados del primer mundo a países pobres, donde la legislación ambiental brilla por su ausencia y donde la población local, amenazada por el hambre y la pobreza, no puede ejercer la presión suficiente para el cambio de modelo.

Ese modelo consumista tantas veces fomentado a lo largo de la historia para salir de las puntuales crisis que azotaban occidente, provoca en esta sociedad una fuerte contradicción: el ferviente deseo de proteger el medio ambiente sin reducir el nivel de vida.

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